Hoy: 23 de noviembre de 2024
Un amigo francés me relataba hace unos días, con algo de exageración que, desde la pérdida de Waterloo, Francia no levanta cabeza. Puede parecer un disparate ideológico, pero el vecino país lleva años mirándose en la ‘grandeur’, a la par que las huelgas y los descontentos se multiplican. Hasta se quemó Notre Dame, dejándonos a todos sumidos en la pobreza.
Alrededor de 1790, un alcalde de Estrasburgo pide a Rouget de Lisle, masón como él, que elabore una melodía en defensa de la soldadesca atribulada. Tras muchas idas y venidas, prohibiciones y desafíos, la Marsellesa se convierte en el himno nacional con una letra beligerante y fratricida: “Vienen a degollar a nuestros hijos… que tus enemigos, al expirar, vean tu triunfo y nuestra gloria”… y lindezas así, impropias de un encuentro amistoso en libertad.
Cuando coincidamos algún día en la letra de nuestra marcha real, que sea por poética y unificadora. Y que no toquen, en Waterloo, las campanas.