Estoy inclinado a pensar que Dios creó el Paraíso para que paseáramos, sin móviles, en el laberinto de sus jardines.
Allí un rosal, muy cerca celindas y jazmines, azahares a un paso. Y algo más adentro un manzano con nido de serpiente seductora:
-¡Come manzanas, mujer, que serás tan sabia como Dios!, solicitó la víbora haciéndose pasar por adivina.
Y clavó sus dientes en el fruto sin estar Adán muy convencido, aunque luego él cayó en la misma trampa, no sabemos si por alguna promesa nocturna de la compañera.
… Más tarde se echaron la culpa unos a otros, como ahora.
El resultado es que nos quedamos sin jardines. Cualquier paseo es, desde entonces, un cansancio.