Hoy: 23 de noviembre de 2024
MIGUEL AGUILAR
La ciencia es una forma de conocer el mundo. Esta es una definición aparentemente sencilla, clara y directa, que podría valer. Pero eso es solo apariencia; en realidad, la validez de esta definición depende del significado de las palabras “conocer” y “mundo”. La ciencia nos permite conocer el mundo. Pero ¿qué es conocer y qué es el mundo? Es bastante común decir que conocer el mundo es descubrir lo que el mundo es en sí, descubrir su verdad, presuponiendo que el mundo es una realidad, una realidad física en sí con una verdad oculta a la que se puede acceder y que solo hace falta desvelar. Aunque existe bastante consenso en asumir que el mundo es una realidad independiente de mí, porque tomo conciencia de él a través de mis sentidos, no está tan claro que esa realidad en sí sea totalmente accesible a través de nuestros sentidos y, por lo tanto, descubrible.
Ya vemos que definir lo que significa conocer no es tan sencillo, por lo que antes de poder explicar con propiedad lo que es el conocimiento científico, es preciso entender lo que queremos decir cuando afirmamos que conocemos algo. En realidad, conocer es algo muy diferente de lo que suponemos. Para ir directos al grano, se podría decir que conocer el mundo no es ni más ni menos que disponer de una representación del mundo. O sea que conocer es representar. Y representar una realidad es construir una analogía, una imagen, un símbolo, y establecer una correspondencia entre ese símbolo y esa realidad. Para terminar de comprender lo que significa conocer, debemos ver que la correspondencia entre el símbolo y la realidad a la que representa es una definición y, en el fondo, un acto de fe. O sea que conocer siempre implica creer. Creemos en que las representaciones que construimos sobre el mundo son la verdad del mundo.
¿De dónde surge esa tendencia a representar el mundo y por qué lo hacemos? También en esto solemos tener una visión sesgada. En realidad, ese gusto por representar el mundo es una capacidad profundamente arraigada. Se piensa que la capacidad de representar es una cualidad superior de la mente humana, que requiere disponer de un lenguaje, y también se supone a menudo que eso que entendemos como lenguaje es una cualidad esencialmente humana o, en todo caso, de especies animales muy próximas a la nuestra, como el chimpancé o el bonobo, o más lejanas pero muy evolucionadas como el delfín. Sin embargo, el lenguaje es básicamente la capacidad de crear cualquier tipo de representación del mundo. El lenguaje es la capacidad de construir una representación simbólica del mundo haciendo uso de una lengua. Y una lengua es un conjunto de símbolos empleados según un sistema de reglas gramaticales. Con una lengua se pueden elaborar representaciones simbólicas del mundo de una manera más o menos detallada y precisa.
Pero con esa definición de lenguaje y lengua se puede ver con facilidad que el lenguaje es algo mucho más común de lo que tendemos a creer. El lenguaje, esa capacidad de representar el mundo, es algo tan esencial y primitivo como la vida. Es más, se podría entender que incluso los objetos inanimados, como los ríos y las montañas, representan en cierto modo el mundo que los rodean, porque analizado ese río o esa montaña se puede saber algo no solo sobre ellos sino sobre su mundo. Pero si nos centramos en los seres vivos y su capacidad de representar el mundo, podríamos considerar al genoma, el ADN que contiene la información codificada de un organismo, como la manifestación más primitiva del lenguaje. La lengua de los genes está constituida por un conjunto de símbolos (A, G, C, T) y las reglas gramaticales con las que se construyen mensajes simbólicos significativos, el código genético. Con ese lenguaje genético, el organismo vivo construye una representación simbólica de sí mismo, pero también del mundo que lo rodea. Leyendo el genoma de un organismo se puede saber cómo es él y cómo es su mundo.
Una vez comprendido lo que es el lenguaje en su manifestación más primitiva, podemos reconocer su absoluta ubicuidad a través de infinidad de formas de representación simbólicas, o sea a través de múltiples lenguas. Dada la enorme diversidad y complejidad de la vida, se puede comprender con facilidad que existen incontables formas de representar el mundo, multitud de lenguas en todos los niveles de organización. Cada organismo de cualquier especie, ya sea microbio, planta, hongo o animal, tiene múltiples lenguas y variedades dialectales, con las que se representa y se expresa a sí misma y a su mundo. Si nos centramos en la especie humana, podemos comprender la dimensión de la complejidad de las formas de representación y a la vez la sencillez de su fundamento. A nivel biológico, el genoma humano representa la unidad de la especie, pero también las diversas variantes del genoma se manifiestan en las diversas razas e individuos particulares. Como una manifestación superior del lenguaje encontramos las lenguas verbales, con su propia complejidad y diversidad. Pero hay multitud de lenguas no verbales que son manifestación de ese lenguaje fundamental. Todas las formas de representación artísticas (poesía, teatro, pintura, escultura, fotografía, cine…) comparten la misma esencia del lenguaje con las lenguas verbales superiores y con el resto de las lenguas, hasta el nivel de la lengua del genoma. Todas ellas son formas de representar el mundo; por lo tanto, cada una de ellas es una forma particular de conocer el mundo.
Llegados a este punto me gustaría llamar la atención sobre un detalle que quizás podría pasar desapercibido. He hablado del lenguaje como una capacidad de representación. Pero ¿no era el lenguaje un instrumento para la comunicación? La comunicación, en el sentido fundamental de la palabra, es una transferencia eficaz de información entre dos entidades que comparten la misma lengua. O sea, el lenguaje como comunicación presupone el lenguaje como capacidad de representación. Y como todas las formas de representación comparten una misma esencia, la comunicación es, en realidad, más fácil de lo que pensamos. No solo a nivel biológico toda la vida está intercomunicada, por el intenso trasiego de genes de unos organismos a otros; en niveles de organización superiores, esta esencia compartida explica por qué, por ejemplo, las formas de representación artísticas como la poesía, la pintura o la música poseen ese poder de comunicación que es capaz de traspasar las barreras culturales. La resonancia emocional que se experimenta en una sala de conciertos entre la orquesta y su público a través de una sinfonía no solo es posible sino casi inevitable porque todos compartimos, hasta cada una de nuestras células, el mismo lenguaje.
Pero entonces, ¿en qué se diferencia la ciencia de las demás formas de conocer el mundo? Para empezar, la ciencia es la forma de conocimiento que mejor reproduce y predice la realidad. Y lo hace por las características de la lengua que emplea para construir sus representaciones, por el método que utiliza para fijar la correspondencia entre sus representaciones y la realidad del mundo, y por el axioma fundamental que la sustenta.
La lengua de la ciencia tiene una base lógica y matemática que permite construir modelos representativos del mundo. El método científico implica hacer una pregunta sobre el mundo observable, ofrecer una posible respuesta (hipótesis), contrastar esa hipótesis mediante experimentación y estimar si la hipótesis representa bien ese mundo observable y es capaz de predecirlo. Si la hipótesis es buena, se acepta; si no, se rechaza y se busca otra que se ajuste mejor. Este proceso es reiterativo, porque la ciencia siempre busca un modelo que prediga mejor el mundo. Esta capacidad de mejora es posible porque la ciencia carece de dogmas reales, al contrario que las religiones. El único dogma admitido es el siguiente: cualquier enunciado científico tiene que poder ser negado, de modo que todo enunciado de carácter dogmático, que no pueda ser negado, es no científico.
Ese sencillo axioma de la ciencia muestra el camino para asimilar otras formas de conocimiento que aún no son científicas, y también debería ser suficiente para distinguir la ciencia de la falacia y el engaño de las pseudociencias, que parecen ser buenas al ofrecer representaciones que satisfagan la necesidad íntima que tenemos todos de conocer el mundo, o sea de disponer de una representación de este. Pero las pseudociencias no rinden cuentas ante las evidencias experimentales observables ni son buenas en hacer predicciones.
Esa necesidad de predecir el mundo es algo innato, consustancial a la vida misma. La vida se desarrolla y se mantiene porque el mundo en el que nos movemos es previsible. Si el mundo fuese un absoluto caos no sería posible la vida. La vida tiende a perpetuarse en ese mundo previsible. Cualquier ser vivo tiende a sobrevivir. Y para ello desarrolla modelos predictivos para moverse por su mundo. Los modelos que sobreviven son los que tienen mejor poder de predicción. Por eso la ciencia es la forma de conocer empleada por todos los seres vivos. La lógica y las matemáticas se ponen de manifiesto en todas las conductas y estrategias de supervivencia a lo largo y ancho de la naturaleza. La ciencia no es un invento del hombre. Lo único que hemos hecho nosotros es recrear la ciencia sobre una lengua verbal.
Axioma, lengua y método científico, todos contribuyen al desarrollo de la ciencia tal como la conocemos hoy día, con esa imagen de progreso que se le atribuye. El progreso de la ciencia como forma de conocimiento debe entenderse solo en tanto suponga una mejora en su poder predictivo de la realidad. Y este avance no es homogéneo. Aunque la ciencia tiende a ser una, hay muchas maneras de hacer ciencia, según la parcela de realidad o campo científico donde nos encontremos. El avance de la ciencia tampoco tiene por qué ser ilimitado. Existen límites para la ciencia. Algunos límites son superables por la mejora en la capacidad de observación y de desarrollo de modelos que ofrecen los avances matemáticos y tecnológicos. Pero hay límites que al menos parecen infranqueables, porque son consecuencia de la naturaleza de la realidad, al menos en parte irrepresentable, por caótica e indeterminada, y también consecuencia de la propia naturaleza de nuestro organismo en su afán por conocer a través de unos sentidos y un cerebro limitados. Y aquí radica otra característica fundamental de la ciencia. El saber científico no pretende acceder a la realidad en sí del mundo. La mera pregunta sobre la realidad en sí es una cuestión metafísica que la ciencia elude. No podemos afirmar categóricamente que existe un mundo real independiente y parecido a esa representación de él que habita en nuestro cerebro. La ciencia admite que su conocimiento es solo una representación del mundo. El mundo científico en el que nos vamos adentrando, se parece todo cada vez más a una enorme representación, fuera de la cual tendríamos mucho más difícil la supervivencia y puede que ni siquiera tendría sentido nuestra existencia.
Para concluir, y volviendo a la idea de responder qué es la ciencia, podríamos proponer la siguiente definición:
La ciencia es la forma de representar el mundo que mejor nos permite reproducirlo y predecirlo.
Preciso, sucinto y emocionado apunte de la historia de Andalucía, desde la geografía, la cultura y la población, todo lo cual ha contribuido a forjar una forma de ser y de estar, y de decir, en esta bendita tierra. Muy encomiable y, sobre todo, positivo. Gracias.