Hoy: 23 de noviembre de 2024
Los libros duermen su sueño dulce en las estanterías, aunque de vez en cuando abren un ojo y guiñan desde su soledad reclamando miradas. Ayer me conmovió uno de don Gregorio Marañón sobre Luis Vives y, dentro, una cita del casi olvidado humanista: “La reina de las abejas no tiene aguijón, y si lo tiene no lo usa; porque reina, no por la fuerza, sino por la majestad”.
La presencia y la figura, que diría san Juan de la Cruz, son suficientes cuando la personas irradian majestad en el uso de su palabra, en su paz manifestada, en la postura de sus manos. Aquel que precisa para desarrollarse la voz de mando, el grito o la amenaza, ha tenido la mala suerte de no saber interpretar el destino de la hoja que cae ni qué se dicen las aguas en el mármol de la fuente ni por qué los ojos que me miran no sueltan de una vez su luz en una lágrima.
La majestad es una indefinida elegancia sobre la piel de la vida. Dios, por eso, ha elegido para nacer la miniatura de un asombro.