Desde la cercanía en llamas que aún nos acercan las imágenes de televisión sobre la DANA sufrida en Valencia y, con menor intensidad en otros sitios, miraba yo con dolor constante cómo desaparecían las fachadas y las habitaciones de los edificios que fueron cobijo y alma de tantas familias.
Es inconcebible que a dos meses largos de la tragedia aún se sigan descuidando las soluciones.
Pensé cuánto amor ardido en esas casas donde los hijos crecieron, los besos se multiplicaron, las tristezas y las alegrías llegaron con su abrazo de amor en las respuestas.
Mirando hoy también cómo se acaba el año, medito en el candelabro de la vida propia que zarandea un viento descuidado: en un instante, puede acabarse lo personal y lo ajeno, dejando sólo pavesas en la memoria como si hubiesen ardido todos los sueños.
Lloro con las mismas lágrimas que se han vertido en Valencia, con la pena que recuerda el desgarro de quedarse sin nada.
Dios es inocente.