España en tiempos de subasta política

24 de agosto de 2023
2 minutos de lectura
El nacionalismo y sus afanes
El expresidente de la Generalitat, Carles Puigdemont

Mejor una repetición electoral que vivir en una subasta política permanente, donde cada apoyo cueste un riñón a los españoles

Confirmada la imposibilidad -contra natura- de un pacto de legislatura entre Partido Popular (PP) y Partido Socialista Obrero Español (PSOE), pese a ser opción electoral mayoritaria entre los votantes españoles, ambos partidos han abierto el tiempo de subastas para seducir a posibles socios parlamentarios a golpe de talonario y transferencia de competencias, prescindiendo de ideas y proyectos.

Lástima que la subasta se ejecute con pólvora del Rey, haciendo pagar a España el coste de posibles acuerdos, rayanos con la incoherencia política, fragilidad legal y constitucional para regocijo de socios poco fiables.

El problema no es que Carlos Puigdemont sea un prófugo de la justicia, sino que PSOE y PP lo reconozcan como interlocutor válido; cuando Feijóo rechaza reconocer a EH Bildu con seis diputados en la Carrera de San Jerónimo y Sánchez practique el ostracismo con Vox, que tiene 33.

Pero ya embalados, el presidente en funciones y su socia de Sumar andan repartiendo carnés de progresista a quienes basan su ideario y estrategia política en el antiespañolismo de barricada. ¿Habéis visto lo solemne que se ponen los chicos de Yolanda ‘Chuli’ Díaz garantizando que la amnistía cabe en la Constitución? Nadie como doctores liendres; tiesos como la mojama y ahítos de poder, para persuadirnos de que la Carta Magna es el baúl de los recuerdos de Karina.

Obviamente, etiquetar como progresista a retrógrados solo cabe en el oportunismo político reinante; pues en todo nacionalista anida un fascista dentro y, en su expresión más depurada, a un nacionalsocialista, como Hitler, de traumática llaga en Europa.

En España, entre las reformas pendientes más necesarias está la reformulación de la Ley electoral que envíe al Senado, verdadera cámara territorial, al nacionalismo variopinto; incluso adoptar el sistema francés de segunda vuelta para evitar que Sumar tenga que prestarle diputados a ERC, que sacó un pésimo resultado electoral, y el PSOE a Junts, que quedó por debajo del 15%.

La ley permite tales arreglos, pero lo que es legal no siempre es ético, sobre todo, cuando se trata de obviar la voluntad de los electores, tener grupo propio en el Congreso y el Senado garantiza euros, muchos euros y una dinámica diferente a la del Grupo Mixto, donde deberían estar ambas formaciones nacionalistas por sus magras cosechas en las urnas.

Entre otras tajadas, Sánchez o Feijóo aliviarán el mal resultado electoral de unos y otros con ondas repercusiones financieras, pese a que ambos saben que lo que no dan las urnas, Salamanca no debe prestarlo, pero la lógica política carece de sensatez y está casi siempre guiada por llámame perro y dame pan.

A estas alturas, lo menos malo para España sería una repetición electoral el 14 de enero; pero Sánchez y Feijóo harán lo imposible por vivir una legislatura corta e intensa, porque ya hemos descendido al nivel de apostar por mojar la oreja y meter el dedo en el ojo al adversario principal; con la certeza de que los españoles seguirán pagando la hoguera de las vanidades.

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