En las Facultades de Teología suele darse una asignatura, Introducción a la Homilética, que planta las bases para una predicación digna y provechosa. Con permiso de los curas, creo que han de tenerse en cuenta puntos esenciales antes de dirigirse a los fieles: Primero, no olvidar que el protagonista de la palabra es Jesucristo. Segundo, conocer la exégesis, el contexto y la valoración de la Iglesia sobre la liturgia que corresponda. Tercero, preparar en oración y estudio el discurso que ha de entenderse, vivirse y aplicarse en la vida del que escucha. Y cuarto, saberlo decir.
Porque, además de todo esto, hablar es un arte en el que concluyen los arabescos de la palabra, el colorido de la intención, la traslación de un veraz convencimiento y saber encontrar la mirada cómplice en quien espera más luz. Puede que se precisen más componentes, quizá sea suficiente con éstos.
El papa Francisco pide a sus curas homilías cortas, antes de que la gente se duerma. Yo creo que la gente bosteza, no porque sea largo el sermón, sino por lo insustancial de qué y del cómo. La vocación llena de sangre los labios y la gente se da cuenta de quien trasmite o de quien cubre un expediente. Si las homilías son buenas en este sentido, los oyentes no miran el reloj ni estudian el polvo de las lámparas.