Hoy: 23 de noviembre de 2024
Últimamente su rostro era un delta de canalillos por donde apenas si la sangre navegaba. Antonio Gala, que transitó dudosamente entre maneras de creer hechas a su medida (en materias de fe, escéptico y rencoroso), terminó sus días en un convento de monjas dominicas, sede de su extraordinaria Fundación cordobesa, adonde los jóvenes creadores encuentran silencio y motivos para sus obras de arte.
En el pequeño museo, de una escueta elegancia, destacan frases del poeta entre plumas, máquinas de escribir, libros y bastones: “Yo no colecciono bastones, sino amigos que me regalan bastones”… Son los amigos quienes sustentan la vida, no los bastones por ellos regalados. Estoy seguro que Gala pensó, sin atreverse a decirlo, que la fe en Jesucristo es el mejor bastón que endereza los traspiés de cualquier recorrido por las calles estrechas de esta Córdoba singular, donde nadie resbala por la constante compañía del Arcángel, multiplicado en columnas o en esquinas.
Por cierto, la casa lindante con la Fundación Antonio Gala, aseguran que perteneció a la familia de Séneca. Algunas noches dicen que se aparecía el filósofo, inspirando al poeta.