20 años del ‘Asesino de la Baraja’ que tuvo en jaque a la Policía y en vilo a los madrileños durante tres meses

28 de enero de 2023
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Galán
Fotograma de la serie original de RTVE 'El Asesino de la baraja' donde se ve al asesino confeso Alfredo Galán a la salida del juzgado. | Fuente: RTVE

Era lo mas parecido a cumplir un capricho que sólo se alojaba en su mente criminal. Después volvía a casa y hacia sus tareas diarias sin sopesar sus violentos actos. Comía, dormía o se iba a trabajar como si nada extraño o especial hubiera pasado

El pasado 24 de enero se cumplieron 20 años del primer crimen de Alfredo Galán, el Asesino de la Baraja. Nadie se explica lo que pasaba por la cabeza de un depredador humano de tal calibre. No hay arrepentimiento ni el más mínimo sentimiento. Ni tan siquiera sentía placer al asesinar a sus víctimas. Solo hacia lo que su mente le pedía. “Hoy tengo ganas de matar” y salía a cazar a su próxima víctima.

Era lo más parecido a cumplir un capricho que sólo se alojaba en su mente criminal. Después volvía a casa y hacía tas tareas diarias como si tal cosa. Comía, dormía o se iba a trabajar como si nada extraño o especial hubiera pasado.

Haciendo caso a sus “deseos” de matar el 24 de enero de 2003 decidió dar rienda suelta a sus instintos asesinos y salió a cazar su primera víctima. Fue a las 11:30 de la mañana en el numero 89 de la Calle de Alonso Cano de Madrid.

Sin pensárselo dos veces, se enfundo unos guantes, cogió su pistola Tokarev, de origen yugoslavo, y se puso a conducir, sin saber muy bien donde iba. Llegó a la calle de Alonso Cano, y se fijó en una trabajadora de Correos, una cartera en pleno reparto de casa en casa, de portal en portal. Aparcó, la siguió y cuándo la iba abordar, se le cruzaron los cables y decidió aprovecharse de que la mujer entró en un portal para colarse. En su interior, se encontró de cara con el portero de la finca que estaba dando de comer a su hijo de dos años. Le conminó a que se pusiera de rodillas mirando a la pared y le voló la tapa de los sesos de un tiro en la nuca. Su primera víctima, Francisco Ledesma. Así se las gastaba Galán.

Dejó a un niño de dos años llorando junto al cadáver de su padre

En un principio la Policía pensó que se trataba de un ajuste de cuentas de los que de vez en cuando salpicaban la prensa española de la época. Y, para ser sinceros, la noticia salió en todos los medios por el hecho de dejar a un niño de dos años solo, llorando sobre el charco de sangre de su padre.

Pero tras las primeras investigaciones policiales, los agentes descartaron que se tratara del anunciado ajuste de cuentas. Los agentes investigaron el pasado de Ledesma y no detectaron nada punitivo. Ninguna cuenta pendiente con nadie. Eso les alertó sobremanera. La Policía Científica no halló ninguna huella. Solo un casquillo del calibre 7,65; muy raro en el submundo del hampa madrileño. Comenzaron a buscar otras causas.

Alfredo Galán volvió a tener su minuto de gloria a los quince días. Esta vez eligió el aeropuerto de barajas. ¿La hora? Las tres de la madrugada. Un joven de 28 años esperaba su autobús sentado en un marquesina próxima al aeropuerto. Había terminado su turno de trabajo en el servicio de limpieza del aeródromo y volvía a descansar a casa. Cuando llegó a su altura le descerrajó un tiro en la cabeza y lo dejó sentado esperando un autobús que nuca más cogería. Después volvió a casa, se acostó y cuando se despertó a las cuatro de la tarde del día siguiente, de nuevo sintió esos “deseos” que le acompañaron hasta que se cansó.

Un naipe falso

La casualidad quiso que a los pies de esta víctima apareciera una carta de la baraja tirada en el suelo como cualquier papel. Entre los medios de la época y la propia Policía se pensó que era su firma, y así se propagó a los cuatro vientos. No era así. Era falso. Pero Galán lo aprovechó para darse publicidad. Buscar ese protagonismo que todos los criminales buscan. Quieren pasar a la historia por su obra. Necesitan sentirse importantes.

Para el siguiente asesinato cogió el coche y se marchó hasta Alcalá de Henares. Entró en el Bar Rojas, sacó su Tokarev y le voló la cabeza al hijo de la dueña que hacía las veces de camarera. Después acabó con un clienta que charlaba con la propietaria que, sin pensárselo dos veces, se arrastró por el suelo buscando el almacén donde protegerse. No hubo manera. Tres disparos: en el brazo, en la espalda y en una pierna, dejaron malherida a la mujer, aunque tuvo suerte y no murió.

Un mes después, decidió darse una vuelta por el municipio de Tres Cantos, al norte de la capital. Una calle solitaria. Una pareja en un portal y un disparo a la cabeza del joven. La bala le entro por la cara y le salió por la boca. Los gritos de la novia alertaron a los vecinos y tuvo que huir a toda prisa. Pensó que el chaval estaba muerto y de nuevo dejo su firma, un as de copas, creyendo que había muerto.

La psicosis se fue apoderando de la población. Nadie se sentía seguro, ya no solo en Madrid, sino en ningún lugar de la región. El asesino en serie estaba suelto y se estaba moviendo por toda la comunidad. La Policía solo había recogido algunos casquillos del arma. Una llamada del departamento de balística, alerto a la Brigada Provincial de Homicidios de que todos los crímenes, incluido el del portero de Alonso Cano, habían sido realizados con la misma arma. Una Tokarev TT 33, del calibre 7,62.

Quince días más tarde, Galán sintió, de nuevo, deseos de matar y ni corto ni perezoso se acercó hasta Arganda, una localidad situada al este de Madrid, a los pies de la carretera de Valencia. Eran la 23:00 mas o menos, cuando recibí una llamada en mi domicilio. Era una amigo que me dijo: “Ha aparecido una pareja asesinada en el camino que hay detrás del campo de futbol, y hay dos cartas de una baraja. El tres y el cuatro de copas”. Los rotativos de las ambulancias, policía local y Guardia Civil resplandecían en la noche, marcando el lugar del crimen. Un matrimonio de mediana edad yacía en suelo. Él acribillado a balazos. Ella un solo disparo.

Pero, las investigaciones policiales empezaban a dar sus frutos. Descubrir que la pistola utilizada en los crímenes y la munición era la misma hizo sospechar a los agentes de que podría tratarse de alguien que hubiera pasado recientemente por la antigua Yugoslavia y se hubiera hecho con esa pistola. Averiguaron que una brigada del Ejército había vuelto recientemente de una misión humanitaria en Bosnia y se pusieron a investigar uno por uno a los militares retornados. También descubrieron en homicidios que el asesino marcaba las cartas puestas por él con un punto de bolígrafo azul en la parte de atrás de los naipes. Uno de los testigos se ofreció a hacer un retrato robot de Galán. Tenían las pruebas y sabían que era la misma persona y que se trataba de un asesino en serie pero, ¿quién?

¿Quién era en realidad Alfredo Galán?

Alfredo Galán nació en Puertollano, Ciudad Real. No fue un buen estudiante. Hasta los ocho años de edad, era un niño como cualquiera que jugaba, se divertía, reía, y compartía chistes y bromas con sus amigos. Hasta que ocurrió un luctuoso acontecimiento: el fallecimiento de su madre. A partir de hay, su personalidad se dio la vuelta como un calcetín. Se volvió triste, huraño, introvertido, no fue el mismo desde el triste acontecimiento.

Mal estudiante, no acabo la Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO). Con 17 años comenzó a nadar en las fuentes del alcohol y con 20 se alistó en el Ejército. Brigada Paracaidista. Estuvo destinado dos veces en misión humanitaria en Bosnia. Allí pudo comprar la Tokarev. Pero casualmente su misión humanitaria se ve interrumpida. Vuelve a España y destinan a su unidad a limpiar chapapote, en las costas gallegas. Acababa de romperse el petrolero Prestige. El alcoholismo era evidente en el cuartel, por lo que los arrestos eran continuos. Limpiando las piedras gallegas, tiene un incidente con una voluntaria. Un día se va, rompe la luna del coche de una conductora y se fue al cuartel borracho. Al día siguiente es expulsado del Ejército y trasladado en un furgón a Madrid.

La Nochebuena previa a comenzar los asesinatos, alardeaba de su pistola ante sus familiares y amigos. Lo que pasó después, ya es de sobra conocido.

Galán se entregó en el cuartelillo de la Policía Local de Puertollano. Cuando se presentó ante los agentes dijo que era el asesino de la baraja y que venía a entregarse. Los agentes abrieron los ojos como platos, pero ninguno lo creyó. Hasta tres veces tuvo que decirlo. Al final el jefe de la policía avisó a Madrid al Cuerpo Nacional de Policía. Cuando contestó a algunas preguntas que solo él y la Policía sabían, lo detuvieron.

Alfredo Galán fue condenado a 140 años de cárcel, pero sólo cumplirá la pena máxima, según el sistema jurídico de la época, 25 años. Saldrá de la prisión en 2028. De momento esta interno en la cárcel de Herrera de la Mancha (Ciudad Real), y se ocupa del economato de su módulo. Previsiblemente, cuando se cumplan los tres tercios de su condena y si la junta de la cárcel y el juez de vigilancia penitenciaria lo permiten, podrá disfrutar de permisos.

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