Una hora y diez minutos

1 de noviembre de 2022
2 minutos de lectura
Gonzalo Pérez
Gonzalo Pérez Ponferrada

Hace unos días, un amigo que es periodista y cuentista a la vez, me llamó por teléfono y me dijo: “En Canarias han retrasado la hora diez minutos”. “¿Cómo? ¡No entiendo nada!”, le repliqué poniéndome en guardia, porque de este amigo mío que se llama Bernardo de Lascasas te puedes esperar cualquier broma. “¿Qué quieres decir con eso, Bernardo?”.

“Parece mentira”, me contestó con sorna. “Tú que eres jefe de Prensa y te dedicas a leer periódicos todos los días, no te has enterado…”.

“Pues no”, le contesté. “¿A qué te refieres?”.

“Que ya no hay una hora de diferencia entre la península y Canarias. Hace unos días que la nueva variación del eje de la Tierra ha aumentado la diferencia horaria con las islas. Ahora es de una hora y diez minutos”.

En Canarias toda mi vida había escuchado los informativos una hora antes. Cada vez que viajaba a la península y llegaba a Madrid tenía claro que había perdido una hora. Al regresar a Canarias era todo lo contrario, le ganaba sesenta minutos al tiempo y eso siempre marcó mi personalidad.

Intenté calmarme. Lo primero que hice fue comprobarlo con la radio que estaba a punto de emitir su informativo: “Están ustedes oyendo Radio Nacional de España. Son las diez de la mañana, una hora y diez minutos menos en Canarias”.

“Pues es verdad. Son diez minutos. Sí que ha cambiado el tiempo”, pensé. Un sudor frío se hizo dueño de mi piel.

Volvió a sonar el teléfono. “¿Pero qué haces ahí?”, me espetaba un compañero del trabajo que hacía diez minutos que había llegado a la oficina. “Te estoy esperando. Llevas diez minutos de retraso, y tú has sido siempre muy puntual. ¿Te ocurre algo?”.

“No me pasa nada, no te preocupes, voy para allá” le contesté. “En diez minutos estaré allí”. Tardé cinco minutos en llegar porque vivo al lado de la oficina. No había nadie. Mi compañero no estaba. Claro, reflexioné, como he tardado cinco minutos, faltan otros cinco para que mi colega aparezca por las puertas.

Volví a llamar a Bernardo, el compañero que me anunció todo este lío de la zona horaria. “Tío, es cierto, hemos perdido diez minutos en el tiempo.”

“Ah, ¿ya te enteraste? Qué casualidad, pues estaba yo a punto de llamarte para contártelo”. Bernardo no se daba por enterado.

“Pero si tú me has llamado antes y me lo has comentado ya, hace exactamente diez minutos”, le dije.

“Yo no te he dicho nada”, me replicó malhumorado. “Hoy es la primera vez que cojo el teléfono, no te quedes conmigo”. Y me colgó. Al dejarme solo Bernardo, caí en la cuenta. Comprendí el enredo. Supe que el tiempo es un capricho y que llevaba diez minutos intentando entenderlo.

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