Para aceptar la vida tal cual es, se precisa un porcentaje preciso de locura que exilie el pensamiento a las lunas de enfrente y busque, en el rescoldo de los sueños, un manso equilibrio, ajeno a los continuos desatinos.
Cervantes, por eso, desconfía de la razón e inventa el trastorno de su personaje Don Quijote, desde el que sale, lanza en ristre, en defensa de los débiles para tormento de las injusticias. El Hidalgo mantiene una apariencia deshilachada y el alma, sin embargo, firme en su sitio; sibilinamente, confunde a los demás con sus extravagantes aventuras para que, viéndolo de ese modo, no se den cuenta de que los locos son ellos.
Nos queda en estos tiempos la simpar fermosura de Dulcinea que, por soñada, es lo más razonable de nuestro alrededor. Yo salgo cada día al Toboso, por si me la encuentro.