Ya puestos, el señor Presidente de Gobierno debía haber amnistiado a todos los que están en la cárcel o siguen pendientes de juicio por delitos mucho menos relevantes, o nada relevantes, frente a la pléyade de los in-in (indeseables-independentistas), que se abrazaron con más euforia que Colón al descubrir América: ocurrió en Las Cortes, cuando se aprobó la ley que nos desiguala. Lo único que se me escapó en tal indigestión de besos fue averiguar hacia donde miraba Junqueras que, como es muy religioso, miraría al cielo con barretina de Cataluña, adonde sólo podrán ir ellos, “los de siempre”.
Señor Presidente, los muchos enjuiciados esperando destino se hubiesen sentido conmovidos de haber extendido a ellos su indulgencia porque vuecencia sabe que, comparándolos con el latrocinio desasosegado de aquellos, son pobrecillos indefensos. Les falta, eso sí, los siete votos que usted necesita y los forajidos ondulan al viento de la codicia…, pero eso votos son de mercadillo: pan para hoy y hambre para mañana.
Créame, señor Presidente, hasta las presuntas cartas de su esposa, son fruslerías ante los brujos de arriba… Ha conseguido usted que Puigdemont sea un Taylor Swift firmando autógrafos en el Campo Nuevo del Barcelona.