El próximo 8 de noviembre se cumplirán seis meses desde que el cardenal Robert Francis Prevost fue elegido por el Colegio Cardenalicio como el nuevo jerarca de la Iglesia católica, adoptando el nombre de León XIV. Este primer medio año ha bastado para que se perfilen los que parecen ser los ejes centrales de su pontificado, marcados por una rica experiencia pastoral y una firmeza en temas sociales y de justicia.
La elección del primer Papa nacido en Estados Unidos, con una profunda y prolongada trayectoria en América Latina (especialmente en Perú), ya es un signo de su vocación de tender puentes entre Norte y Sur. León XIV ha dejado claro que su papado se inscribe en una línea de continuidad con el legado sinodal y de reforma de su predecesor, el papa Francisco. Su insistencia en una “Iglesia que escuche y abrace con misericordia” es la prueba. No obstante, ha impreso su propio sello, particularmente en dos áreas clave: paz y lucha contra los abusos.
La publicación temprana de su exhortación apostólica Dilexi te, enfocada en el amor a los pobres, subraya su compromiso evangélico con los más frágiles, sin duda, un eco de su corazón forjado en el trabajo misionero.
El texto, cuyo título en latín significa ‘Te he amado’, se construyó sobre uno que trabajaba su predecesor, el papa Francisco, en sus últimos días de vida. León XIV agregó sus propias reflexiones, lo firmó el 4 de octubre pasado, día de San Francisco, y lo dio a conocer públicamente cinco días después.
La exhortación es una declaración teológica y programática que consolida la centralidad de la opción preferencial por los pobres en la Iglesia del siglo XXI, con base en un recorrido histórico-doctrinal de la atención eclesial de los desposeídos.
Dilexi te se erige como una profunda meditación sobre la caridad que trasciende la mera filantropía, situando la justicia social y el encuentro con el vulnerable como una condición esencial para la salvación.
En tanto postura de continuidad explícita con su predecesor, el documento pone de manifiesto una maniobra teológica de gran calado, pues asegura que la agenda social promovida por Francisco —en particular, su enfoque en las periferias del mundo— quede firmemente anclada en el magisterio, evitando que sea percibida como una desviación pasajera.
El aspecto fundamental de Dilexi te radica en su redefinición de la pobreza más allá de una categoría sociológica que requiere asistencia, para ponerla en el centro de la doctrina de la Iglesia —“la carne misma de Cristo”, la llama— y establece un vínculo inseparable entre el amor a Dios y el amor a los vulnerables.
Si los fieles no encuentran a Jesucristo en los pobres, tampoco lo encontrarán en la solemnidad del altar, escribe León XIV en el texto, integrado por 121 puntos. La indiferencia ante el “grito de los pobres” es calificada por él como un pecado que aleja al creyente del corazón de Dios.
El documento lamenta que el compromiso actual a favor de los pobres sigue siendo insuficiente, debido a que la sociedad global privilegia criterios que perpetúan las desigualdades. Y critica fuertemente “la ilusión de una felicidad basada en la acumulación de riqueza y en el éxito social a toda costa”.
La exhortación apostólica es un llamado a la conversión cultural, y recuerda a la Iglesia y al mundo que el amor a los pobres es, en última instancia, el criterio por el que será juzgada la autenticidad del culto cristiano.
En Dilexi te, el Papa dota de un peso doctrinal inamovible al principio de que la justicia es una dimensión constitutiva de la fe, y plantea a la comunidad cristiana un triple reto: primero, reconocer al pobre como la presencia misma de Cristo; segundo, abandonar la indiferencia, considerada pecaminosa, y tercero, emprender un cambio de mentalidad radical que luche contra el pecado estructural.
Al final de estos seis meses, el pontificado de León XIV se consolida como uno de raíces globales, vocación de paz y una profunda centralidad en la dignidad humana, prometiendo ser un periodo de consolidación de reformas y de activa presencia de la Iglesia en el escenario mundial.
*Por su interés reproducimos este artículo de Pascal Beltrán del Río publicado en Excelsior.