Aquellos jóvenes de mi generación temblábamos a la hora de ir al confesonario. Yo tenía una novia que cada semana me insistía en el sacramento del perdón. Entonces los novios no pasábamos de un atrevimiento: un beso apenas descuidado, una mano frenada en la cintura…cosas así. Por eso yo me defendía al no tener materia de arrepentimiento. Entonces mi novia, que era experta en los asuntos del pecado, buscaba motivos: “Confiésate de los malos pensamientos”. Y, sin escapatoria, ante el cura me arrodillaba, convencido de que, en mi caso, él hubiese perforado algo más la intimidad de las sombras.
Invito al alcalde de Sevilla, que es del PP, a que se arrodille ante los turistas y pida perdón por ese mal pensamiento que ha tenido de cobrar peaje ante la hermosura de la Plaza de España. Está visto que atropellados e insensatos hay en cualquier estamento político.
Cuando en una familia no se llega a final de mes, se empieza rebajando el chocolate del loro, en lugar de privarse de tanto despilfarro que embrutece. ¡Señor alcalde, pase por el confesonario!