Hoy: 22 de noviembre de 2024
En los últimos años, la contaminación del aire de las grandes ciudades se ha convertido en un problema tangible para la mayoría de los gobiernos. Sin embargo, la contaminación del aire interior mató a más de tres millones de personas en 2020, casi el mismo número de las que murieron por la contaminación exterior, y siendo casi invisible para la ciencia y la política.
En un artículo para la prestigiosa revista Nature, tres investigadores advierten que esta situación debe cambiar. Christopher Whitty, principal asesor médico del gobierno del Reino Unido, y sus compañeros Deborah Jenkins y Alastair Lewis, remarcan lo que los investigadores y los responsables políticos deberían hacer para mejorar la comprensión de esta problemática y, en última instancia, reducir la contaminación del aire interior.
Actualmente, la mayor parte de la población pasa casi todo su tiempo en interiores, ya sea en casas, escuelas o lugares de trabajo. Pero, aunque para la contaminación exterior existen numerosos estándares internacionales consensuados legalmente, los espacios interiores apenas se someten a controles de calidad del aire.
La mala calidad del aire de los espacios cerrados puede deberse a compuestos como el monóxido de carbono y el dióxido de carbono de la quema de carbón, y los óxidos de nitrógeno de las calderas de gas natural. Pero también existen otras fuentes como productos químicos de compuestos sintéticos en pinturas y telas, moho de edificios húmedos, y virus y bacterias del aliento humano.
Por ello, los investigadores están centrados en descubrir cómo circulan todos estos componentes y de qué manera interactúan entre sí, para intentar reducir su impacto en la salud humana y en el cambio climático.
Al igual que la calidad del aire exterior afecta en mayor medida a los países más pobres, la contaminación del aire interior también lleva asociado un problema de desigualdad. En el África subsahariana, por ejemplo, se estima que 700.000 personas murieron a causa de la contaminación del aire interior en 2019, muchas de ellas por los efectos de las partículas de las estufas de biomasa de interior.
Aunque la contaminación del aire interior es un problema global, las estrategias adecuadas para combatirla variarán entre regiones, países e incluso localidades. “Los estilos y materiales de construcción, el clima y las fuentes de energía, así como los comportamientos y las prácticas culturales, afectan el aire interior”, señalan los autores.
Por todo esto, la contaminación del aire interior debe cobrar un mayor impacto en las políticas gubernamentales. Un ejemplo de que estos problemas no se están abordando de manera adecuada es que las pautas más recientes de la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre la humedad y el moho se publicaron hace casi quince años. Asimismo, la ciencia debe estar mejor preparada para cuando se le solicite asesorar sobre las diversas estrategias.
En definitiva, la contaminación del aire interior debería convertirse en una preocupación de salud pública tan generalizada como su hermano exterior, contando con todos los fondos que sean necesarios para tratar de paliarla.