La Patria no es suya

13 de junio de 2025
10 minutos de lectura
Francisco Franco observa desde la tribuna el paso del desfile del Día de la Victoria (19 de mayo de 1939 en Madrid)

Todas las guerras comienzan o prosiguen narrando atrocidades del adversario según los vencedores, que silencian las denuncias de los vencidos, pero solo la memoria pone los puntos sobre las íes y hace justicia a la verdad

Si me permiten hablar en primera persona les diré que un buen amigo me envía una tribuna de opinión escrita por un señorito madrileño de toda la vida, a cuyo texto parece que se adhiere. Eso me resulta especialmente doloroso, porque conozco el profundo amor de mi amigo por España y su democracia, a la que noblemente ha servido de uniforme durante cuatro intensas décadas.

Cuando de niño y adolescente regresaba del colegio caminando, veía yo al hoy tribuno regresar también a su casa frente a la Puerta de Alcalá. No éramos vecinos. Con los años, supe y en alguna ocasión le escuché imitar descarnadamente a algunos ministros de la dictadura franquista, como Pepe Solís Ruiz, “la sonrisa del régimen” le llamaban. También imitaba, con especial sorna y mala baba, al dictador Franco Bahamonde cuando dada su senectud, trastabillaba. Hoy, sin embargo, él va de franquista acérrimo y se permite hablar de la Patria –probablemente se refiera a la suya, la del distrito postal- invocando que a un pariente suyo lo fusilaron en Paracuellos del Jarama. Tal ha sido el leit motiv de la mayor parte de sus artículos, cargados de odio y rencor contra la izquierda vertidos en la prensa de derechas y de extrema derecha que le acoge siempre.

Testimonio

Como todos los de su condición, omite que apenas tres meses antes de aquellos deplorables fusilamientos en la localidad madrileña, la ciudad de Badajoz fue escenario, precisamente en su plaza de toros, de una atroz matanza de 4.000 republicanos allí detenidos, como contó el periodista estadounidense Jay Allen. Fueron pasados por las armas sin juicio y a manos de tropas “moras” y legionarias al mando del entonces teniente coronel falangista, Juan Yagüe. El que sería el general más franquista entre los franquistas, justificó aquella atrocidad ante la pregunta del periodista estadounidense al respecto, con otra pregunta: “¿y qué quería Usted, que me los llevara conmigo presos hasta Madrid (en referencia a los miles de republicanos allí asesinados, muchos de ellos quemados vivos según Allen, por tropas a sus órdenes)?”.

Siempre sucede lo mismo. Todas las guerras comienzan o prosiguen narrando atrocidades del adversario según los vencedores, que silencian las denuncias de los vencidos, pero solo la memoria pone los puntos sobre las íes y hace justicia a la verdad. Pero, aparte de las horribles exacciones que implican las guerras, lo que en nuestro país resultó ser más sangrante, si cabe, fue la cruel, ininterrumpida, vengativa y posterior represión de los vencidos a lo largo de la sombría posguerra. Aún hoy, esto tiene que saberse, permanecen sepultados en cunetas, baldíos y descampados más de 100.000 españoles que fueron pasados por las armas a partir de entonces. De las 2.567 fosas comunes contabilizadas aún existentes, solo 9.700 de ellos y ellas han sido exhumados y han podido ser dignamente enterrados por sus deudos. Del resto… Ahí reside el quid de lo sobrevenido después, al aflorar la información comprobada que da cuenta de todo ello.

Resulta muy confortable para los que hoy alardean de defender a “la Patria en peligro”, peligro proyectado contra la izquierda española, el olvido de episodios como los acaecidos durante la posguerra: nunca se depuraron responsabilidades; nadie fue a la cárcel por aquellos crímenes contra españoles que sintonizaban con la República y con las reformas sociales y económicas que se propuso emprender: reformas y avances que los alzados en armas truncaron a sangre y fuego de manera inmisericorde, sepultando a España en unos tiempos oscuros, de inanidad moral, hambre, miedo y mediocridad existencial. Ni siquiera los torturadores al servicio del régimen franquista fueron a prisión.

Culpar a José Luis Rodríguez Zapatero de los odios hoy desatados es una manera cobarde de limpiar de culpa a quienes protagonizaron las matanzas y torturas de la posguerra, los mismos que murieron tranquilamente en sus camas, mientras medio millón de familias españolas, a las que también expropiaron, asumieron una existencia precaria y marcharon al exilio, lejos de su Patria. Republicanos, comunistas, socialistas, anarquistas, librepensadores, maestros, literatos, militares, funcionarios, artistas, profesionales, simples demócratas, fueron eliminados o emigraron huyendo de una dictadura hoy añorada por los “patriotas alerta”.

Por consiguiente, menos relatos unilaterales y sesgados sobre lo sucedido en nuestro dolorido país. Tengamos en cuenta cómo realmente fue aquello, condición sine qua non para lograr una auténtica e informada reconciliación, preconizada antes que nadie por la izquierda tantas décadas proscrita. Y salgamos del bucle del odio que los “salvadores de la Patria” esparcen hoy a los cuatro vientos para regresar como sea a un poder gubernamental que han perdido temporalmente y que siempre han considerado, altaneramente, patrimonio exclusivo suyo.

La derecha y la extrema derecha de nuestro país se hallan sumidas en un evidente desconcierto. La primera, con un liderazgo sin talento, ni imaginación, ni ganas de hacer nada más que la cómoda práctica de insultar. Ha perdido las formas. En su interior se gesta una profunda escisión. Las alternativas que se pergeñan son peores aún que la situación vigente. La segunda, solo sabe ofender. Está depurando internamente toda voz crítica. La pugna entre neoliberales y neofascistas, hoy en sordina, no tardará en estallar. Lo demuestran cada día. Han degradado el Parlamento hasta límites inconcebibles hace apenas unos años. Ni una idea propia puebla sus estrechas y dogmáticas mentes. E, incluso, para más inri, se acogen a los faldones del disfórico presidente estadounidense, que está sepultando a grandes zancadas lo poco de democracia que aún conservaba Estados Unidos, amén de suscribir su política ultranacionalista de aranceles tan lesivos, tan antipatrióticos pues, para la economía y la industria españolas. Es hora de que los estudiantes españoles en Estados Unidos regresen, antes de que los expulsen por su hispanidad. A ver cuándo las élites se dan cuenta de que educar a sus hijos e hijas allí puede ponerles en peligro. En una sociedad, por cierto, de la que poco pueden aprender.

Item más, estos próceres de la derecha extrema y de la extrema derecha no son capaces de admitir que el asesinato masivo de niños por parte del Gobierno de Israel es en verdad un infanticidio genocida sin excusa de ningún tipo. Ya van cerca de 20.000 niños asesinados bajo las bombas. ¿Pero, qué puede estar pasándoles por la cabeza a los enloquecidos dirigentes españoles para avalar políticas tan inmorales, criminales y suicidas conductas, para fotografiarse en Tel Aviv con el asesino Benjamín Nethanyahu o hacer apología cómplice de su Estado, en sus manos convertido en colonialista, racista y fundamentalista?

En cuanto a la izquierda, algunos españoles nos hemos negado a criticarla cuando ha sido sometida a un linchamiento ininterrumpido y generalizado desde el arranque mismo de su mandato coaligado, el primer mandato de coalición desde el origen de la democracia, por cierto. Golpear al golpeado y linchado es de miserables. Y mientras prosiga la ofensiva judicial –casi siempre sin pruebas fehacientes–; mediática –con el 80% de sus cabeceras, por sus titulares y contenidos, en manos de la derecha extrema–; y ahora también financiero-empresarial –hoy incorporada a la beligerancia más obscena desde su valladar más potente, las eléctricas-nucleares–… enhebrar las muy necesarias críticas al Gobierno no servirá, desgraciadamente, para enmendar nada sino que tan solo serán tergiversadas en pienso rumiante por los linchadores y mentirosos habituales.

Pero críticas si cabe hacerle. Desde luego. La más consistente se refiere a la falta de atención a una teoría política, precisamente crítica, acuñada por los grandes pensadores de la izquierda desde que el pueblo llano y la juventud surgieran a la escena histórica, frente a las élites absolutistas, a partir de la Revolución Francesa. Uno de sus lemas fue, convendría no olvidarlo: “pas de liberté aux ennemis de la liberté”. Pues eso.

Ultranacionalismo tóxico

¡Ah! y no demos pábulo al ultranacionalismo, el mismo que esgrime el columnista señorito madrileño y algunos conmilitones obcecados con una idea folclórica de lo que es la Patria, la Patria de los que se colocan la banderita en la muñeca y se van a Miami para no pagar impuestos al Estado democrático. No. La Patria es de quienes madrugan, trabajan, tributan aquí y pugnan por arrimar el hombro en la fortificación de una democracia política y económica, hoy precaria y amenazada por los neogolpistas de aquende y allende; democracia que tanto esfuerzo y tanta sangre costó conseguir y que los de siempre nunca hicieron nada por traer y pretenden descabalgarla a costa de volver a llevarnos a las trincheras, otra vez más en nuestra atribulada Historia. Recordemos que ese ultranacionalismo en claves germana, francesa y británica desencadenó buena parte de las dos guerras mundiales y la hegemonía ultranacionalista estadounidense, que desmeduló a su antojo Europa: es decir, más de 100 millones de muertos y millones más de heridos, amén de una Europa desventrada, troceada y derruída. El ultranacionalismo emitido en clave hispana, acarreó lo que tantos conocimos tanto. Hay que desterrarlo de nuestros lares.

Investigar no es juzgar

En cuanto a las instituciones, deben cumplir sus cometidos legales sin propasar las funciones asignadas. Investigar policialmente un delito o un supuesto delito es una cosa; pero juzgarlo, es otra cosa bien distinta. Quien investiga no puede en ningún caso juzgar. Es como informar y decidir al mismo tiempo. Para juzgar se necesitan pruebas, no meros indicios. Hay jueces, sí que los hay, que no olvidan este deber; otros, sin embargo, se han olvidado de esta evidencia, como sus endebles instrucciones muestran. E incurren –a sabiendas o no– en prevaricación. Se obcecan en un rencor contra un Gobierno democrático y olvidan la responsabilidad que sus actos, cuando son irresponsables, implican o pueden llegar a implicar: el desgaste de las instituciones democráticas y del Estado, preámbulo obligado de la confrontación directa entre españoles. Pero la democracia es el antídoto. El mejor y el único que conocemos. Han de saberlo. Eso sí, con reformas troncales relativas a los poderes.

Por otra parte, hay algunos profesionales de instituciones prestigiosas que tratan de tomarse la justicia por su mano –juzgan además de o en lugar de, investigar- y eso no hace más que contribuir a degradarlas. Recordemos al tipo aquel de los bigotes, pistola en mano, secuestrar la sede soberana del pueblo e intentar que todos se le arrodillaran. Aquello dañó enormemente la imagen de una institución que por su laboriosidad merece respeto, respeto pisoteado en aquel episodio y, en distinta medida, en algunos otros a los que ahora asistimos.

Así pues, la Patria no es de los desertores de la democracia, ni de los que la hieren a cada paso con su cerrazón e intolerancia, con su patrioterismo sin salida que se propone erosionar y desmantelar todo lo tan trabajosamente construido… ¿para qué arrumbarlo todo? ¿Qué persiguen?

Cabemos todos

En España cabemos todos si somos capaces de respetar unos principios básicos de convivencia democrática. Tenemos un bello y soleado país, rico en sus gentes, abierto al mundo. Con una posición estratégica en el confín occidental de Eurasia que nos da un margen considerable de autonomía geopolítica a esgrimir frente a la gran superpotencia depredadora. Un país europeo que vale la pena en todos los sentidos, salvo cuando su gente se adormece y se niega a amarlo. Esta es la tierra de Diego Velázquez, Bartolomé Murillo, José de Ribera y Pablo Picasso; de Miguel de Unamuno, Antonio y Manuel Machado; de Federico García Lorca, Miguel Hernández, Rosalía de Castro, Juan Ramón Jiménez, Gabriel Celaya y Joan Maragall; de Marcelino Menéndez Pelayo, José Ortega y Gasset, José Gaos y María Zambrano; de Clara Campoamor y Dolores Ibarruri; de Santiago Ramón y Cajal y Severo Ochoa; del exilio y del terruño; de todos aquellos y aquellas que mamaron una visión del mundo en clave española, crítica y rebelde, realista y soñadora.

Atentos pues a los que no respetan la España democrática de todos, a la que agreden de obra o de palabra, con sus soflamas, gestos y voces de odio, rencor y venganza. La concordia exige mucha paciencia: la misma que tuvo José Luis Rodríguez Zapatero para acabar con el terrorismo; Adolfo Suárez y Manuel Gutiérrez Mellado contra el golpismo; o Pedro Sánchez, para desactivar el independentismo y la secesión. Recordemos el primer mandato de José María Aznar, cuando el rencor aún no había colonizado su discurso. O a Manuel Fraga, “todo un caballero, porque entraba en todos los sitios a caballo”, como ironizara el escritor progresista Antonio Gala sobre el político gallego, que logró meter con calzador en el redil al franquismo residual que hoy, desdichadamente, asoma la cabeza por doquier.

Una España esperanzada

Miremos al futuro con esperanza. España siempre es sorpresiva y distinta. Distinción que hoy, en política, cobra la fuerza de una divisa singular ante la marea de involuciones y retrocesos antidemocráticos que observamos en Europa. Dejemos que los gobernantes gobiernen sin hostigarles, mucho menos lincharles, y cuando marren, cuando yerren, como suelen hacer en ocasiones, demos paso a la crítica enmendante y creativa, frontal y sin remilgos. Tendamos la mano a los intransigentes. Invitémosles a recapacitar antes de que sea demasiado tarde. Ofrezcámosles, también, una autocrítica sincera de nuestros propios errores. Dejemos a un lado el ruido, el resquemor y la desconfianza.

Y, por último, a mi amigo, recordarle que no desfallezca ante el simplismo de la tribuna de opinión que me envió y pedirle que regrese a las filas de los demócratas, donde militó como sus obras demuestran, sin olvidar que quienes respetamos la España democrática y esperanzada somos muchos más –y mejores– que los que la agreden: la Patria no es suya.

RAFAEL FRAGUAS

Rafael Fraguas (1949) es madrileño. Dirigente estudiantil antifranquista, estudió Ciencias Políticas en la UCM; es sociólogo y Doctor en Sociología con una tesis sobre el Secreto de Estado. Periodista desde 1974 y miembro de la Redacción fundacional del diario El País, fue enviado especial al África Central y Oriente Medio. Analista internacional del diario El Espectador de Bogotá, dirigió la Revista Diálogo Iberoamericano. Vicepresidente Internacional de Reporters sans Frontières y Secretario General de PSF, ha dado conferencias en América Central, Suramérica y Europa. Es docente y analista geopolítico, experto en organizaciones de Inteligencia, armas nucleares e Islam chií. Vive en Madrid.

2 Comments Responder

  1. Uf!!!
    Las dos Españas..
    Seminaristas lanzados al vacío.
    Danzas dantescas con monjas muertas…
    Entradas en pueblos de milicianos sin piedad igual que muchos falangistas deseoso de venganza.
    Mal para los dos bandos.
    Terror de las dos partes.
    Que jamás regresen esas terribles actuaciones que crean los protagonistas de esas guerras.

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