Europa, de nuevo, parece haber perdido el juicio. Y asume los aires de guerra que llegan del Atlántico. El desplazamiento del centro de gravedad de la OTAN hacia el Este europeo, explícito en la reciente integración en sus cuadros de mando de lituanos, estonios, polacos y euro-orientales en general, es todo un síntoma del carácter ofensivo que la organización militar estadounidense se propone atribuir a Europa, cuya frontera bélica Washington lleva al límite continental con Eurasia. Y Europa lo hace con la aquiescencia -¿o la inconsciencia?- francesa, alemana y, sobre todo, británica. Todo indica que la confrontación con la Federación Rusa no le resulta suficiente a la OTAN y se pertrecha para convertir Europa en la avanzandilla y el escudo estadounidense de la guerra que la Casa Blanca perpetra contra China.
Este sostenido impulso bélico ha pasado, en apenas unos meses, de exigir a los miembros europeos de la OTAN el 2% de sus presupuestos a imponerles ahora el 5%, por el mero capricho del desmelenado inquilino de la avenida de Pennsylvania. Como si el estado de bienestar, es decir, Sanidad, Educación, Cultura y Libertades públicas, no fueran las bases que legitiman el proyecto de unión europea y sus Estados pudieran ser, al tún tún, desprovistos de recursos básicos con los que preparar una guerra ajena e indeseada por los europeos.
No nos engañemos. La presión norteamericana no es cosa coyuntural ceñida al segundo mandato de un señor de rubio tupé caracterizado por sus caprichosos bandazos. Sus ínfulas, tan lesivas para Europa, ya estaban implícitas en la mente del tan loado como mal conocido Barak Obama, que inició el proceso de devaluar premeditadamente el peso de Europa y el Medio Oriente entre las prioridades de la política exterior de Washington. Abandonaba casi todo lo concerniente a Europa por mero desinterés y el Medio Oriente lo dejaba, por hartazgo, en manos de un Israel embridado por Benjamín Nethanyahu, como si este individuo fuera capaz de sacarle las castañas del fuego a Estados Unidos en el área en vez de comprometerle gravemente como viene haciendo desde entonces.
Todo obedecía a que la política estadounidense había virado abrupta y belicosamente contra China, que disputaba a Washington el dominio mundial en la tecnología y en el comercio, escalando posiciones cada vez más cercanas a la hegemonía de las finanzas y la gestión de la deuda mundiales. Y los poderes fácticos vigentes en Washington –Wall Street, Sillicon Valley, el complejo militar industrial, la CIA-FBI-Hollywood y la Mafia, no podían consentirlo. China era ya desde entonces el adversario estratégico al que abatir. Y como en el ámbito tecnológico y comercial, el capitalismo financiero anglosajón no daba para más, una vez agotadas tantas fuentes de extracción de riqueza, era preciso transformar la rivalidad con China en una clave militar, escenario donde Estados Unidos podía esgrimir, todavía, su posición dominante dado el potencial de sus arsenales. Por eso en Europa nos encontramos donde estamos ahora, en la víspera de una guerra en la que vamos a llevar, de no remediarse con sensatez tanta estupidez, la peor parte, la de la peligrosa primera línea que guarezca la cómoda retaguardia donde Estados Unidos se encuentra, protegido a buen recaudo por dos océanos, sin vecinos militarmente relevantes al Norte, Canadá y al Sur, México.
Vía de salida
¿Qué vías de salida tiene esta inquietante situación, desde la perspectiva europea? La única y la mejor alternativa parece ser una transformación del rol a desempeñar por Europa en la escena internacional. ¿Qué transformación? Sencillamente, abandonar la condición de beligerante, impuesta por la OTAN-Casa Blanca, con su 5% de tributo imposible y mayores dosis de sumisión, y adquirir la condición de árbitro entre las superpotencia Estados Unidos y la gran potencia China. Este poder arbitral se justifica porque Europa mantiene con ambos contendientes estrechos lazos de amistad y cooperación, que deben ser conservados como muy valiosos. Europa puede movilizar su ascendiente cultural, civilizacional y, señaladamente, diplomático para distender la rivalidad en clave ofensiva que Estados Unidos destila, así como para disuadir a China de que no responda militarmente, sino con negociaciones, a lo que Pekín interpreta como provocaciones estadounidenses a su soberanía en el Mar de China, a propósito de Taiwan y, lo que es más importante, respecto del angosto y vulnerable estrecho de Malaca, por donde transita gran parte de su comercio exterior, vital para su existencia. Esta estrechez naval es la que explica la apertura de la terrestre y ferroviaria Nueva Ruta de la Seda.
Estados Unidos dista 10.000 kilómetros de China. La función de policía mundial que Washington se atribuyó al finalizar la Segunda Guerra Mundial no tiene sentido tras el fin de la Guerra Fría, hace ya 34 años. La URSS perdió 15 repúblicas y dejó de ser la otra superpotencia, para ocupar hoy el rango de gran potencia. Resulta una estupidez pensar que la Federación Rusa quiere recobrar aquel poder, irremisiblemente perdido. Pudo agregarse toda Ucrania y no lo hizo. Es absurdo pensar que trate de adueñarse de todo el Este europeo, como en la OTAN se desgañitan a vociferar, porque Putin puede ser de todo, menos loco e inconsciente. Bastante tiene con impedir nuevos retrocesos. Pero líbrese cualesquiera de provocar al oso herido, como se hizo integrando a capón a todos sus Estados fronterizos, desde Lituania a Rumanía, en la OTAN: aún puede dar zarpazos.
¿Qué sentido tiene reeditar la lucha de hegemonías, en este caso sino-estadounidense, cuando la coyuntura mundial, mandatarios disfóricos aparte, brinda posibilidades de bienestar, igualdad y desarrollo inéditas en la historia de la Humanidad?
Europa puede asumir ese valioso poder arbitral aquí sugerido. Tiene ascendiente, también militar, para ello. Hay muchos jeremías continentales, que lloriquean siempre y niegan la posibilidad de que Europa adquiera autonomía militar geoestratégica. ¿Qué pasa, que l’Armeé francésa, la Bundeswehr germana, las Fuerzas Armadas Española, el Sity Zbrojn Polskiej polaco, el Esercito italiano, el Förvarsmakten sueco, o la Armata Romana rumana, más sus centenares de miles de reservistas… no cuentan, carecen de experiencia, no disponen de cualificación, ni de doctrina militar, son débiles pese a contar con más de 1.5 millones de hombres y mujeres en armas, potentes medios terrestres, aéreos y navales, centros de mando especializados, más fachadas a un mar y un océano? ¿Acaso la OTAN les enseñó su oficio a los militares europeos?
Si a los árbitros se les exige capacidad disuasoria, ahí están los ejércitos europeos, que no necesitan verse encuadrados por una superpotencia que hoy por hoy, como ayer también, solo parece exigirles vasallaje y atención a consignas que obedecen a intereses abiertamente extra-continentales, lesivos para los intereses europeos.
El Sur, desatendido
En lo inmediato, cuando el Sur europeo, concretamente España, señala los peligros que pueden estar cocinándose en la frontera continental meridional, desde la prepotente anglosfera no hacen ni caso. Para cualquier conflicto que surja por estos lares, nos dicen que nos las arreglemos solos. Ellos están obsesionados con Rusia, muy intoxicados de rusofobia, y abismados en volcarse con Ucrania, un pozo sin fondo, voraz de recursos europeos, cuyos dirigentes llevan camino de arruinar a toda Europa porque, con sus absurdas ínfulas neoliberales, no calibraron la osadía de emprenderla contra la perseguida población rusófona de su propio país ucraniano, donde, desde 2014, se sitúa el origen de esta guerra, rubricada por la absorción rusa de gran parte del Donbass y de Crimea.
Y desde la anglosfera, ¿pretenden que hagamos caso de sus mimados ahijados polacos y bálticos cuando entran en pánico después de haber enredado en la entrepierna del vecino oso herido, bajo cuya férula estuvieron décadas? No. Europa debe despertar del sueño hipnótico trufado por los delirios de grandeza de una anglosfera que no se aviene a asumir el fin de su hegemonía geopolítica y juega a muerte la baza ucraniana. El destino de Europa continental les importante un comino. Cien diputados laboristas han afeado su conducta belicista al Primer Ministro británico, Keir Starmer, la nueva lumbrera que en apenas unos meses ya es capaz de confundir lo laborista cono lo neoliberal.
Apartad el foco
Por su parte, la OTAN, en vez de apartar el foco del corredor Mar Báltico-Mar Negro, callejón donde se fraguaron las dos Guerras Mundiales, vuelve a enfocar su atención militar sobre esta atribulada zona eslava y balcánica, cuya única alternativa geopolítica viable es la neutralidad, condición sine qua non para garantizar la existencia en paz de sus pueblos, tan imprudentemente malgobernados.
Sin la menor duda, si Europa despierta de esta pesadilla belicista en la que Washington y Londres pretenden involucrarnos, en el vasto continente euroasiático se abrirá paso un horizonte de benéfico bienestar, material y moral, de colaboración y de amistad, capaz de irradiar su ventura a otros continentes. Los mejores árbitros, como Europa puede y debe llegar a serlo, saben paladear, con la delectación que la deportividad regala, la satisfacción del deber equidistantemente cumplido.