La muerte de Magallanes, hambre, sed y la primera vuelta al mundo

3 de mayo de 2024
6 minutos de lectura
La Primera Vuelta al Mundo

La odisea se dio después de un tremendo periplo en la que la expedición española debió sortear rebeliones propias

La primera vuelta al mundo se dio después de un tremendo periplo en la que la expedición española debió sortear rebeliones propias, enfrentar al hambre, a la sed, y a su descreimiento tras ver que el sufrimiento no cesaba. Así la única nave de la expedición de Hernando de Magallanes, que escapó al fracaso, al mando de Sebastián Elcano logró dar la primera vuelta al mundo perdiendo también la vida como su comandante.

El 3 de octubre de 1519 cinco naves llamadas Trinidad, San Antonio, Concepción, Victoria y Santiago con 300 hombres a bordo y al mando de Magallanes partieron desde Canarias, rumbo a los que llamaban la Especiería.

Llegaron a África y luego desde un puerto de Sierra Leona cruzaron el Atlántico hacia Brasil. A la actual Río Janeiro, la llamaron Santa Lucía, y desembarcaron para tomar posición, pero les ganó la desorientación y confundieron al río de la Plata con un paso hacia el Pacífico, y navegaron por el río Uruguay hasta el departamento uruguayo de Colonia y el argentino de Islas del Ibicuy en la provincia de Entre Ríos. La primera rebelión de la tripulación se dio en las costas brasileras y hubo una segunda en suelo que luego sería la provincia argentina de Entre Ríos. Pero ambas, Magallanes supo sofocarlas sin llegar a episodios crueles.

Navegaron sin inconvenientes serios hasta la Patagonia, los actuales puertos Deseado y San Julián permanecieron un tiempo largo. Los españoles se asombraron de la corpulencia de los indígenas del lugar y los llamaron Patagones.

Magallanes viajaba muy apegado a su fe y quiso celebrar la primera misa en suelo argentino y lo hizo en domingo de ramos de 1520, después de sofocar una rebelión de sus capitanes. Pasó por las armas a varios de ellos, y a otros lo perdonó, entre quienes tuvieron otra oportunidad estaba Juan Sebastián Elcano.

No tenían alimentos y enfrentaban al hambre comiendo mejillones, y bebían nieve derretida. Encima la nave Santiago quedó destrozada al chocar contra la costa. Tras las pérdidas, Magallanes descubrió un cabo al que bautizaron como “De las mil vírgenes”, donde se abre el estrecho, que hoy lleva su nombre. 

El triunfo de la expedición de Magallanes fue descubrir la forma de llegar a las islas de las especias sin pasar por los dominios portugueses, determinados por el Tratado de Tordesillas. Al estrecho lo llamaron “patagónico”.

En 1520 pusieron proa hacia lo que hoy es Chile y hubo un ánimo distinto ante las aguas calmas y los vientos del Pacífico. Pero el hambre y la sed ya eran insoportables. Llevaban meses sin comida fresca. Lo único comestible que tenían era una suerte de galleta, que se había hecho polvo y que estaba agusanada. El agua para beber estaba amarillenta.

Algunos trozos de pieles resecas las ponían en remojo en agua salada cuatro o cinco días y las cocinaban en las brasas. La carne de rata llegó a cotizarse a medio ducado. Pocos miembros de la expedición estaban sanos. Muchos habían muerto de enfermedades, entre ellos un patagón que habían llevado, y a otros se los veía mal.

En las islas, los indígenas se colaban en el barco y robaban. Pero, a su vez, se mostraban amistosos con los españoles y en esa relación cordial, los españoles pudieron convertir a muchos indígenas al cristianismo y pudieron dar con valiosos cargamentos de especias y diversos productos.

El fin de Magallanes

Investigadores e historiadores estudiosos de la expedición de Magallanes, señalan que la muerte del hombre que cambió el mapa del mundo empezó cuando Zula, uno de los jefes de la isla de Mactán, le hizo saber a Magallanes del tributo acordado, pero que no era por su culpa, sino la de Lapulapu, el monarca de la isla.

La muerte de Magallanes. Con el agua a la rodilla y malherido, intentó defenderse hasta el final

Lapulapu controlaba la entrada al estrecho que llevaba al puerto de Cebú. Por las características de “Punta Engaño”, los buques que iban a Cebú se confundían y terminaban en Mactán, y el rey aprovechaba para aplicarles altos impuestos y llegó a quedarse con la carga de los barcos.

Magallanes consideró que el tributo que faltaba -una cabra, tres cerdos, tres cargas de arroz y tres de mijo-, además de algunas provisiones para los barcos, no eran tan importantes como para desatar una guerra. Pero lo que sí encendió la mecha de la discordia fue la exigencia de Magallanes de que Lapulapu aceptase el liderazgo de Huambón, su aliado. Los indígenas se sintieron traicionados, y no aceptaron; entonces, Magallanes decidió dar un escarmiento a los nativos de Mactán para demostrarles quién era el jefe. Mandó a quemar casas cerca del palacio real de Lapulapu y saquearon todo lo que pudieron. El monarca indígena enfureció.

Magallanes y sus hombres fueron a Mactán a enfrentar al rey rebelde, quien amenazó con ahogar a todos los españoles echándolos a las aguas heladas del Pacífico, y echaría sus planes de comercio y evangelización.

Magallanes le exigió reconocer al rey español, obedecer al monarca de Cebú y pagar el tributo. De lo contrario, habría guerra.

Los indígenas se pusieron en alerta, reclutaron a los hombres y, como defensa cavaron fosos con púas entre el mar y sus casas.

Magallanes esperó el amanecer para atacar. Debieron caminar con el agua a la rodilla por la cantidad de rocas que impedía llegar a la playa. Armados con ballestas y arcabuces debían enfrentar a 1500 indígenas que estaban bien parapetados y distribuidos en varias posiciones.

Durante una hora sostuvieron un duro combate, en el que los proyectiles de los mosquetes y de las ballestas no tenían la efectividad esperada.

Los españoles soportaron una lluvia de lanzas, piedras e incluso tierra. Una flecha envenenada atravesó la pierna de Magallanes, quien ordenó una retirada lenta, pero nadie le hizo caso y quedó solo con un puñado de hombres. Un indígena lo golpeó en la frente y otro lo atravesó con su lanza su cuerpo. En ese tumulto, los hombres de Magallanes alcanzaron a escapar.

La vuelta al mundo

Al quedar sin jefe, la tripulación nombró a Duarte Barbosa al frente de la expedición y por error aceptó una invitación del rey de Cebú, donde fue asesinado junto a sus acompañantes, los españoles quedaron diezmados.  La carabela Concepción solo contaba con tres hombres y se incendió. La tripulación fue distribuida entre los dos barcos que quedaban y emprendieron la navegación a mar abierto, pasaron rápidamente por Borneo donde fueron atacados, hicieron escala en las islas Molucas donde Gonzalo Gómez era el capitán general, mientras que Juan Sebastián Elcano -que había comenzado como maestre de la Concepción- era el capitán de la nave Victoria.

Con las bodegas cargadas de especias, partieron rumbo a Europa. Pero la Trinidad, como hacía agua, decidió regresar para ser reparada y cayó en manos de los portugueses. Mientras tanto, en 1522, Elcano debió sofocar un motín y dos de sus cabecillas huyeron a la isla de Timor.

La navegación continuó por el océano Indico y en mayo de ese año se dirigieron hacia el Cabo de Buena Esperanza. Al no hacer tierra, la gente quedó sin provisiones y sin agua, y esa hambruna dejó como saldo 25 hombres muertos.

En Cabo Verde, Elcano envió a un grupo de tripulantes a traer provisiones, pero los portugueses no los dejaron regresar.

Elcano continuó el viaje con 20 hombres, de los cuales dos morirían y llegaron a España en septiembre de ese año, al día siguiente el barco entró a San Lúcar de Barrameda. Remolcado, remontó el Guadalquivir hasta Sevilla. 

Navegaron 14.460 leguas, y habían dado la vuelta al mundo. Meses después llegaron los hombres que habían quedado prisioneros en Cabo Verde, y cinco sobrevivientes de la Trinidad lo hicieron en 1525.

El día de la llegada, la gente se agolpó en el puerto. Elcano y su gente vestían jirones, estaban débiles, tirados sobre cubierta. Al otro día, más repuestos, cumplieron la promesa que habían hecho si llegaban vivos: descalzos, fueron en procesión con velas a rezarle a la Virgen Santa María de la Antigua en la Catedral de Sevilla, a darle las gracias por regresar con vida y a contarle que era posible dar la vuelta al mundo.

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