Juego peligroso: La deriva hacia el radicalismo de ultraderecha de la élite en Panamá

8 de septiembre de 2022
10 minutos de lectura
Publio Ricardo Cortés C.

En Panamá el debate ideológico ha sido casi nulo. A la abrumadora mayoría nos pueden ubicar perfectamente dentro del rango que va desde el centro a la derecha. No hay nada que rechacemos más los panameños que el hambre y la falta de libertad de Cuba, Venezuela y Nicaragua. Si juntamos a toda la supuesta izquierda, encontramos un peso electoral marginal. 

Los partidos políticos con real importancia electoral tienen diferencias ideológicas imperceptibles. Todos se acusan entre sí de ser ladrones y todos ofrecen ser más eficientes, implementando la misma agenda económica de centro-derecha. Para muestra, un botón: un partido de la Internacional Socialista en gobierno, fue el que implementó en Panamá las recetas de la privatización del “consenso de Washington”, a finales del siglo pasado.

Hasta ahora (y dudo que cambie), Panamá está muy lejos de ser un país que pueda ingresar en la “ola rosada”, a la que se refiere Christopher Sabatini en su artículo de 31 de agosto pasado en FOREIGN AFFAIRS, donde analiza la tendencia de algunos importantes países latinoamericanos con nuevas dirigencias de políticos de centro izquierda como AMLO, Petro y Boric. Panamá no tiene ni tendrá en el futuro cercano líderes de relevancia con ese perfil.

¿Significa que Panamá es un paraíso de concordia y paz social? No, tristemente no. La realidad es que el país es una bomba social en estado latente que puede estallar, de verdad, en cualquier momento. En julio se dio una importante demostración de inconformidad social por el “alto costo de la vida”, todavía sus efectos están presentes, pero yo creo que lo realmente grave está por venir, si no actuamos con prudencia.

Pese a haber mantenido cifras de crecimiento muy presentables, la economía de Panamá antes de la pandemia había perdido el empuje y sectores importantes como la construcción ya estaban en crisis. Debido al impacto de la pandemia, la economía se derrumbó en 17.9% en 2020, siendo uno de los países más castigados en América Latina, alcanzando 18.5% de desempleo, la tasa más alta en dos décadas, mientras que la informalidad llegó a 52.8%. 

Hoy el país está un poco mejor, pero el desempleo sigue alto: 9.9%, cifra que está muy cerca del promedio pronosticado por la CEPAL para la región en 2022. La informalidad es altísima aún: 48.2%, lo cual se afea más con datos vergonzosos de evasión escolar, malos resultados en matemáticas y con un exceso de concentración de la población y la producción en la ciudad capital, donde la delincuencia de la periferia excluida está en alza.

La pata más floja de la mesa es la distribución de la riqueza y la desigualdad. Panamá marca como el segundo país más desigual de América Latina, siendo esta región la más desigual del mundo. El impuesto sobre la renta de las personas jurídicas muestra un nivel de evasión de 73% según la CEPAL, lo cual es una evidencia del ineficaz efecto redistributivo de los impuestos, resultando peor el asunto si agregamos que los “lobbies” han logrado un catálogo de exoneraciones tributarias que representan un no pago de impuestos con sustento legal. 

El sistema de pensiones colapsará en 2023, en medio de un panorama político prelectoral caldeado. Las autoridades de defensa de la competencia y de recaudación de impuestos, tienen un muy pobre peso institucional, sobre todo por la limitación de recursos.

Desde las elecciones de 2009 se viene observando una quiebra de la fe en la democracia como sistema de gobierno, un agotamiento de los partidos tradicionales, lo cual no ha hecho más que empeorar debido a innumerables escándalos de corrupción, cuyo manejo por el sistema de justicia penal ha revelado una profunda debilidad de las instituciones. El bien más escaso en Panamá es la credibilidad. 

Como si lo anterior no fuera suficiente, a ese lago de las tormentas está también desembocando otra corriente menos comentada, pero que viene pisando fuerte y tiene la potencia suficiente para terminar de poner a punto este barril de pólvora: se trata de la radicalización de la élite económica y empresarial, que hoy en día adoptó como pensamiento único el fundamentalismo de derecha.

Resulta de lo más normal que la élite empresarial y económica ideológicamente esté más hacia la derecha que otros sectores. Ello de por sí no tiene ningún problema. Es de esperar que este sector realice una defensa muy animada de la iniciativa privada y de la libre empresa, causa en la cual, dicho sea de paso, la inmensa mayoría de los panameños estamos claramente unidos. 

Lo novedoso, es que las corrientes dominantes de esta élite empresarial y económica, han adoptado unas posturas militantes en contra de la existencia misma del modelo de Estado de Bienestar Liberal, descrito por la Constitución Política, y el cual, de forma directa o indirecta, también es producto de la influencia de su propia clase social, en generaciones anteriores, inspirado en el New Deal de Franklin Delano Roosevelt. Ahora la élite rechaza, por “comunista”, el mínimo rol del Estado como actor dentro de la economía, en su papel de compensador razonable de las cargas de la desigualdad de oportunidades.  

Todo comenzó hace un par de décadas como una secta extremista de locos de clase media y alta, que imitaban al pensamiento del “Tea Party” y del ala más radical del Partido Republicano de Estados Unidos, discurso luego acaparado por Donald Trump. También tuvieron el respaldo y la admiración de entes ideológicos ultra conservadores de Estados Unidos como The Heritage Foundation. En Panamá pocos los tomaban en serio. 

Sin embargo, a través de los años, han ido creciendo, sus activistas son muy vocales, llevan adelante programas de reclutamiento y entrenamiento de líderes y es una logia que tiene una importante penetración social transversal, repitiendo el credo básico de derecha radicalizada y exaltada, de figuras y partidos como Vox en España, Steve Bannon y Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil, Miley en Argentina, Le Pen en Francia, Matteo Salvini en Italia y similares. 

Se alimentan de las mismas fuentes de información y sitios web que los fanáticos de Estados Unidos que atacaron al Capitolio y creen en alucinantes teorías de la conspiración.  En su núcleo más duro están enfermos de ideología (incluyendo a algún tarado con iniciativa) y repiten un abecé fácil de asimilar para imitadores de manual, con muchas ganas de justificar el status quo de desigualdad por propio beneficio o para hacer puntos en busca de aceptación y ascenso social. 

Ofrecen: la destrucción del Estado de Bienestar Liberal que está en Constitución y en ese afán equiparan cualquier política económica de equilibrio de cargas con “socialismo”. Promueven el “destino manifiesto” de Panamá como centro mundial de evasión de impuestos, para ayudar por esa vía a los “defensores de la fe” que son perseguidos por el ogro Estado en todo el orbe. Todo el que pide que se lleve a la práctica el Estado de Bienestar Liberal que está en la Constitución, es descartado como “comunista” y “chavista”, enemigo de la “correcta vía”.  

Muchos de esos extremistas están tan enajenados dentro de su realidad digital alterna, que extrapolan problemas propios de Estados Unidos y los traen a Panamá, aunque no tengan mucho que ver aquí. Niegan el triunfo de Biden en las elecciones y hasta toman posturas a favor de la libertad de portar armas de guerra en Panamá, promoviendo nuestro supuesto “derecho ciudadano” a matarnos entre todos.

Así como algunos activistas de religiones protestantes enfatizan ante terceros que ellos son “cristianos”, para dar a entender que son “los verdaderos cristianos” y que los otros son unos farsantes, esta secta de locos seudo intelectuales se apropiaron del apelativo “liberal”, como si su versión yihadista, excluyente e incendiaria del liberalismo fuera la única posible. 

No hay forma que comprendan, por falta de lecturas, que tratar al valioso pensamiento liberal de forma reduccionista, como si fuera sinónimo del extremismo de derecha radical, racista, tóxicamente individualista, insensible en materia de derechos humanos, económicamente thatcheriano y fracasado, es tanto como, por ejemplo, reducir todo el pensamiento cristiano a la inquisición o todas las experiencias militares de Estados Unidos al triste episodio de Vietnam.

Ante el vacío de pensamiento y de visión sociopolítica de sectores importantes de la élite económica y empresarial, estos grupos extremistas bien organizados, han sido profundamente exitosos en su penetración de los principales partidos políticos con opción de poder y también dentro de los nuevos grupos políticos independientes y los gremios del sector privado. Al día de hoy, salvo excepciones, la gran mayoría repite de forma bastante articulada el mismo discurso radical de derecha. 

Abominan de las políticas públicas que conllevan algún tipo de desembolso de recursos para los sectores humildes, políticas públicas que ciertamente muchas veces están mal diseñadas y lucen teñidas de demagogia, pero las cuestionan con un nivel de saña, que no se compadece con el hecho de que el presupuesto público está profundamente averiado también por la enorme cantidad de subsidios y exoneraciones fiscales que benefician al sector empresarial y que son tratados por sus voceros como legítimos derechos merecidos e inalterables.

Esta élite, a través de sus vehículos mediáticos (que son casi todos), gremiales y políticos, ha fortalecido en los últimos años la denuncia, casi siempre acertada, de la corrupción política, pero lo hace de una manera quirúrgica, colocando al sector privado siempre como una víctima de esa corrupción, cuando es un hecho notorio que muchas veces desde el sector privado se propicia o colabora con la corrupción política.

¿Todos son iguales? Claro que no. Nunca son objetivas las generalizaciones. Sin embargo, los economistas e intelectuales de la élite o a su servicio, que no están radicalizados, que entienden perfectamente la necesidad de equilibrio y los peligros del “pensamiento único”, están prácticamente anulados. El sentimiento de lealtad de clase o el deseo de ascenso social, les impide ir contra la corriente. 

Eso provoca que muchos tomen una actitud de dejar hacer, dejar pasar, lo cual trae como resultado que las posturas extremistas dominen, porque son las que más empujan. De hecho, estos señores “prudentes” y “equilibrados”, de la “gente bien”, también carecen del sentido de la urgencia y sus sugerencias de estudios y planificaciones a largo plazo, cuando ya la bomba está empezando a estallar, no son atendidas por nadie.  

Esta contaminación ideológica ha colocado a las corrientes dominantes de la élite económica y empresarial, ante una reafirmación empecinada de que el status quo de desigualdad económica y de exclusión social debe ser defendido a toda costa, para lo cual tienen la muy valiosa colaboración no prevista, de los minúsculos grupos de izquierda no democrática, que elevan un discurso claramente minoritario y trasnochado de populismo al estilo de Fidel, fuera de época y profundamente irreal, pero suficiente para convertirse en el fantasma que la derecha radical necesita para abanicar el temor a convertirnos en Venezuela.

Queda así la mesa servida para el maniqueísmo más ignorante: O el radicalismo de derecha o el “comunismo” de Maduro. Según ellos no pueden existir más opciones. En un país que se distingue por lo superficial, la estrategia les ha funcionado a la perfección.

Esa defensa agresiva del status quo de desigualdad y esa cruzada contra el Estado de Bienestar Liberal que está en la Constitución, en la cual se ha embarcado la élite económica empresarial de Panamá, es un juego peligroso porque puede ayudar a crear las condiciones para escenarios que no benefician a nadie y mucho menos son favorables al ambiente de paz social y estabilidad institucional que es requisito indispensable para el mejor desempeño de la economía de mercado. Visualizo dos potenciales resultados negativos de esa aventura, uno más probable que otro.

Empecemos por el menos probable. Si la élite, usando sus vehículos políticos y mediáticos, consigue fortalecer las políticas públicas que mantienen la desigualdad, reduciendo el gasto social y sin crear las condiciones para aplacar el desequilibrio social, en lo urgente y de mediano plazo, podría provocar una revuelta social mejor estructurada que la anterior, que llevaría las cosas a un límite donde el status quo solamente se podría sostener vía la represión policial. Y no me refiero a desbloquear calles, con balines, toletazos y bombas lacrimógenas. No. Me refiero a una escala superior de rebelión y de represión, donde la fuerza letal sea necesaria. 

Si la élite lleva las cosas a este extremo, se estaría poniendo a prueba su control sobre los estamentos armados. Es mi presentimiento que en una situación de este nivel, la Policía Nacional, por su propia conformación social, no acataría la orden y no utilizaría la fuerza letal.  La élite podría perder el poder en manos de quién sabe qué coalición, apoyada por la Policía. No creo que algo así pueda ocurrir, pero es útil analizarlo.

La otra opción es la canalización del descontento por la vía electoral. Si las corrientes “oficiales” de la élite vacilan en ofrecer cambio social. El populismo de derecha, desgajado de esa misma élite, ofrecerá (y ya está ofreciendo) lo que sea necesario para llegar. Prometerán lo que se puede y lo que no se puede. Luego de que estén arriba, acrecentarán la corrupción, debilitarán todavía más las instituciones, acallarán la desigualdad con clientelismo con cargo a la deuda, volverán a elevar hasta el paroxismo el cinismo de la población necesitada.

Ya sabemos cómo es ese mundo: solamente podrán tener éxito las empresas que se plieguen al régimen de tráfico de influencias. Hay por lo menos dos opciones electorales ofreciendo este destino, una más poderosa que otra, pero tienen vasos comunicantes. Si tomaran el control del país, terminará de colapsar la institucionalidad y perderemos la opción de desarrollar una economía de mercado sana, en paz social.

Lo saludable sería que la élite económica acepte que no estamos en momentos para emprender experimentos de ingeniería social y que reconozcamos que las limosnas de la TELETÓN y la Responsabilidad Social Empresarial no son suficientes. Hay que hacer cambios estructurales que bajen la presión del desequilibrio social, fortaleciendo propuestas políticas que le quiten la iniciativa al populismo, cualquiera sea el signo ideológico que use. 

El desarrollo de la economía de mercado, la estabilidad institucional y la atracción de inversión extranjera a que todos aspiramos, se alcanza por la vía de apuntalar el Estado de Bienestar Liberal que proclama la Constitución. Ese camino requiere que la élite económica y empresarial se desintoxique de ideología, que adopte una visión práctica y abandone el juego peligroso. La reforma del sistema de pensiones será la prueba de fuego. Si las cosas salen mal para el sector privado, no digan que nadie se lo advirtió.

2 Comments

  1. Este es posible el peor artículo que he leido en mucho tiempo, generalizador, divisido, conspiranoico. Solo puede de venir de alguien que quiere mas estado y explotar a la población con mas impuestos, ese es el mayor interes de este señor.

  2. No sean ridículos. En un solo artículo quieren proselitar Comunismo y religión mundial. La elite no es derecha, es Globalista. La izquierda también son los títeres del Globalismo pero ni cuenta se han dado. Quieren meter a la elite como derecha para que la gente nunca vote por la derecha que es pro-familia, pro-vida, pro-responsabilidad personal, pro-patriotismo, y pro-defensa personal. Si algo hay que reconocerle a la izquierda es que cambiando su táctica de conquista por la fuerza a conquista por torcer la verdad y engañar a las mentes han ganado mucho terreno. Saben usar bien los medios de comunicación que les han proveído la elite para que les hagan su trabajo de conquista. Que simples son.

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