Víctor Hugo, Gauguin, Panamá y los antropófagos

28 de marzo de 2024
8 minutos de lectura
Autorretrato de Paul Gauguin.| Fuente: Wikipedia

Una de las características más o menos constantes de la novela francesa del siglo XIX es que incluye una gran cantidad de personajes. No importa si el estilo es romántico, realista o naturalista. Hay muchos protagonistas que suben o bajan de importancia, algunos pasan, impactan y se desaparecen por siempre. Hay otros que regresan. Son mundos totales que, en ocasiones, como han demostrado Balzac y Zola, son tan abarcadores y pretendidamente completos que se desenvuelven, no en una, sino en varias novelas, sagas monumentales. 

En esos universos multinivel, la variedad de actores e historias paralelas, pueden llevar al lector a entrar en duda sobre si realmente tiene claro quién o quiénes son los protagonistas principales.  Si la narración es tan fértil como las muñecas matriozcas, que van dando a luz otras historias insertas en las anteriores, es normal la confusión sobre la relevancia de los personajes.

Eso también pasa en LOS MISERABLES, la épica obra de Víctor Hugo. Habría que preguntarse de qué parte de la narración hablamos para estar seguros de la determinación de la escala de relevancia de los protagonistas. Porque incluso los indiscutibles Jean Valjean y Javert, desaparecen totalmente por tramos muy extensos de la novela.

En fin. Pero nuestro protagonista de LOS MISERABLES de la reflexión de hoy no permite confusión: claramente es un actor principal. Se trata de Monsieur Thénardier. Su impronta está a través de gran parte de la narración y siempre con gran impacto.

Aparece al final del largo capítulo sobre la batalla de Waterloo, como uno más de la tropa de malandrines rapaces que rebuscan y saquean todo objeto de valor, de los cadáveres amontonados de combatientes y también de los moribundos, en medio del mal olor de los campos de batalla ya silenciados. Lo vemos como un hospedero envilecido y canalla en un pueblo de provincia, maltratador de su hijo varón y de una niña ajena que le dejan en cuidado, a cambio de dinero.

Monsieur Thénardier usa a sus hijas, harapientas, para estafar en París a personas con dinero y con deseos de mostrar compasión por los necesitados.  Es asesino y llega a lo más bajo como delincuente de poca monta y ladrón que se esconde entre la suciedad dramática de las cloacas de París.

Además de protagonista indiscutido de la narración, en lo personal me llama mucho la atención este personaje, porque Monsieur Thénardier nos ayuda a demostrar que las clasificaciones académicas en Literatura, muchas veces no son tan estrictas. 

Según recita el lugar común, el Romanticismo, ligado al Liberalismo de la primera mitad del siglo XIX, endiosa el concepto de «pueblo», sobre todo del «pueblo humilde».  Tanto el socialismo utópico como el marxismo también asumen esa misma premisa, que parece una piedra angular del pensamiento político europeo de la época.  Como ha explicado José Álvarez Junco, bajo ese concepto se asume que siempre «el pueblo es bueno».  Sea cual sea la definición de «pueblo» que cada uno escoja.

Muchos de los personajes de LOS MISERABLES encajan a las mil maravillas en ese esquema. Jean Valjean por excelencia, pero también Gavroche, el niño de la calle que es capaz de ayudar a otros niños abandonados y que, además, es un patriota republicano que muere en las barricadas. Sin embargo, Monsieur Thénardier se sale del patrón. 

Thénardier es parte arquetípica de ese «pueblo humilde», maltratado como los demás, por las injusticias del sistema legal, económico y político. Pero Monsieur Thénardier es un mal tipo.  Un ser humano despreciable. 

La importancia de Monsieur Thénardier en la trama de LOS MISERABLES está fuera de toda duda.  Por eso me pareció más que sorprendente cuando me percaté que Víctor Hugo decidió asociar a este personaje con Panamá. 

En efecto, en la recta final de la gran novela, todavía Víctor Hugo encuentra para Monsieur Thénardier una última infamia.  Se viste con ropa de supuesto caballero que no le queda bien y así disfrazado se organiza para visitar a Marius, el barón romántico y héroe que será feliz con la romántica dama.  Busca que el barón no lo reconozca, se hace pasar por un hombre respetable que hasta ha sido recibido en casa de Chateubriand, el gran literato y hombre de Estado de la restauración.

Utilizando un lenguaje que no va al punto, extenso y charlatán, Monsieur Thénardier busca sacarle dinero al barón Marius, a cambio de revelar unos supuestos secretos que buscan indisponer a Jean Valjean, símbolo ético de toda la novela y persona muy querida del barón y su esposa.   La conversación se va poniendo tensa, porque el barón empieza a reconocer a Monsieur Thénardier y se va dando cuenta de las intenciones reales de la visita. 

Le damos la palabra al propio Víctor Hugo en el extracto de diálogo que nos interesa comentar hoy, de acuerdo a la traducción de la edición de 2012 que tengo en mis manos, realizada por el equipo editorial de EDIMAT LIBROS, S.A., de Madrid:

«–Señor barón, dignaos oirme. Hay en América, en un país que confina con Panamá, una aldea llamada Joya. Compónese de una sola casa de tres pisos, construida de ladrillos cocidos al sol; cada costado tiene de largo quinientos pies y cada piso se retira del inferior doce, a fin de dejar ante sí una azotea que da vuelta al edificio.  En el centro hay un patio donde están los víveres y las municiones.  En lugar de ventanas, troneras; nada de puerta principal; se sirven de escalera para subir del suelo a la primera azotea, y de ésta a la segunda y a la tercera; lo mismo para bajar al patio interior; las puertas de los cuartos son trampas.  Por las noches se cierran estas trampas, se quitan las escalas, las bocas de las carabinas asoman por las troneras y la entrada es imposible.  De día, casa; de noche, ciudadela.  Ochocientos habitantes, tal es la aldea de Joya. ¿Por qué tantas precauciones? Porque el país es peligroso a causa de los antropófagos, de que está lleno.  Entonces, ¿por qué van allí?  Porque es un país maravilloso; porque se encuentra oro en él.

–¿Qué intención es la vuestra? –preguntó Marius, a quien la contrariedad había vuelto impaciente.

–Oid señor barón.  Soy un antiguo diplomático y quiero probar a vivir entre salvajes.» (Lo resaltado es nuestro).

El diálogo siguió. El barón se exasperó.  La ficción concluye en que Marius le dio suficiente dinero a Monsieur Thénardier para que se largara bien lejos.  Efectivamente se va a América, vía Nueva York, y acaba como tratante de esclavos, no se sabe dónde.

La escena de la novela ocurre en París, aproximadamente en 1832, después de la fallida revolución republicana de junio, que tuvo lugar en el contexto de una epidemia de cólera.  LOS MISERABLES es una obra de madurez de Víctor Hugo, quien escribe gran parte de ella en el exilio.  Fue publicada en 1862.  Por lo tanto, quizás es razonable decir que lo que se afirma, indirectamente, de Panamá en el texto citado, podría reflejar la impresión que tenía Víctor Hugo y algún sector de la sociedad francesa entre 1832 y 1862.

Es importante acotar que la palabra «país» en el texto citado de LOS MISERABLES, no necesariamente se refiere a un Estado, sino que es usada en la novela múltiples veces como sinónimo de región o de provincia, dentro de la propia Francia. 

Es similar a lo que hace Alexandre Dumas, en LOS TRES MOSQUETEROS, cuando describe parte del encuentro en París de Monsieur de Tréville, originario de la región de Gascuña, con un joven que viene a buscar fortuna, proveniente del mismo lugar, llamado D´Artagnan. Dumas escribe: «Monsieur de Tréville… saludó cortésmente al joven… cuyo acento bearnés le recordó a la vez su juventud y su país…»

Es decir, que, en la reflexión de Víctor Hugo, la referencia a un «país que confina con Panamá», perfectamente podría entenderse como un señalamiento intencionalmente vago, sobre una supuesta región cercana a Panamá, entendida ésta como comarca o territorio o, incluso, como ciudad.  De hecho, durante esa parte del siglo XIX, Panamá no era un Estado, desde el punto de vista político, sino que era solamente una sección administrativa de la República de Colombia.

En suma, lo que tenemos claro es que Víctor Hugo coloca en boca de un personaje poco edificante, una historia evidentemente alucinante, ambientada en una supuesta población llamada Joya, que presuntamente está ubicada en los perímetros o regiones cercanas a Panamá, donde hay un sol implacable, útil para cocer ladrillos, donde existe oro abundante, pero cuya explotación es profundamente peligrosa, porque el territorio está lleno de salvajes que comen carne humana.  Debido a ello, los «colonizadores» solamente pueden sobrevivir en una especie de fortín.

No sé hasta qué punto se podría calificar esta alusión literaria a Panamá, como pura ficción o podrá ser tenida en cuenta cómo un reflejo de la impresión que se tenía de Panamá en la Francia de mediados del siglo XIX.  Incluso, de ser cierto que Víctor Hugo canaliza una impresión más amplia, cabría preguntarse cuán extendida estuvo esa percepción en la sociedad francesa.

Lo cierto es que, con el pasar de los años, pareciera que esa visión poco halagadora del Istmo de Panamá, en la Francia del siglo XIX, probablemente no mejoró, si tomamos en cuenta que para la década de 1880 los franceses morían como moscas en Panamá, de fiebre amarilla, durante las fracasadas obras del canal francés, lideradas por Ferdinand de Lesseps y que también representaron un escándalo de fraude financiero en París.

Panamá, sitio de alto riesgo por lo inhóspito.  Panamá, tierra de antropófagos.  Panamá, también como lugar tropical paradisíaco y destino de empresas que pueden generar riquezas de maravilla.  Todo ello podría estar conjugado, a la vez, en la sociedad francesa. 

Quizás Paul Gauguin pensaba igual, cuando decidió venir a Panamá en 1887, donde pasó 5 semanas en las que trabajó en la construcción del canal y casi muere de fiebre amarilla. Antes de partir hacia el istmo, en marzo, le escribió lo siguiente a su esposa Mette:

«…lo que más deseo es huir de París que es un desierto para un hombre pobre.  Mi nombre de artista crece día a día, pero mientras tanto me quedo a veces 3 días sin comer lo que destruye no solo mi salud sino también mi energía.  Esta última quiero recuperarla y me voy a Panamá para vivir como un salvaje.  Conozco a una legua en el mar de Panamá una pequeña isla Tabogas en el Pacífico; está casi deshabitada libre y muy fértil.  Me llevo mis colores y mis pinceles y me instalaré lejos de todos los hombres» (Lo resaltado es nuestro).

(Citado en la guía de la exposición PAUL GAUGUIN, EL SUEÑO DE PANAMÁ, 2012, Museo del Canal Interoceánico de Panamá).

Para Monsieur Thénardier, el criminal personaje de Víctor Hugo, las periferias de Panamá eran un lugar apropiado para «probar a vivir entre salvajes».  Para Paul Gauguin, Panamá era el destino correcto «para vivir como un salvaje».  Triste imagen de nuestra tierra en el siglo XIX.

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El autor es Abogado Independiente en Panamá.

Fue Viceministro de Finanzas y Jefe de la Administración Tributaria de su país.

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