Hoy: 27 de noviembre de 2024
No tiene sentido el debate sobre si el joven muerto por disparo a quemarropa de un policía en un control de tráfico cuando intentaba huir era un joven ejemplar o había cometido delitos, porque fuera una cosa o la otra, ninguna persona debe morir a manos de un policía desbordado por las circunstancias y víctima quizás del clima policial que se respira en Francia.
Hace pocos años el gobierno francés autorizó el uso del arma en controles de tráfico en determinadas circunstancias. Nahel iba conduciendo sin carné por un carril donde no debía y le ordenó detenerse un policía que cometió un grave error en el uso del arma. Este policía es víctima de reglas poco claras y de una deficiente formación profesional. La policía francesa tiene fama de “dura”, de excederse en el uso de la fuerza y en 2022 provocó la muerte de 13 ciudadanos. Ese mismo año 2022, en España murieron 15 personas en enfrentamientos con las fuerzas de seguridad (también un mando de la Guardia Civil). Dos muertos menos en Francia que en España con 20 millones más de habitantes.
El problema en Francia es más profundo que el uso de las armas por las fuerzas de seguridad. Lleva décadas recibiendo una inmigración masiva de sus antiguas colonias de África, muchos de ellos con una cultura incompatible con la francesa que han mantenido y transmitido en familia; no se integran y ayudarles con subvenciones para que vivan en el extrarradio de las grandes ciudades con elevadas tasas de paro es aplazar un problema que crece, hasta que estalla. Ya hace años que el Estado francés sabe que muchos ciudadanos franceses siguen los dictados de su religión antes que los valores de la República. Una religión que es una forma de vida, que afecta y condiciona su comportamiento y su forma de relacionarse con los de su propia religión y con los de otras o los agnósticos. Una religión que cuando es mayoría accede al poder y prohíbe libertades y derechos. En especial choca con los derechos de las mujeres a quienes consideran seres inferiores, subordinadas a la voluntad del hombre. Siendo la mayoría de ellos franceses de pleno derecho, ¿Por qué no se integran en la cultura de Occidente? ¿Es racista la sociedad francesa? ¿No se integran porque no se esfuerzan, porque no los dejan o porque no quieren?
El problema de Francia es religioso más que de inmigración porque los que hoy destruyen ciudades, edificios oficiales, coches y asaltan negocios son la inmensa mayoría ciudadanos franceses. El 30 % de los detenidos, menores de edad. ¿Qué ha fallado para que no se sientan franceses cuando ellos, sus padres y en algún caso hasta sus abuelos nacieron en Francia? ¿En qué valores creen? La Francia de la libertad y los derechos, del buenismo acogedor de Jomeini huyendo de Irán y combatiendo al Sha de Persia con su cultura occidental y mujeres con minifalda y bañador en las playas persas, ¿hizo lo que debía viendo lo que es hoy Irán? La Francia de entonces ya no existe fruto de sus propios errores y mientras antes lo entiendan, mejor.
Las ayudas a inmigrantes a cambio de nada no sirven, no integran. En España hay decenas de miles de personas cobrándolas y ninguna de ellas querrán ser españolas como los del extrarradio francés no quieren ser franceses. Pueden aceptar la nacionalidad por razones de beneficios sociales, pero no están integrados en la sociedad. Muchas perciben la ayuda desde Marruecos, el Gobierno lo sabe desde hace 20 años, pero no hace nada. Un acto de prevaricación de libro con el dinero de todos. En Europa existe el debate en países que han recibido mucha inmigración durante décadas (acrecentada por la alta natalidad de sus mujeres), que ahora se están planteando medidas alternativas. El porcentaje de inmigrantes y refugiados que trabaja es muy reducido, sobreviven con las ayudas del Estado lo que en una sociedad capitalista es vivir en la permanente pobreza sin aspiraciones de salir nunca de ella. Una frustración que desemboca en ira, rabia y odio como estamos viendo en Francia. El buenismo, la limosna, no produce integración.
Hay que actualizar en Occidente el ideario político del Contrato Social de Rousseau que tanto inspiró la República francesa; adaptar al siglo XXI el que hace siglos impulsó a Francia como pionera en democracia, derechos y libertades. Un contrato social para los ciudadanos, refugiados o extranjeros con el compromiso de respetar la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, o más sencillo aun: respeto a la igualdad entre el hombre y la mujer, respeto a las personas de cualquier raza, tendencia sexual o religión y comprometerse a practicar sus ritos y creencias religiosas en sus domicilios o templos de la misma, no en las calles que son de todos. Hay culturales incompatibles con la igualdad y la libertad (en especial para mujeres, gais, lesbianas, etc., que en muchos países reciben condenas de muerte) que deben ser combatidas. Quien no acepte nuestra forma de vida y regirse por los principios de nuestros valores como sociedad no puede quedarse aquí; y si ya está y tiene la nacionalidad, al no integrarse debe perder derechos a ayudas sociales, vivienda social, etc.
Francia está socialmente fracturada. Abierta una cuenta para apoyar económicamente a la madre del menor muerto, se abrió otra para recaudar fondos a favor del policía y en dos días superó a la de la madre. Conceder ayudas y privilegios a quienes no hacen ningún esfuerzo por integrarse resulta cada día más inaceptable para los integrados que pagan con impuestos esos esfuerzos. Melenchón, dirigente comunista derrotado en las urnas, tras 500 edificios públicos asaltados, 2.000 coches quemados, cientos de locales destrozados, robados, con más de 1.300 detenidos y 100 policías heridos, sigue alentando los disturbios. El sindicato policial mayoritario, Alliance, pide a los policías combatir a las hordas salvajes y avisan al Gobierno que le pedirán cuentas cuando acabe la crisis; la oposición de izquierda los acusa de amenazar con la sedición y de pretender una guerra civil, mientras los partidos de derechas piden la declaración del estado de emergencia y recurrir al ejército. Está ocurriendo en una de las potencias mundiales, en el corazón de Europa, la tierra de la Libertad, Igualdad y Fraternidad. ¿Alguien cree que no nos afecta?
No creí, por prejuicio basado en anteriores experiencias, que Sánchez Fornet fuera a decir algo interesante sobre el problema francés. Me equivocaba. Buena exposición.