Francia

30 de julio de 2024
1 minuto de lectura
Napoleón Bonaparte. | Flickr

Napoleón pudo engañar a Carlos IV, a Fernando VII o a Godoy para que le dejaran paso libre a Portugal e instalarse después en nuestro territorio. A la fuerza, nada se consigue y al Emperador, cuando repartía monedas por las calles, le escupían los mendigos a su paso: José I Bonaparte, su hermano, duró en el trono apenas cinco años, tiempo suficiente para esquilmar de los tesoros y museos españoles cuanto pudieron. Los franceses nos han despreciado siempre, por envidiosos.

En tiempos recientes, cuando ETA llenó de sangre nuestra geografía con su matonismo imperdonable, los asesinos tenían en Francia su escondite sin que sus autoridades dispusieran del menor empeño en atraparles. En los Juegos Olímpicos de hace unos días han querido destacar sobre el río una pirotecnia de la que se habrán reído en Valencia, aunque hemos de reconocer su originalidad en los detalles más significativos. Vergüenza debiera darle a Macron que los Reyes de España y sus pares se mojaran sin prever sitio más digno.

Lo rescatable de esa grandeur que “ha conmovido al mundo” fue ver a Nadal y a los nuestros ondeando la bandera sobre el cielo gris que nuestros vecinos merecen.

pedrouve

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