Hoy: 23 de noviembre de 2024
Honestamente creo que el peor oficio del ser humano consiste en enturbiar las aguas para que no pueda conocerse su verdadera profundidad. Ya lo advirtió Nietzsche en su momento.
Con las aguas turbias es casi imposible asegurar los peces que nadan en ellas, o las algas que crecen para su cobijo, o el secreto de sus escondites en la hondura. Y, depende de lo que quiera conseguirse, su estado de turbación puede ser permanente o transitorio. De esta forma, el derecho fundamental a la vida puede traducirse en el derecho que yo tengo a interrumpirla o a acabarla. Y según este criterio, soy yo quien decido cuando hay vida o negándola al nasciturus para obrar en consecuencia.
Y, además, como sigue la varilla enturbiando la verdad, niego a los que dudan en abortar su derecho a oír el latido del hijo que llevan en su vientre.
Según el concepto más objetivo posible sobre la libertad, a nadie puede obligarse a escuchar lo que no quiere, pero sí a proponerle que está en condiciones de escucharlo si lo desea.
Antonio Colinas escribió un trascendental poema que invita a poner el oído en la piedra para conocer el latido de las montañas y gozar, en ocasiones, cuando esa piedra hace de arpa, la música que el viento lleva. Atender también, el latido apasionado de amor que intercambiaron nuestros padres al concebirnos. O contemplar en silencio el murmullo de las colmenas sepultadas.
Cuando se escucha el latido de la verdad, las aguas vuelven a su transparencia y se está en condiciones de descubrir la belleza de lo que vive dentro de nosotros. Nadie conoce a fondo el sufrimiento de una mujer cuyas circunstancias le llevan a dudar si permitir o no que nazca el hijo del latido, pero sí la responsabilidad de darle a la vida más importancia que al dolor.
Admiraba a Felipe Benitez Reyes antes de conocerlo. Ahora, que hasta tengo la suerte de conocer su número de teléfono, trascribo unos versos que, como todos los suyos, aleccionan:
Los amigos que tengo hacen vida de barra, / distraen a las perdidas, salen sólo de noche. / Los amigos que tengo maldicen a la vida / apoyados en barras, meciendo copas frías, / perdidos en la noche.
Esos amigos, que mecen en sus manos las copas frías, cuando alcancen la luz, se quedarán también helados.