En la imprevisible realidad de los sueños y habiendo estado los dos en la misma Baeza de sus amores, un día don Antonio Machado y San Juan de la Cruz se encuentran, se reconocen y se hablan:
—San Juan de la Cruz: Los dos estamos muertos, don Antonio, los dos muy vivos en la memoria de las gentes y en este cielo tan distintamente regalado. Los dos hemos sido vecinos de Baeza: usted sin su Leonor, sin el abrigo de Castilla, sin el Duero aquí se vino porque “quien habla solo espera hablar a Dios un día”… Y yo, a fundar conventos, a cuidar enfermos, como quien empieza a despedirse. Los dos somos poetas. Los dos nihilistas: sólo algunos saben que nuestras nadas están llenas de pájaros y flores, de limoneros y fuentes, de regalos. La Historia ha dicho de los dos que fuimos tristes, pero no es verdad, solamente fuimos responsables: usted en su agonía de encontrar a Dios entre la niebla; yo, con el temor de que se me escapara. Los dos perdimos la juventud: usted buscando la felicidad, yo el estuche donde conservar tanta grandeza.
Ahora estamos frente a frente. Sólo Dios nos oye. Ya ve, don Antonio, su sueño de poder hablarle se ha convertido en rutina deleitosa.
Don Antonio Machado: Los dos somos poetas… y eso significa que los dos hemos dudado, pero yo más que usted, porque ponerle el nombre a cada cosa es lo difícil. Las gentes de mi tiempo llamaron a la poesía inspiración, usted, en cambio, la llamó aire y fuego; usted la llamó Llama. En el destino, que yo creí casualidad, usted se abandonó como un niño en el regazo de su madre. El amor que yo deposité en aquella niña de Soria, y más tarde en Guiomar, fue en usted madero quemado en la hermosura. Eso es simplificar las cosas. Y acertar.
…Los dos somos poetas, pero las gracias no fueron igualmente repartidas ni nuestras noches tuvieron la misma oscuridad.
En Baeza yo sólo vi olivares y, únicamente cuando me empinaba, el Guadalquivir aparecía con su lengua de plata compañera; usted, en cambio, llenó los olivos de Dios; y el río y la piedra y las gentes, de Dios. Los dos somos poetas, fray Juan, pero yo no supe ponerle el nombre tan atinadamente a cada cosa… ¿Quién me iba a decir en aquella negrura que mi pretensión de hablar con Dios se iba a convertir en este dulce encuentro de hablar con Él todos los días?
San Juan de la Cruz: Todos los días… dígaselo así a las gentes cuando vuelva por Baeza. Dígales que la niebla es uno mismo, que sólo nos estorba para orar el pesado equipaje de los sentidos. Dígales que la oración es un amor que se dice, que se va diciendo, al mismo tiempo que se le conquista. El amor humano lo vamos perdiendo todos, don Antonio, es una batalla escapada… recuerde cómo se fue Leonor, cómo se escondió Guiomar… Dios es lo único que no se muere: la oración es sostener con palabras esa vida, trasladarla al pecho y convencerse de que ya nadie puede morir, aunque se muera.
De haber usted orado, don Antonio, nunca hubiera sentido la contradicción de ser tan rico y estar tan solo. Aquella niña en su mortaja, aquel arranque de lo que usted más quería, le hubiese traído más esperanza. Porque todas las primaveras se suceden y nada de lo que en Dios se ama se marchita si no es con la intención de florecerse.
Don Antonio Machado: Ahora me lo dice, fray Juan, ahora… ¡con lo que yo he sufrido!
San Juan de la Cruz: Ahora, cuando ya no hace falta. ¡Estaba usted entonces tan ensimismado!
Dios siempre está. Se nos van amores, sufrimos decepciones, nos sentimos cuestionados, pero esa luz que sientes dentro de ti en los peores momentos
es la Divina fuerza que EL nos envía, para continuar nuestro marcado camino..
Gracias Don Pedro, por abrirnos la mente y reforzar nuestras creencias.
Preciosa narración ficticia de un encuentro entre dos grandes. Felicidades al autor
Es una ensoñación muy realista y con estilo
Este señor escribe muy bien, parece que uno está dentro de la historia viendo oculto a los dos poetas
La narración es muy buena y realista.
Muy agradecido a todos por vuestros felices comentarios.
Un abrazo
Pedro