No había relojes de muñeca en aquel tiempo. Tampoco en los conventos se usaban de pared y menos de bolsillo. Sabían únicamente la hora por el pulso, por el sol o por la arena. La sangre quieta y el candil muriendo eran las claras señales de la noche. A pesar de todo no llegaron tarde: recibirían señales de un metal perdido, de un ángel, de un faro, de un espejo… el caso es que estaban a su hora, frente a frente, esperando que el vaho de su saludo levantase los velos de la prudencia:
—¿Vuestra Reverencia es fray Juan, de quien tanto me hablaron? Dicen que es aficionado a la virtud y que pasó por Salamanca dejando en todos el desconcierto de la santidad.
—No crea cuanto dicen, Madre Teresa, la única verdad del hombre son sus miedos. Puede que yo haya levantado una torre para esconderlos, pero están. A mis 25 años sólo he descubierto quién me espera sin saber adónde.. Busco la moneda del evangelio entre dos voces que me señalan el sitio; ¿Cartujo? ¿Carmelita?
—Fray Juan, muchacho, a su edad no existen los miedos. A su edad sólo se tienen utopías. También yo tengo 25 años, pero al revés. También yo rengo utopías, tantas, que muchos dicen que estoy loca. Y puede que sea verdad… porque la única verdad no son los miedos, fray Juan, son las utopías. Quizá Vuestra Reverencia se haya confundido al ponerles el nombre.
La Madre no deja suelto el hilo para que el fraile responde. Ella prosigue:
—Mire, padre, yo quiero abrir un surco en nuestra Orden del Carmelo para encauzar estas locuras: en él cabrán las suyas y las mías. En el Nuevo Carmelo Reformado no le pondremos cadenas a la dicha del Señor que llega. Ni manecillas a los relojes, para que nunca le parezca largo el tiempo en que nos abraza.
—No siga, Madre Teresa, morderé esta nueva manzana que me ofrece con ambición de Paraíso… ¡está tan lejos de nosotros la serpiente!… Abra el surco, por Dios, y no se tarde.
Esta conversación —¿quién la desmiente?— tuvo lugar en Medina del Campo, tras la reja del monasterio de Descalzas que Madre Teresa acaba de fundar. Mil quinientos sesenta y siete fue el año elegido por la mano de quien da cuerda a todos los relojes. Y los detiene, cuando ya el tiempo no hace falta.
La Madre Teresa de Jesús buscaba frailes para su Reforma: “Hablándole, contentóme mucho”, dijo después de hablar con el fraile que le faltaba un soplo para ser cartujo. De este encuentro nacieron los Carmelitas Descalzos: ¡Benditos sean!