Del “Aquí vive uno del Atlético de Madrid” al panteón con un Audi SQ5 que le gustaba a Antonio ‘el Tonto’

29 de octubre de 2023
6 minutos de lectura
Panteón en Pinos Puente que recuerda los gustos de Antonio. /A. A.
Panteón en Pinos Puente que recuerda los gustos de Antonio. /A. A.

Los cementerios están llenos de historias. Reflejo de la existencia, hasta ahí intentamos dejar huella del poderío, que ya es pasado y polvo, en suntuosos panteones familiares, o en mensajes lapidarios para que se nos recuerde por lo que fuimos, lo que amamos o deseamos

Este fin de semana empezará ya el trasiego de recuerdos por los cementerios de España. Con el Día de Todos los Santos (1 de noviembre) y el Día de los Fieles Difuntos (2 de noviembre), llega el momento del reencuentro con la memoria.

Nichos y lápidas que anuncian la muerte se convierten a veces en escaparates de vidas, o de la vida misma.

Nada extraño, porque ya sabemos que vida y muerte están unidas por una línea más o menos larga de años, pero que dure más o dure menos, acaba en la última estación que es la misma en la que vamos a coincidir, queramos o no, guapos y feos, rubios, calvos, ojos azules, pobres de solemnidad, estrafalarios, altivos, soberbios, generosos, malasangres, amables, entusiastas o tristes, codiciosos, hijos de puta o buena gente…

Buenos y malos…

Buenos y malos, al fin y al cabo, que desde ese momento permanecen rodeados de cipreses y silencio. El odio que ha sido se descompone en la tierra pero la bondad sobrevive y perdura.

La muerte lo iguala todo, sí, pero en la memoria permanecen los hechos, el legado que nos mantendrá vivos o nos enterrará para siempre en el desprecio por las oportunidades perdidas para evitar el dolor y provocar la sonrisa.

Nuestra última voluntad proyecta rasgos de la personalidad, de lo que hemos querido, pensado y de lo que hicimos o no pudimos hacer. Dice muchos de nosotros el epitafio con el que nos despedimos o, en realidad, pretendemos perpetuarnos.

En la visita al cementerio de un pequeño pueblo cordobés que no debe tener más de 400 habitantes, en una hilera de nichos recientes, destaca en uno de ellos: “Aquí vive uno del Atlético”, y no deja duda de ello el enorme escudo colchonero tallado en la piedra. Lo de ‘vivir aquí’ es como se quiera ver porque, muy a su pesar, muchos partidos no va a ver ni en las plataformas de pago, pero estas cosas cada uno las lleva como puede y la muerte casi siempre es un incordio.

Montón de carroña…”

En eso de dejar mensajes en las lápidas hay uno que llamar la atención sí que la llama y no se le acaba de coger el puntillo. Dice: ¿Soberbia? -Por qué?… Dentro de poco -años, días- serás un montón de carroña hedionda: gusanos, licores malolientes, trapos sucios de la mortaja… y nadie, en la tierra, se acordará de ti”.

Como verdad, al menos en parte, sí que puede serlo, pero ¿no había otra forma más delicada de decirlo? ¿Hay que leer entre líneas? No sabemos, por mucho que se lea entre líneas y sin ellas seguro que más de uno piensa que para eso mejor no me digas nada.

Hay quienes han querido que se acuerden de él y de sus extravagancias y la familia ha llevado su última voluntad hasta el final. Estamos en el cementerio de Pinos Puente (Granada), frente al mausoleo de Antonio F. C., alias ‘el Tonto’ -así es como se le identifica en su cenotafio-, un delincuente muy venerado en el pueblo que falleció por causas naturales en prisión.

‘El pirata de los camiones’

Antonio, también conocido como ‘El pirata de los camiones’, 46 años, tuvo una vida corta, pero impetuosa.

Pero a lo que vamos: estamos frente a su tumba y sobre un suelo de mármol blanco, destaca una estatua hiperrealista, y a tamaño natural, del propio Antonio. No falta ningún detalle: la ‘chupa’, el ‘peluco’ de marca, los gruesos anillos de oro, tres móviles y hasta una ‘mariconera’ de Gucci.

Ahora, su familia ha completado el conjunto con una reproducción exacta de un Audi SQ5, uno de sus coches favoritos.

Los cementerios, como vemos, están vivos porque sus ‘vecinos’ se resisten al olvido. No hay que ser tan desmedido como el hombre de Pinos.

“…Por mi mala cabeza”

Los hay que han querido hacer propósito de enmienda y escriben: “Estoy aquí por mi mala cabeza”, que no se sabe muy bien si es que olvidó la cita con el médico o abusó de los narcóticos.

O quien sentencia con absoluta razón: “No estoy por mi voluntad”. Algo de mala fe demuestra la mujer que dejó por epitafio: “Los quise a los dos, pero no tuve valor para decírselo”. Manuel, su esposo, no le lleva flores y Carlos, por pudor, visita la tumba cuando no hay nadie.

“Mi vida ha sido la agricultura”, “No hay nada como la caza”, “He vivido como quise”, “Te recordaremos siempre”… Pasear un camposanto es descubrir mil páginas escritas de vidas completas o de trayecto corto. Imágenes que se aprietan en pocas palabras, y empiezan y terminan en una fecha de nacimiento y en la de la defunción. Hay tragedia, dolor, humor y hasta ingenio, mucho ingenio.

Epitafios famosos

La periodista Sarah Romero, es autora de un fantástico reportaje en la revista Muy Interesante en el que recordaba algunos de los epitafios más populares de grandes personajes de la historia, en la ciencia, la literatura o la política.

“Muchos nos ofrecen bromas; otros, observaciones contundentes sobre la vida y la muerte; algunos no contienen palabras en absoluto, pero sí números. Unos, trascendentales y algunos hilarantes, pero todos son representaciones casi perfectas de las personas que se encuentran bajo ellos”, refiere Romero.

Recuerda que “Perdonen que no me levante” es el famoso epitafio atribuido al actor  estadounidense Groucho Marx; sin embargo, jamás ha estado grabado en su lápida en el Eden Memorial Park de Los Ángeles. Marx no ocupa una tumba sino un nicho y en él solo podemos ver una placa de bronce con las palabras “Groucho Marx 1890-1977” y una estrella de David. No hay nada más escrito. Una de esas leyendas urbanas que se extienden como la pólvora.

“Perdonar el polvo…”

También en clave de humor la escritora y poeta americana Dorothy Parker, se caracterizaba por agregar mucho ingenio a sus escritos y su epitafio no iba a ser menos. En él podemos leer lo siguiente: “Perdonad el polvo”…

Recuerda Sarah Romero que si el de Groucho no es real, sí que lo es el de otro grande, este de la música, Frank Sinatra, que nos dejó escrito “Lo mejor está por llegar”. Eso según se mire y según para quien, claro. También  

El genio de la literatura española Quevedo murió en 1645 en una habitación del Convento de los Dominicos de Villanueva de los Infantes cuando contaba con 64 años. En su lápida podemos leer una pieza de uno de sus sonetos: “Qué mudos pasos traes, ¡oh! muerte fría, pues con callados pies todo lo igualas”.

Soy actor y hago de muerto

Ingenio y humor no le falta al epitafio de Moliere: “Aquí yace Molière el rey de los actores. En estos momentos hace de muerto y de verdad que lo hace bien”. Sin comentarios, maestro.

Y tampoco al actor de doblaje que daba voz a Porky, el cerdo de Looney Tunes, nos dijo adiós con su “That’s all folks” (“Eso es todo amigos”). El famoso doblador hizo la voz de aproximadamente 400 personajes animados, entre ellos Bugs Bunny, el Pato Lucas, Piolín o Pablo Mármol.

Otro de los falsos epitafios atribuidos a famosos es el del escritor y periodista español Miguel Mihura. “Ya decía yo que ese médico no valía mucho” no es el que reza en su tumba, señala Romero, y aclara que solo aparece su nombre completo, su labor como escritor y académico de la RAE y su fecha de nacimiento y muerte. Se encuentra en la tumba familiar en el cementerio de Polloe en San Sebastián (Guipúzcoa).

No hay mejor forma de acabar que con la belleza del poeta ganador del Premio Nobel de Literatura en 1956, Juan Ramón Jiménez. En la tumba del autor de ‘Platero y yo’ puede leerse: “Y cuando me vaya quedarán los pájaros cantando…”. Jiménez falleció en Puerto Rico el 29 de mayo de 1958 a los 76 años de edad; solo dos años después de que un cáncer se llevara a su esposa, la también escritora, Zenobia Camprubí.  Las tumbas de Zenobia y Juan Ramón Jiménez se encuentran en el cementerio parroquial, el Cementerio de Jesús, en Moguer.

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