Perdonar es un verbo incompleto

12 de septiembre de 2025
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“Todos dicen que hay que saber perdonar; yo creo que, antes, hay que saber no lastimar, no ofender y no destruir.” – Carolina Espinal

Vivimos en un mundo que ha romantizado el perdón. Se nos enseña desde niños que la virtud más alta es la de ser capaces de perdonar, de dejar ir la ofensa, de pasar la página. La narrativa social y religiosa nos dice que el perdón es la llave de la paz interior y la reconciliación. Sin embargo, este discurso, tan bien intencionado en apariencia, ha vaciado de sentido la responsabilidad de quien ofende. La frase que me ha inspirado para este artículo nos invita a una reflexión más profunda, a un cambio de perspectiva radical: ¿Y si el verdadero acto de bondad no es perdonar, sino evitar la necesidad de ser perdonado?

El perdón se ha convertido en un verbo unilateral, una carga que se le impone a la víctima. Es la persona lastimada la que debe hacer el trabajo emocional, la que debe superar el dolor y sanar la herida, mientras que el agresor, a menudo, se queda de brazos cruzados, a la espera de un indulto que le absuelva de sus acciones. Al enfatizar tanto el perdón, estamos legitimando la ofensa, enviando el mensaje subliminal de que las consecuencias de lastimar a otros son mínimas, pues siempre se puede esperar que la víctima, en su magnanimidad, borre la cuenta.

La verdadera ética, la que propone la frase, no está en la respuesta a la agresión, sino en la ausencia de la misma. No se trata de ser héroes del perdón, sino de ser responsables de nuestras acciones. Si todos nos esforzáramos en no lastimar, en no ofender, en no destruir con nuestras palabras o nuestras decisiones, la necesidad de perdonar sería una excepción, no la regla. El verdadero acto de humanidad no es perdonar una traición, sino ser un amigo leal que jamás traicionaría. No es perdonar una mentira, sino ser una persona honesta que siempre dice la verdad.

Responsabilidad en la vida cotidiana

Esta premisa es vital en el ámbito profesional y judicial, mi campo, donde un abogado, un fiscal o un juez debe priorizar no lastimar ni destruir la vida de una persona injustamente. Si un profesional del derecho actúa con esa premisa, el perdón de una víctima o de un inocente será irrelevante, porque la ofensa nunca se cometió. La justicia genuina no se centra en la redención del culpable, sino en la protección del inocente y en la prevención del daño.

Pero la reflexión es igualmente aplicable al quehacer cotidiano, en las relaciones con amigos, compañeros de trabajo y familia. Piense en la facilidad con que lastimamos a un ser querido con una palabra hiriente, una crítica innecesaria o un comentario venenoso, confiando en que el amor o la costumbre nos dará la oportunidad de pedir perdón. O cuando en una transacción comercial, un contrato se redacta con cláusulas leoninas que buscan el beneficio propio a costa de la ruina del otro, con la esperanza de que, al final, el perdedor simplemente deba aceptar su destino. En el día a día, la frase nos recuerda que el verdadero valor moral reside en la prevención, en la empatía activa que nos impide lastimar, no en la posterior y a menudo forzada nobleza del perdón. Es una llamada a ser íntegros, a proteger a los demás antes de tener que curar las heridas que nosotros mismos causamos.

Perdonar es un acto noble, sin duda, pero es un verbo incompleto si no va de la mano de la responsabilidad de no dañar. Es tiempo de que la sociedad le quite el peso del perdón a la víctima y se lo ponga, con toda la severidad que merece, al agresor. Es un llamado a la autorreflexión, a la conciencia de que nuestras acciones, por pequeñas que parezcan, tienen consecuencias en la vida de los demás.

“Las malas acciones son como los borrones: no desaparecen porque los hayas corregido con una enmienda.” – Séneca

Explicación de la imagen

La imagen es una metáfora visual muy poderosa que complementa el concepto del artículo.

  • La mano con aguja e hilo (perdonar): Representa la acción de perdonar. El tejido ya está roto, ya se ha causado el daño. El esfuerzo de la mano es el de reparar, de coser la herida, de unir lo que se ha separado. Es un acto noble, pero que solo puede ocurrir después de que el dolor ha sido infligido. Implica trabajo, tiempo y habilidad para sanar lo que ya se ha dañado.
  • El dedo que previene la rotura (no lastimar): Esta mano no tiene herramientas. Simplemente con la yema del dedo, toca suavemente el tejido intacto. Su acción es la de prevenir, de evitar que el desgarro ocurra en primer lugar. La imagen sugiere que este acto es más sutil, pero fundamentalmente más valioso, porque no hay necesidad de sanar, no hay dolor que reparar.

En esencia, la fotografía contrasta la nobleza de la curación con la superioridad moral de la prevención. La sanación es una respuesta necesaria al daño, pero la prevención es un acto de sabiduría y empatía que elimina la necesidad de esa respuesta. Si bien perdonar es un acto admirable, el verdadero valor reside en la responsabilidad de no lastimar, no ofender y no destruir.

Crisanto Gregorio León – Profesor universitario

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