La nube es ese lugar que no se ve pero que está en todas partes. Es donde se almacenan las fotos que uno saca con el celular, donde funcionan las aplicaciones que usamos para trabajar, donde se entrenan y ejecutan los modelos de inteligencia artificial (IA) que hoy generan textos, imágenes y decisiones. La nube son miles de centros de datos repartidos por el mundo, llenos de computadoras potentes, placas gráficas y cables. Y ese mundo, silencioso y técnico, se convierte en el verdadero núcleo de poder económico global.
En el segundo trimestre de 2025, las tres grandes plataformas, Amazon Web Services, Microsoft Azure y Google Cloud, generaron ingresos combinados por $65.500 millones de dólares. Si se proyecta ese número a un año, estamos hablando de $262.000 millones. Para comparar: es más que el Producto Bruto Interno de países como Chile, Portugal o República Checa. Y eso es solo el ingreso de tres empresas, en un trimestre. Microsoft, con Azure, creció un 39% respecto al año anterior. Google Cloud creció un 32%. Amazon Web Services, que ya estaba más arriba, creció un 17,5%. Todos crecen, invierten y apuestan a una expansión sin freno.
Se expanden porque la IA explota. OpenAI, la empresa detrás de los modelos que escriben textos o programan código, duplicó su facturación en siete meses y ya está en un ritmo de $12.000 millones anuales. Se espera que cierre el año en $20.000 millones. Eso equivale a la economía de Nicaragua.
Anthropic, otro laboratorio de IA, pasó de un ritmo de ingresos de $4.000 millones a $5.000 millones en un solo mes, y proyecta llegar a $9.000 millones en diciembre. Hay startups como Cursor que en dos años llegaron a $500 millones de ingresos anuales. Otras como Lovable pasaron de $1 a $100 millones en ocho meses. ServiceNow proyecta $1.000 millones de dólares solo por su negocio de IA en 2026. La escala ya no es empresarial, es estatal: cada startup de IA se mide contra países.
Detrás de este fenómeno hay una carrera desenfrenada de inversión. Se llama CapEx, o gasto de capital, y es lo que estas empresas invierten para construir y ampliar sus centros de datos. Microsoft, Amazon y Google pisan el acelerador. Oracle proyecta invertir $27.000 millones de dólares este año. En los próximos dos, esos gastos se redirigen hacia componentes más ágiles como chips gráficos, redes y almacenamiento, con un foco cada vez mayor en la “inferencia”, es decir, el uso práctico de los modelos de IA, no su entrenamiento. Porque es ahí donde está el verdadero negocio: en hacer que esas inteligencias artificiales trabajen todo el día, todos los días.
Ahora bien, todo esto no es estable. Todavía no sabemos si este mercado se va a repartir entre muchos jugadores o si, por el contrario, se concentrará en unos pocos. Hasta ahora parecía una multiplicación de plataformas. Pero eso fue antes de los agentes, estos sistemas van más allá de responder preguntas o generar imágenes, toman decisiones, ejecutan tareas y actúan de manera autónoma en nombre del usuario. Cuando estos agentes estén disponibles de forma masiva, el usuario navegará por muchas plataformas distintas, dejará que su agente interactúe con todo. Eso implica convergencia y centralización. Y ahí es donde se define quién se queda con el mercado.
Los números parecen una locura, pero no son una burbuja vacía. Son los números de una nueva infraestructura global que reemplaza al software tradicional y supera la escala de los Estados. Cuando un laboratorio de IA tiene ingresos similares al PBI de un país, la intervención estatal deja de ser una amenaza seria. En esa instancia, los gobiernos ya no pueden tutelar porque compiten entre sí. Los estados dependen de estas tecnologías porque, en última instancia, los flujos de poder ya no están donde estaban.
Todo esto recién empieza. Y como todo lo que empieza con esta magnitud, no será fácil de frenar.
Las cosas como son.
*Por su interés reproducimos este artículo de Mookie Tenembaum publicado en Diario Las Américas.