Entre otras, existen dos maneras significativas de perder el juicio: frente a los tribunales y enfrente de uno mismo. En la primera puede que exista algún margen de error y aquello de lo que se nos pudo acusar resulte calumnioso, interesado o falso: en todo lo humano difícilmente la perfección se cumple. La más triste y decepcionante manera de perder el juicio corresponde a la deformación de vernos bien, sin estarlo, en nuestros espejos interiores. Todo depende de la conciencia y de los valores con los que haya sido educada.
Acompañé en los últimos días de su vida a un amigo que se miraba obsesivamente las manos. Ante mi llamada de atención, aquel peregrino de incertidumbres me confesó que buscaba entre los espejuelos de las uñas, algo bueno que ofrecer.
Recordando una frase de Baudelaire: “Hay que ser sublime sin interrupción” miro a nuestra clase política gobernante, sin nada en las manos y con el juicio perdido: Fiscal General del Estado, Presidente de Gobierno, Ministros… todos mienten por un puñado de olvidos. Los de enfrente, también han de mirarse las manos, encallecidas de ausencia.