El sol de la tarde apenas comenzaba a declinar sobre la campiña. Un grupo de niños se divertía sin prisa, columpiándose y saltando como guerreros en un juego improvisado. De pronto, el más pequeño, que se había separado del grupo, se detuvo ante una charca y gritó, asombrado: —¡Un sapo bigotudo!
De inmediato, el juego se detuvo. Todos corrieron a la charca. Allí, flotando, vieron un corpulento sapo de un color dorado intenso, del que se desprendían enormes bigotes negros, gruesos como látigos. Era sorprendente, pues esa majestuosa criatura parecía más propia de un bosque nuboso que de esa humilde charca.
Los niños se sentaron alrededor, fascinados por el «sapo de oro». Se atrevieron a acercarse, centímetro a centímetro, hasta que el sapo, con una voz profunda y grave que resonó en el ambiente, les habló: —Cuidado. Esta charca es la entrada a un mundo mágico, y solo pueden salir de él quienes realmente creen en lo que su fantasía les hace ver.
Los niños retrocedieron. Pero la curiosidad pudo más que el miedo. El líder del grupo preguntó: —¿Quién eres tú?
—Soy el guardián de la charca —respondió el sapo—. Mi misión es rescatar a quienes caen aquí y, una vez dentro, se niegan a salir de este mundo donde solo se juega. Yo los conozco, sé dónde viven y dónde deben ir a estudiar. Por eso estoy aquí y solo ustedes pueden verme.
La contrariedad se apoderó de los pequeños: se habían escapado sigilosamente de la escuela. Se habían fugado de clases.
El chico que lo había descubierto increpó al sapo: —¡Somos niños! El juego es nuestra mayor necesidad, como el aire para vivir.
En ese instante, resbaló y cayó de golpe en la charca, adentrándose en un mundo donde el tiempo se detenía y la única actividad era jugar.
Sin embargo, tras un tiempo que pareció interminable, el niño se sintió profundamente cansado. Empezó a meditar que cada tiempo pasado no vuelve más y que era vital prepararse para el futuro. Justo entonces, los bigotes del sapo llegaron a sus manos, y lo sacaron de golpe de la charca. El sapo lo transportó de vuelta a la realidad, recordándole que no todo es diversión y que también es necesario estudiar.
Aquel día, el niño no solo salió de la charca: había encontrado el oro de su futuro.
«La educación es el pasaporte hacia el futuro, el mañana pertenece a aquellos que se preparan para él en el día de hoy.» (Malcolm X)
Doctor Crisanto Gregorio León