En el Veraluz de los años veinte se celebraba misa en la ermita de San Pedro, a las afueras, donde acudía el personal avisándose unos a otros y de paso, por el camino, emprender conversación. Un buen día llegaron don Arcadio y Nicanor, que eran pareja de hecho pero que se hacían pasar por primos y socios. Don Arcadio preguntó por qué no se tocaban las campanas que anunciaran la misa. El alcalde, monárquico e irónico, le respondió con cincuenta razones: La primera, porque no hay campanas… y don Arcadio se echó mano al bolsillo, ya que entonces se pagaba sólo en efectivo. Gracias a tan aplaudido gesto, Veraluz tuvo campana en la ermita hasta su traslado a la iglesia parroquial de La Asunción, años más tarde.
El señor cura de 1922 se apresuró a decir desde el púlpito: A partir de ahora, además de para la misa, las campanas se tocarán cuando haya fuego o algo que celebrar colectivamente o con tañidos lentos y continuos de dobla, si lo merece el muerto.
…En diciembre de 2025, con tantas noticias nefastas de parte del Gobierno, las campanas de Veraluz sólo tocan a difunto y el aire sostiene un extraño perfume de carnes corrompidas.
Pedro Villarejo