Damos lo que tenemos: la proyección del ser y la esencia de nuestras interacciones

14 de diciembre de 2025
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«Lo que somos es el don de Dios para nosotros. Lo que hacemos con lo que somos es nuestro don de vuelta a Dios.» — Proverbio Anónimo

«Obvio», diría alguien, «es una perogrullada, nadie puede dar lo que no tiene, salvo que lo hurte, pero jamás fue suyo». Con la exclamación del epígrafe, no aludo primariamente a cosas materiales, aunque el gesto o la actitud puedan derivar en algo tangible. Me refiero a las formas y maneras que empleamos con y para nuestros semejantes, y mejor aún, ante nuestros prójimos más próximos. Esta es la verdad más elemental y, a la vez, la más profunda sobre la interacción humana. Lo inmaterial no necesariamente ha de ser etéreo cuando insufla energías, y mejores son las buenas energías; las que inyectan entusiasmo y dejan en nuestra existencia el dulzor del encuentro con espíritus en perfeccionamiento o con una sensibilidad más evolucionada. Lo que emana de nuestro interior es lo que define la calidad de nuestro mundo exterior.

En razón de las vicisitudes de la vida, nos vemos obligados a obtener pólizas de seguro para nuestros bienes materiales y hasta de vida. Lo que redunda en tranquilidad y concordia interna por ser previsivos. Pero hay precauciones que no tomamos en las relaciones cotidianas, y a veces bajamos las defensas ante quienes ni siquiera imaginamos tienen un poder adverso sobre los ánimos y la diafanidad de los espíritus. Si no nos percatamos con prontitud, pueden irrumpir en nuestro templo interior y con su aura negra e impura descompensar el orden de nuestro universo y la armonía por la que trabajamos en el afán de ser mejores personas. La negligencia en la protección de nuestro fuero interno es tan imprudente como la falta de previsión material.

Maleantes del alma y pólizas espirituales

Como un maleante que espera el descuido de la víctima para despojarle no solo cosas materiales, sino la tranquilidad y hasta la vida, hay gente con la que te encuentras que parecen un foso profundo de penumbra. Te abraza y corres el riesgo de absorberte con sus sombras por ser un cuerpo opaco que proyecta una imagen estridente y oscura, restándote fuerzas, de las que solo podrás zafarte de sus nudos espirituales con una exclamación profunda al Paráclito. Este tipo de individuos son verdaderos depredadores energéticos, maestros en la manipulación de la psique ajena para su propio beneficio o simplemente por la irradiación de su propia infelicidad.

El Paráclito, el Espíritu Santo, se convierte así en nuestra más potente póliza de seguro espiritual, en ese auxilio que rompe las ataduras de la negatividad y nos devuelve a nuestra propia luz. La capacidad de discernir y de protegernos no es un acto de egoísmo, sino de legítima defensa de nuestro bienestar y de nuestra capacidad de seguir dando lo mejor de nosotros.

En cambio, el don de gentes, la personalidad afable, la gracia y el estilo servicial, la honestidad del espíritu en el respeto recíproco, agradan al ánimo y propician las óptimas relaciones humanas por ser simpatías que irradian buenas energías. Estas son las verdaderas fuentes de riqueza en las interacciones humanas, los activos intangibles que construyen puentes y fortalecen los lazos comunitarios. Son el reflejo de un interior cultivado y dispuesto a compartir la luz.

El mejor indicio como póliza de seguro ante los estafadores de la quietud del alma, es la proyección de su sombra que incomoda. No es necesario esperar a que la palabra o la acción se materialice en daño; la intuición y la percepción de una «sombra» densa, de una energía que perturba, ya es una señal de alerta. Escuchar esa incomodidad es un acto de sabiduría vital, una autoprotección necesaria para preservar el santuario de nuestra paz interior. Dar lo que tenemos implica, en primera instancia, dar lo que somos: una esencia cultivada, protegida y enriquecida para el bien propio y el del prójimo.


«Cuando se cultiva la belleza interior, se irradia una luz que ninguna oscuridad puede apagar.» — Anónimo

Doctor Crisanto Gregorio León, universitario profesor, abogado

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