Hoy: 27 de noviembre de 2024
Un ballotage o sistema de doble vuelta “a la española”. Así se plantea Pedro Sánchez el 23-J. Sueña, pese a la gran diferencia entre los sistemas electorales francés y español, en ser algo así como el Jacques Chirac de 2002, o el Emmanuel Macron de 2017 y 2022. El primero consiguió el apoyo del llamado “frente republicano” –faire barrage a la extrême droite o la unidad de los partidos democráticos para bloquear a la extrema derecha- en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas para su reelección el 5 de mayo de 2002 con el 82,2% de los votos contra el 17,7 de Jean-Marie Le Pen, el candidato del Frente Nacional que había desplazado al socialista Lionel Jospin en la primera vuelta. El segundo lo hizo en la segunda vuelta contra Marine Le Pen en 2017.
Como explica el sociólogo francés Didier Eribon (Regreso a Reims, libros Zorzal, 2017) la gente daba extrañas explicaciones sobre su elección en la primera vuelta de 2002. “La gente que votó a Le Pen no lo quería. En la segunda vuelta votaron normal”, escribe.
En la historia contemporánea se atribuye al presidente de Francia, el socialista François Mitterrand, la política de “inflar” al Frente Nacional. En 1983, Le Pen se quejó por carta al Elíseo de que era víctima del ostracismo en los medios. Mitterrand hizo gestiones en el canal Atenne 2 y Le Pen fue invitado, en vísperas de las elecciones europeas, a un debate político en el programa L’eure de la verité (La hora de la verdad). Buen polemista, allí nació la estrella de la extrema derecha: Jean Marie Le Pen.
Y aunque el mantra de “bloquear a la extrema derecha” como recurso socorrido se ha ido deteriorando en Francia, Macron logró repetir la hazaña en abril de 2022 en segunda vuelta con menos vuelo que en 2017 (66,1% de los votos) alcanzando un 58 por ciento de los votos. Eso sí, con una Marine Le Pen que cosechó el 41,4% (desde el 33,9% en 2017).
Pero las diferencias entre la política francesa y la española son de momento evidentes. El peligro inminente de la elección del 23 de julio en términos gubernamentales no es la extrema derecha de Vox sino la alianza del Partido Popular con Vox. Es decir, la entronización de Vox, y de su programa de acción, en el gobierno, a caballo del PP, como ya ocurre en varias comunidades autónomas.
El candidato del PP, Alberto Núñez Feijóo, ha jugado a la “domesticación de Vox” desde marzo pasado al bendecir el primer gobierno de coalición PP-Vox en Castilla y León. Pero los acuerdos programáticos recientes (Comunidad Valenciana, Baleares y Extremadura) dan cuenta más de una “domesticación del PP” hacia los postulados de Vox que viceversa.
Si la izquierda ha utilizado el mantra de “impedir que llegue la extrema derecha al Gobierno” como un recurso de movilización -manifiestamente ineficaz a la vista de los resultados electorales recientes y pasados-, el PP también lo exprime ahora para colocar al PSOE y a Pedro Sánchez en la encrucijada: si quieres evitar que la extrema derecha llegue al poder del gobierno central de mi mano te abstienes y me dejas gobernar en solitario. La milonga de la lista más votada.
Aunque Felipe González no lo ha escrito así de claro, es cierto que ya ha esbozado esa necesidad de pactar en un artículo de estos días que publicó la Nueva Revista de la Universidad de La Rioja.
“Estos [pactos de centralidad] fortalecen no solo la democracia, sino también el destino de un país. Cuando estos pactos de centralidad desaparecen, el país se debilita, se polariza, pierde fuerza y credibilidad tanto interna como internacionalmente. Y ahí es donde estamos ahora”.
“Ahí estamos ahora”. Es decir: es una reflexión de campaña electoral.
Que el expresidente no haya dicho una palabra sobre los ataques furibundos de la derecha contra Pedro Sánchez, pero haya optado por esta “campaña” a través de un medio de comunicación alejado del mainstream -los grandes medios de comunicación-, dice mucho.
González prefiriría, si gana Feijóo, que gobierne el PP con la ayuda- abstención del PSOE- y que los socialistas pasaran un periodo en la oposición. Ello supondría pasar página de la enfermedad del “izquierdismo” sanchista y dar lugar al renacimiento socialdemócrata del PSOE. Un Suresnes en el camino de la recuperación del bipartidismo.
Felipe González se ha aproximado pues, todavía en voz baja, al tema del pacto por la lista más votada con el que machaca Feijóo. Pero tampoco es algo improvisado en la posición del expresidente.
Porque hay que remontarse a 2016 y evocar la virulencia con la cual Felipe González atacó a Pedro Sánchez sobre la investidura de Rajoy y la alternativa frustrada de Sánchez (https://cadenaser.com/programa/2016/09/27/hoy_por_hoy/1474992493_870585.html).
Aquella mañana, se puede calificar de histórica, González acusó desde Santiago de Chile, en declaraciones a Pepa Bueno de que Pedro Sánchez le había engañado el 29 de junio de 2016 porque le había dicho, siempre según la versión de González, que el PSOE se abstendría en segunda votación para permitir la formación del gobierno de Mariano Rajoy.
“No es posible -explicó González- hacer un gobierno Frankenstein, como dice [Alfredo Pérez] Rubalcaba no es bueno ni es posible”. Es a ojos de González lo que terminaría haciendo Sánchez con Pablo Iglesias. Eso sí: tras ganar las elecciones en 2019.
Si uno sigue el pensamiento de González, el candidato Sánchez mantiene ahora el objetivo de repetir un gobierno parecido al proyectar una coalición con Yolanda Díaz, candidata de Sumar.
Hay que apuntar, asimismo, que no se puede plantear en abstracto el tema de la lista más votada -como si fuera un debate teórico-abstracto- ya que en las circunstancias actuales no sería un pacto a solas entre el PSOE y el PP. Sería un pacto entre el PSOE y el PP de Feijóo coaligado con Vox en importantes regiones de España. Sería un paso relevante para blanquear y potenciar la alianza del PP con la extrema derecha de Abascal.