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Muñoz Rojas

El poeta José Antonio Muñoz Rojas. | Fuente: Europa Press

Hay mañanas en que uno no tiene más remedio que expresar un cierto lirismo que quizá haya sido empujado por la travesura de un sueño delicioso.

De ahí que convoque en este amanecer sereno la figura y el escrito del inmenso poeta José Antonio Muñoz Rojas, que tiene la capacidad de unificar lo sublime con lo sencillo, lo profundo con lo diario. En uno de sus mejores libros, Las Cosas del Campo, hay este relato que tiene y puede tener tantas enseñanzas. Dice así:

“Este año no hay zorzales. Miguel está desesperado, es un labrador sin cosecha. Se pasa el día espiando el aire, por si vienen, pero el aire sigue imperturbable, bellísimo, sin asomo de pájaro. Miguel pasa y repasa sus perchas. Los zorzales son su pan del invierno. ¿En qué remoto norte se habrán quedado? ¿De quiénes dependerán sus pasaportes?”

“Y es lo que dice Miguel para que se vea: el año pasado, con tan poca aceituna y tantos zorzales, doce, catorce, cada día, no daban las perchas abasto. Y éste, tanta aceituna y tan pocos zorzales, con lo gordos que se pondrían. No hay quien lo entienda, dice Miguel y tiene razón. Y añade: Son las tormentas, las tormentas… Y se quedan tan tranquilos con la explicación. Es lo que necesitaba para su tranquilidad: una explicación”.

Derivo esta respuesta a nuestras dudas asombrosas. A nuestras perplejidades que no tienen claridad inmediata. A lo que nos sucede sin que tenga una explicación razonable. ¡Hay tantos misterios alrededor que nos dejan fatigados en la búsqueda de una respuesta aceptable!

Habrá que escuchar hoy esta respuesta que Miguel se da a sí mismo, en vista de que no han llegado los zorzales que mejorarían su invierno. ¡Tantas cosas hay que nos dañan!… Las maledicencias, vanidades, mentiras y egoísmos se enredan otra vez en los tiempos que vivimos. Y la ignorancia, sobre todo la ignorancia. Pero no hay que buscar explicación en el turbio río de lo inexplicable. Somos un misterio. Y lo que está junto a nosotros, misteriosamente se sucede como una lámpara que sólo iluminara a los de siempre.

Yo digo como Miguel en el relato: ¡Son las tormentas! Lo que nos pasa, el dolor de este día aciago o la alegría de este encuentro feliz, el acierto, la torpeza, el vino que se derrama en las copas de la tarde… sucede por causa de las tormentas.

Menos mal que el amor, siendo también una tormenta a su modo, acaba su inclemencia con una lluvia de besos.

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