Carta de don Servando a René y epílogo

26 de octubre de 2025
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Naturalmente todo lo que se escribe es un reflejo de lo que se ha vivido

A los pocos días de cumplir dieciocho años, René habló con sus padres para que comprendiesen su deseo de crecer fuera de Baeza, traspasados ya sus límites.

René se instaló en Madrid en casa de un impresor que le habían recomendado con el deseo de aspirar aires disintos. Desde su nuevo domicilio le escribió a sus padres una carta larga en donde les agradecía tanto como de ellos había recibido. A sus amigos. A los que recibieron su visita con churros los domingos y, sobre todo, a don Servando, que había protegido en él los cimientos variables del amor… Al poco tiempo, don Servando, le contestó desde la carta que le dieron a leer sus padres:

Querido René:

-Si tuviésemos que agrupar en una frase el contenido de esta carta, cuatro palabras bastarían: Necesitamos verte de nuevo. Me faltó recordaros en nuestra visita a la celda donde murió San Juan de la Cruz, una de sus frases más conmovedoras: La dolencia de amor no se cura, sino con la presencia y la figura.

-Y es que, René, todo aquello que se nos va yendo queremos con urgencia traerlo a la memoria, sobre todo lo que fue edificante, lo que nos enseñó a vivir en alegrías. Sabemos por la carta que has escrito a tus padres que estás bien, sin entrar demasiado en detalles, porque nunca se goza fuera de uno como se vive la felicidad en los adentros: los sinsabores en la soledad son más frecuentes e intensos que en la compañía.

-Queremos que al regresar nos traigas alguna riqueza para este pueblo que, como casi todos, es envidioso y poco agradecido. Aquí, en general, somos prontos a la crítica y al juicio, y muy tardos para el reconocimiento de los méritos que generosamente se reciben.

-Casi treinta años llevo en Baeza, desde el exilio de las voluntades. Las faltas de coincidencia con los argumentos políticos y sociales me trajeron aquí, a este frío diferente, pero también a este verde esperanzador de los olivos. Y me he dedicado –ya lo sabes bien— a tapizar las inteligencias de los adolescentes con la pequeña sabiduría que os he brindado desde lo gratuito. Di lo que pude y lo que supe. A nivel de sociedad no he recibido la menor recompensa… La luz que busqué para vosotros, espero que se mantenga encendida.

-Te duele que Isabel haya desaparecido sin una carta siquiera de despedida. Tu amor hacia ella no merecía semejante olvido. Porque cuesta soportar la ausencia de alguien sin el tacto, al menos, del papel escrito, sin la tinta que lleva también en el azul la lágrima.

-Vas a encontrar a otra Isabel que sepa clavar sus ojos en los tuyos, que esté dispuesta contigo a compartir las horas, a juntar los buenos momentos y a embelesarse en el común destino.

-Tus amigos, René, preguntan por ti cada vez que nos cruzamos en las calles de Baeza. Ellos se alegran siempre que nos ven, pero se van pronto, se ausentan con sus propios regocijos y no tienen memoria de nuestras complacencias.

-Ya sabes, René, que aquí te esperamos, tus padres especialmente. Y volverás a Baeza porque siempre regresamos a los sitios de nuestra infancia; no porque hayamos sido felices precisamente, sino para cumplir con el vacío, para llenar las oquedades de un tiempo en que los saltos se daban porque no sabíamos qué hacer con tanta fuerza… Tráenos tu vida cuando vengas, ensanchada; deléitanos con el regalo de verte muy crecido.

-De nosotros te llevaste lo indispensable para tus comienzos, ahora somos nosotros quienes te pedimos lo indispensable para que terminen consoladas nuestras vidas.

-Cuídate, que el mundo tiene sus trampas. Entre las bondades se esconden los venenos. Aunque, a pesar de lo que te previnimos continuamente, el ser humano es más digno de consideración que de desprecio.

-Todo esto que te escribo, René, me lo han dictado tus padres entre silencios y abrazos. Yo he puesto la palabra; ellos, la emoción y la urgencia de recuperarte.

-René, querido, busca el amor. Sin él no se puede vivir. Es intrascendente cualquier amanecer sin el vaho de una palabra cerca, sin el aliento de un beso.

-Que Dios te acompañe siempre: si Él nos falta, los amores humanos se nos vienen abajo. Algún día te habrá dicho el señor cura que sólo Dios basta, que quien a Dios tiene nada le falta.

-Escríbenos, no nos dejes en vilo… También te abrazo como puedo, fuertemente,

Servando

Baeza a primeros de julio de 1918.

EPÍLOGO

Hasta aquí hemos acompañado a René. A él le corresponde ahora, con lo aprendido y experimentado, desarrollar en una vida adulta todas las inocencias.

El 14 de diciembre de 1918, René tuvo en sus manos un requerimiento notarial de don Severiano Riquelme Macías, para notificarle que, a la muerte de doña Leonor de Rojas González-Rivas, obraba en su poder el testamento que le acreditaba como heredero universal de sus bienes. Del mismo modo, y tras un largo proceso testamentario de posibles herederos, se descubrió en la caja fuerte de don Alipio Cuevas Salazar un documento ológrafo de sus últimas voluntades, fechado el 19 de marzo de 1918, que también le otorgaba la totalidad de sus bienes.

Ante la urgencia de la tramitación, el señor notario, don Severiano, se personó en la capital de España con su secretario y un albacea para requerir del beneficiario su consentimiento.

Instalados en un hotel de Madrid, el ilustrísimo notario se dispuso a enumerar los cuantiosos bienes que pasarían a su disposición.

De parte de la señora Leonor:

-Una finca de cinco mil seiscientos olivos en el término municipal de Villanueva del Arzobispo. Una casa-palacio dentro de la propiedad con el mobiliario y obras de arte que aquí se reseñan.

-Tres casas en alquiler en la ciudad de Jaén, cuyas rentas este año toca actualizar.

-Dos casas solariegas en Úbeda que renta el excelentísimo ayuntamiento para hospedaje de visitantes ilustres.

-Un cortijo en Badajoz, proveniente de la herencia de su esposo, dedicado a variedad de cultivos, con ochocientas cabezas de ganado, cría de cerdos y coto de caza que, en la actualidad y por expreso deseo de doña Leonor, administra este servidor del Estado y cuya contabilidad está a disposición del heredero.

-Cuadros y joyas…

La lista de bienes parecía interminable y a René se le notaba un cansancio de cifras que iba más allá de lo abarcable. Ante el requerimiento de su aceptación, René dijo que sí.

El notario abrió la segunda carpeta en la que se consideraban los bienes de don Alipio, que pasó seguidamente a relatar:

-Don Alipio Cuevas Salazar le otorga sin trabas ni impedimentos la casa de La Yedra adonde vive, de tres mil doscientos metros cuadrados, incluidos huerta y jardín. Y todo el dinero a determinar, tras los gastos notariales e impuestos correspondientes, que se encuentra en depósitos del Banco de España.

-En el documento ológrafo advierte que la base donde se asienta la pajarera de dos metros de diámetro, es una oquedad de hierro fundido que esconde más de trescientos mejicanos de oro, legalizados ante la autoridad correspondiente…

Después de casi dos horas reunidos con el notario y su albacea, según nos comentó don Severiano, a René sólo se le escuchó balbucear, emocionado:

-Pido luz para saber compartir y administrar, entre los pobres de Baeza, semejante abundancia.

Y se dio cuenta, de pronto, que las circunstancias le habían encerrado en otro laberinto.

…………………………………..

Naturalmente todo lo que se escribe es un reflejo de lo que se ha vivido. Me da pena que René se vaya después de haber encontrado en cada rincón de Baeza una aventura y un silencio. Nosotros también, cuando crecemos, nos llevamos la infancia, no como una carga pesada, sino como una lumbre para los tiempos del frío.

…Pero todo termina.

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