Agatha Tronchatoro y los tribunales de injusticia de género de Torenza: la patología colectiva

5 de noviembre de 2025
8 minutos de lectura
Imagen creada con IA.

— El país de Torenza es, de hecho, un país imaginario y ficticio. —

«El proceso penal es una necesidad terrible. Es el sacrificio de un hombre que se hace para la seguridad de todos.»

Francesco Carnelutti, Las Miserias del Proceso Penal

(En Torenza, el sacrificio no es por la seguridad, sino por el capricho y la vanidad.)

Advertencia al lector: crítica al poder, no al género

El presente análisis y de crítica social no constituye ni promueve la misoginia. El autor no condena al género femenino, sino que denuncia la conducta antijurídica e inhumana de todas las autoridades de Torenza que, escudadas en la toga, utilizan la jurisdicción para vehicular sus patologías y odios personales. Esto incluye la crítica a los hombres que, por servilismo profesional o mimetismo corrupto, traicionan a su propio género, convirtiéndose en «caines togados» que sacrifican a inocentes para ascender o mantenerse. La crítica se dirige al abuso del poder, no a las mujeres ni a los hombres en general.

El artículo describe un sistema judicial corrupto en el país ficticio de Torenza, donde jueces y fiscales, liderados por la jueza Agatha Tronchatoro, abusan de su poder para condenar hombres inocentes, basándose en prejuicios personales, venganza y corrupción. Se critica la «patología colectiva» de estas autoridades, su ignorancia y su falta de ética, así como la complicidad de los hombres del sistema judicial.

Un aforismo para Torenza:

«En Torenza, la justicia es como una brújula averiada: siempre apunta a donde ya estaba el prejuicio, y nunca al norte de la verdad. Y sus tribunales… bueno, sus tribunales son el único lugar en el mundo donde un hombre es condenado por los pecados que otra persona aún no ha pensado en cometer.»

El pulpo con toga: anatomía de una injusticia

En la ficticia, pero dolorosamente real, República de Torenza, la figura de la jueza Agatha Tronchatoro es el vivo retrato de cómo la chusma togada puede pervertir la justicia. Ella no solo administra un tribunal de género; ella es la matrona tentacular de un sistema podrido.

Su poder trasciende el estrado. Ostentando un cargo político-administrativo clave, Agatha Tronchatoro ejerce una influencia corrosiva sobre todas las autoridades: jueces, fiscales y subalternos, convirtiendo su capricho personal en jurisprudencia obligatoria. Sus dictámenes no se basan en Derecho, sino en el terror que infunde a sus «colegas», quienes, por temor a perder su cargo, o porque están enfermos de igual manera, firman cualquier infamia.

La jueza Agatha Tronchatoro, con sus múltiples ocupaciones, no tiene tiempo (ni interés) en leer un solo expediente. Su mente está contaminada por el prejuicio de clase baja y la baja moral. Ella llega a la sala con una sentencia ya escrita en el vacío: el hombre es culpable solo por ser hombre. El debido proceso es, para ella, una molesta formalidad que alarga su deleite morboso.

La patología del alma vacía en Torenza

Las juezas y fiscales de Torenza son la viva representación de una enfermedad del alma que se viste de autoridad judicial. Una buena parte de ellas son figuras vacías, frías y profundamente superficiales. Se dividen en dos castas de vanidad: aquellas que se creen diosas de la belleza y las que se pavonean exhibiendo la falsedad y el vacío de su supuesta intelectualidad. Esta pretensión arrogante no es más que la expresión de una profunda ignorancia altanera, un severo sesgo cognitivo que revela la anemia espiritual que corroe su capacidad de discernimiento. Su alta competencia profesional es un simulacro hueco, pues su intelecto, jurídicamente blindado por la toga, está vacío de ética y existencialmente quebrado.

Sus sentencias son el espejo opaco de su alma. La condena injusta, la persecución del hombre inocente, la miopía intencional, no son errores jurídicos; son la manifestación de una retaliación patológica originada en la indiferencia masculina que las tiene por objeto de desprecio. La frustración y el dolor de no ser deseadas o de haber sido traicionadas se transforma en un peligroso desplazamiento de la agresión: el hombre condenado hoy paga el desaire afectivo de otro hombre en el pasado. Para muchas de estas mujeres, la justicia se ha transformado en la venganza por el desaire afectivo; es la ira de la «flor de barranco» a la que nadie quiso o pudo acceder. Este vacío existencial y esta patología interna explican por qué insisten en llevar causas nulas a juicio: necesitan la escena de la humillación para llenar momentáneamente la hondura de su propia bajeza.

El embrión de la injusticia: la mínima prueba

La base filosófica de esta barbarie halla su origen en una creación virtuosa, pervertida por la insania. El renombrado tratadista español Manuel Miranda Estrampes ideó la doctrina de la mínima prueba para dar tutela a la víctima en la intimidad. Sin embargo, en Torenza, ese concepto se ha convertido en el embrión de la injusticia.

Al igual que en la película Stargate, donde el alienígena se siembra dentro de la víctima, el Dr. Estrampes, con la brillantez de su pluma, dejó sembrada la semilla de la maldad. La «mínima prueba» ha sido el ardid necesario que estas juezas y autoridades de Torenza han utilizado para consumar la revancha: tiran la piedra y esconden la mano. La fragilidad de la espiritualidad humana, el capricho y las intenciones insanas se aprovechan de esta apertura legal para construir fraudulentamente toda una causa.

Es profundamente preocupante que una creación académica sana, destinada a corregir la barbarie animal del hombre que se porta mal con la mujer, sea utilizada por otros, fundamentados en ella, para construir un delito contra el inocente. La ley, creada para corregir, se convierte en el perfecto manto para la maldad, todo por la venalidad de quien la aplica.

La corte de los monos voladores y la patología colectiva

El combustible de la ueza Agatha Tronchatoro es la patología del poder. Ella insiste, con una obstinación caprichosa y morbosa, en llevar a juicio causas que son nulas de toda nulidad, que son evidentemente fraudulentas o construidas por pura venganza.

Su séquito de «monos voladores» (funcionarios, jueces y fiscales, tanto hombres como mujeres) perpetúan esta realidad irreal. La tiranía del sistema ha sustituido el criterio. Su modus operandi es una parodia de aquel adagio mal entendido: «donde fueres, haz lo que vieres». Por lo tanto, si el sistema opera con la lógica de «condenar, condenar, condenar», ellos repiten la misma letanía judicial.

En este entorno viciado, los togados varones son un saludo a la bandera; unos perfectos mandilones, unos Caines que, apabullados por el entorno caprichoso, traicionan a sus propios hermanos. Si dicen algo a favor de los hombres procesados, se enfrentan al escarnio del tribunal completo. La justicia en Torenza está supeditada por el dominio de la agenda pasional y vengativa, no por el Derecho. Los hombres de la judicatura renuncian a su criterio para no incomodar a la matrona Tronchatoro ni a su corte.

(ANEXO: Aviso de Exclusión del Juzgado Infame de Género de Torenza)

ABSTENERSE POSTULANTES ÉTICOS:

NO APLICA para puestos en esta jurisdicción si usted es:

● Sana espiritualmente o mentalmente quilibrada.
● No arcisista, no psicópata, no histriónica y libre del síndrome de hubris (exceso de confianza y soberbia).
● Una mujer que busca la justicia imparcial o la verdad procesal.
● Alguien que demuestra ternura o afecto sano hacia el género masculino.

Solo reclutamos a quienes utilizan la ley para vengar sus frustraciones personales.

Existe una alarmante cantidad de mujeres que falsamente acusan a los hombres en Torenza. Lo más grave es que las autoridades de este juzgado, sabiendo que estas denunciantes están mintiendo, las secundan y condenan al hombre por pura sororidad de género. El principio de inocencia es sacrificado en el altar de esta militancia ciega.

La jueza Agatha Tronchatoro, proveniente de las favelas de Torenza, no ha logrado desprenderse de su criterio delincuencial. Aunque se ponga un traje y una toga, su sentido de venganza y sus vacíos existenciales los cobra con los hombres, con el apoyo incondicional de un séquito que ha abrazado la injusticia.

El adefesio de la toga: la ausencia de tutela judicial

En Torenza, la Tutela Judicial Efectiva es una burla; es falsa.

El verdadero arte de la injusticia se manifiesta en los documentos judiciales. Las sentencias interlocutorias y definitivas, así como los más sencillos autos, no son actos de jurisdicción; son adefesios intelectuales y antijurídicos.

Las juezas y fiscales de Torenza han perfeccionado la falacia del desvío. Cuando la defensa solicita, con fundamentos irrefutables, una pastilla para el dolor de cabeza (el debido proceso), el tribunal responde con una pintura de uñas (una decisión disparatada e incongruente).

● Insultan la inteligencia ajena. La defensa es tratada con desprecio, pues su argumentación es ignorada.
● Contenido Antijurídico Deplorable. Los autos y sentencias aplican la ley al contrario de lo que manda el Derecho.

El colmo de la dicotomía es la Fiscalía. Se dicen ser parte de buena fe, pero actúan con la misma sed de venganza de la jueza: el hombre es culpable y debe ser condenado.

Sin embargo, en medio de esta falsa moralidad, siempre dejan una rendija abierta para la corrupción. La única forma en que la culpabilidad puede ser negociada es si les «mojan las manos». La doble moral de esta judicatura es su verdadero sello.

En estos tribunales de Torenza, la ley se aplica como una barbaridad, no como un arte. Y si la primera instancia produce semejante infamia jurídica, lo más espeluznante es que existe un alto tribunal esperando para santificarla.

La corte de apelaciones: el sello de la locura

Pero el horror no termina en el tribunal de juicio. Las cortes de apelaciones de Torenza, integradas por autoridades que aparentan sapiencia y sabiduría (hombres y mujeres), son la vergüenza final del sistema.

Ellos confirman locuras. Sin un ápice de pudor o remordimiento, con la misma miopía jurídica de Agatha Tronchatoro, ratifican sentencias y autos que carecen de todo sustento fáctico o legal. Su alta posición y su apariencia de conocimiento son solo un disfraz vacío.

En Torenza, el principio iura novit curia es una mentira descarada y una utopía. Las autoridades de apelación, que aparentan sapiencia y sabiduría, eligen ignorar la verdad por capricho, perjuicio o venganza.

No leen. No estudian el expediente. De oficio, deberían liberar a los hombres juzgados con base en la nada. Pero en lugar de eso, se las ingenian para tejer la trama de la injusticia, demostrando una miopía jurídica intencional. Su misión es aplastar.

El desfile de pavos reales y la condena inmediata

Y sin embargo, estas autoridades, desde Agatha Tronchatoro hasta los magistrados de la corte de apelaciones de Torenza, caminan por los pasillos de los tribunales como pavos reales. Se pasean con un aire de dechado de virtudes y altos conocimientos.

Lo que no saben es que, bajo sus togas y su aparente impunidad, llevan una condena inmediata y eterna.

¡El Diablo mismo las está esperando al final de su corrupta jornada!

¡Aquí las estoy esperando! – Grita el Príncipe de las Tinieblas, con una sonrisa de oreja a oreja. ¡Son ustedes mis demonios! Hicieron bien el trabajo de cometer injusticia contra los hombres inocentes. ¡Aquí las estoy recibiendo!

En el infierno de Torenza no hay apelaciones para el capricho.

«En el proceso, la verdad es un punto de llegada, no de partida.» – Francesco Carnelutti, Las Miserias del Proceso Penal

(Para la jueza Agatha Tronchatoro, la verdad es una molestia, y el capricho, la única partida.)

Dr. Crisanto Gregorio León
Profesor Universitario
Abogado Ex Sacerdote.

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