“Haga como yo, no se meta en política”, a Franco atribuyen esta irónica frase al hablar con uno de los suyos. Y, vistos los resultados, parece peligroso preferir el oficio de político a cualquier otro, alejado de trampas y contubernios.
Sin embargo, la política, como todas las instituciones, ha nacido para el bien común y es loable el sacrificio que pueda hacerse para conseguir los propósitos del mejor servicio. Lo que sucede es que todo aquello que el hombre toca recibe la mancha de su avaricia, a costa de lo que haga falta. Asistimos a la patología de los oficios cuando no se tienen cabeza y corazón para ejercerlos.
Por más que sea infinita la ambición, la vida es corta. Seamos, al menos, inteligentes.