“El tío estaba por toda la calle y tuve que hacer algunas maniobras bruscas antes de atropellarle”
En 1993, el autor de esta información, José Antonio Hernández, entonces periodista de El País, recorrió los juzgados de Madrid en busca de partes de accidentes de tráfico firmados por conductores que se habían visto envueltos en un siniestro.
Y contactó con un funcionario, del Juzgado de Instrucción 5, que durante años se había dedicado a recopilar por su cuenta resúmenes de partes que contenían descripciones disparatadas sobre lo ocurrido. Antologías del absurdo.
Algunos automovilistas, en su afán de exculparse del siniestro ante los jueces, que les piden un pequeño resumen por escrito de lo sucedido con vistas al juicio de faltas, relataban auténticas barbaridades.
A continuación, FUENTES INFORMADAS detalla algunos de los disparates que tuvieron que leer los jueces antes de poder descifrar quién era el culpable del accidente. En su resumen, uno de los conductores, más que la colisión en sí, describe al milímetro el aspecto de su víctima, a la que echaba toda la culpa del siniestro. Lo contaba así: “La causa indirecta del accidente fue un tipo bajito en un coche pequeño y con una boca muy grande”.
Otro conductor se fue por los cerros de Úbeda y detallaba con precisión y empatía el sufrimiento de su víctima: “Vi una cara triste moviéndose lentamente cuando el señor mayor rebotó en el techo de mi coche”.
Algunos muestran su total despego por el contrario. “El tío estaba por toda la calle y tuve que hacer algunas maniobras bruscas antes de atropellarle”.
Y es que, descifrar las declaraciones de algunos automovilistas involucrados en un accidente de tráfico, con el lógico apasionamiento tras el accidente, obliga muchas veces a los jueces a efectuar extenuantes ejercicios de criba e interpretación.
Para algunos, los peligrosos eran los peatones: “Estaba convencido de que el vejete”, explicaba un conductor, “no llegaría nunca al otro lado de la calzada cuando le atropellé”. Otros, en cambio, pierden por completo la objetividad a la hora de narrar el siniestro: “El peatón no sabía en qué dirección correr, así que le pasé por encima”.
En el siguiente caso, el declarante deja entrever que el peatón no le dio otra opción que arrollarle: “El peatón chocó contra mi coche y se metió debajo”, soltó.
Otros conductores revelan que atropellaron al peatón para evitar un mal mayor: “Para evitar chocar con el parachoques del coche de delante, atropellé al peatón”.
Había automovilistas que no pudieron explicar racionalmente lo sucedido y se amparan ante el juez en fenómenos paranormales. “Un coche invisible que salió de la nada me dio un golpe y desapareció”. “Llevaba”, decía otro en su declaración, “40 años conduciendo cuando me dormí al volante”.
La señal de stop fantasma, la visión borrosa y la suegra
“Cuando llegué al cruce, apareció de pronto una señal donde nunca había habido una señal de stop antes y no pude parar a tiempo”.
“Había estado todo el día comprando plantas”, detallaba otro afectado, “y cuando llegué al cruce, un arbusto surgió de repente oscureciendo mi visión y no pude ver el coche que venía”.
Los hay también que les cuesta comprender qué pasó exactamente. Cuenta uno: “Volviendo al hogar me metí en la casa que no es y choqué contra el árbol que no tengo”.
En un caso, el automovilista inmiscuye a la madre de su esposa, que le acompañaba en el viaje, en el accidente: “Saqué el coche del arcén, miré a mi suegra y me fui de cabeza al terraplén”.
Malditos insectos
El siguiente atribuye la distracción a un insecto: “Tratando de matar una mosca, choqué contra el poste de teléfonos”. Según otro afectado fue también un poste de teléfonos la causa de su siniestro: “El poste se estaba acercando y, cuando maniobré para salirme de su camino, choqué de frente”.
No faltan tampoco los relatos en los que el automovilista dice haber sido víctima del otro vehículo. “Choqué contra un camión estacionado que venía en dirección contraria”; “un camión retrocedió a través de mi parabrisas y le dio a mi mujer en la cara”.
Otro conductor remata: “El otro coche chocó con el mío, sin previo aviso de sus intenciones”.
Debajo del sombrero
“Le dije al policía que no estaba herido, pero cuando me quité el sombrero”, evoca un afectado, “descubrí que tenía fractura de cráneo”.
El siguiente automovilista describe las circunstancias posteriores al accidente que padeció: “Cuando el coche abandonó la calzada, salí despedido; más tarde”, recuerda, “me encontraron en un hoyo unas vacas sueltas”.
Otro conductor da por sentada la involuntariedad que precedió al siniestro: “Mi coche estaba correctamente aparcado cuando, retrocediendo, le dio al otro coche”.
Más casos: “Creí que el cristal de la ventanilla estaba bajado, pero me di cuenta de que estaba subido cuando saqué la cabeza a través de ella”.
El conductor que se detuvo apremiado por sus necesidades
Uno de los relatos sobre accidentes que más carcajadas ha despertado entre abogados y empleados de algunas compañías de seguros de Madrid es el siguiente. Sucedió que un automovilista detuvo el coche en el arcén y, apremiado por sus necesidades fisiológicas, se ocultó en unos arbustos muy próximos a la vía. Mientras tanto, un camión de gran tonelaje, que viajaba en la misma dirección, embistió por detrás a su turismo.
Días después, este hombre se dirigió por escrito a su compañía de seguros y describió así los pormenores del siniestro: “Que circulando normalmente por la carretera con mi automóvil me entraron ganas de hacer del cuerpo, por lo que paré el vehículo en el arcén y me fui a hacerlo a unos matorrales cercanos, y cuando estaba con los pantalones bajados”, razonó, “vino el contrario y me dio por detrás con el basculante” [del camión].