INGELA CAMBA LUDLOW
Como sucede en la vida, todo nos da posibilidad de pensar en aquello que vivimos tan cercanos que dejamos de preguntarnos. En este caso, las añoradas vacaciones nos permiten pensar algo de lo que las rodea.
De entrada, vale recordar que el inconsciente no descansa —como Jacques Lacan escribe en el seminario XI, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis—, el inconsciente no toma vacaciones nunca: la mente no se detiene jamás, así que podrá no estar trabajando o no estar en sesión, pero las dinámicas inconscientes siempre continúan y no pueden suspenderse así el Yo lo quiera o lo necesite. Pero, ¿entonces, las vacaciones ayudan? Pueden, aunque no siempre.
Las vacaciones se han convertido en uno de los momentos más idealizados de la época moderna. Pareciera que existe un imperativo categórico de tener que llenarlas de sentido y de momentos de realización, la mercadotecnia de agencias de viajes y las imágenes de las redes sociales han aumentado la presión sobre ello. Vale la pena introducir un pequeño paréntesis con la literatura de viajes en la que sucede algo diferente. Todos aquellos que hayan estado en contacto con el género descubren con paciencia que lo bello se encuentra poco a poco, que, por ejemplo, alcanzar montañas y grandes vistas requiere de muchos escalones, kilómetros, pies maltrechos, dolores musculares, cansancio de comenzar al día siguiente, climas extremos, etcétera, pero estos obstáculos —o inconvenientes— no aparecen en la imagen final de sitios web de vacaciones, mucho menos en las redes sociales y sí son parte de los viajes, así lo comprueba el amplio catálogo universal de la literatura de viajes.
Se requiere vida para comprender que el gozo es un elixir que se recibe con gotero. Regresemos a la idealización de las vacaciones; es cierto que no para todo el mundo es una fantasía, para muchos es una presión. En muchas ocasiones depende de la relación con la que se lleve el trabajo y la vida; las personas que están esperando el retiro para poder “vivir” son las mismas que hacen que las vacaciones sean momentos aún más cargados de expectativas de desconexión. Esto, evidentemente, pone en juego la satisfacción de las vacaciones, porque se espera demasiado de ellas. Se espera, quizá, que sean la ventana a la vida que no se está viviendo. ¿De qué se tratan las vacaciones? La palabra vacationis proviene del latín vacatio: la dispensa de un trabajo o una obligación; también se refiere al tiempo en que un cargo estaba vacante. Vacare, estar vacío. Entonces, se trata más bien de poder vaciarse, desocuparse de eso que lo que siempre hacemos. Así, las vacaciones comienzan por dejar de hacer, no por hacer más y muchas veces puede ser en el propio espacio en el que se vive.
Si la vida lleva un ritmo vertiginoso, una agenda topada de juntas, reuniones, obligaciones y tareas, un estricto horario para poder realizar la mayor cantidad de actividades, entonces, al salir de vacaciones se extiende ese ritmo y se impone una agenda topada de actividades para asegurar hacer el mayor número de cosas en un tiempo posible y un horario estricto para realizarlas, repitiendo en las vacaciones lo que sucede en la vida diaria. Nuevamente, la compulsión a la repetición disfrazada de turismo intenso.
Vaciarse, para algunos, puede generar angustia, la sensación de no quedarse con nada, más que con uno mismo; depende de la relación con el mundo interior, porque estar con uno mismo puede ser un placer o puede exaltar la sensación de abandono. Por eso hay personas que pueden tomarse tiempo y vacaciones consigo mismas, mientras que a otras personas la sola idea de estar y viajar solas les causa ansiedad.
El tema no es sólo mental, sino que conlleva claras consecuencias para el sistema nervioso. Gump y Matthews —en su artículo Are vacations good for your health? The 9-year mortality experience after vacationing (Psychosomatic Medicine, 2000)— concluyen que las “vacaciones provocan una mayor variabilidad en la frecuencia cardiaca (VFC), un indicador del tono vagal y la recuperación parasimpática”. Y esto sucede, en el mejor de los casos, cuando se permite liberarse de “tener que hacer cosas”, porque reduce la actividad el sistema simpático, que activa los modos de lucha o huida, y favorece el dominio del sistema parasimpático, que es el que permite la relajación, el sueño reparador y hasta la digestión.
Las vacaciones son necesarias porque ofrecen la posibilidad de vaciarse de algo, de vista de dejar suspendido algo. Aunque, claro, para una mente demasiado cargada, no habrá vacaciones que calmen ni que colmen.
Y, usted, lector, ¿puede para dejar ese espacio libre? O quizá la pregunta es más compleja: ¿Cuántos de nosotros lograremos vaciarnos?
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