A Juan Antonio Flores, que ha estado a punto de morir en la cárcel, le arrebataron los beneficios penitenciarios que le otorgó el juez porque estaba hospitalizado y no pudo volver al Victoria Kent
Las tres grandes putadas (término aceptado por la RAE como sinónimo de faena) que supuestamente le ha hecho Prisiones al interno Juan Antonio Rodríguez Flores rozan la criminalidad. Y eso que al frente de este organismo el ministro Fernando Grande-Marlaska tiene colocado a un ex juez de vigilancia penitenciaria de Madrid llamado Ángel Luis Ortiz, amigo de la ex alcaldesa Manuela Carmena. O no se lo cuentan o lo tapa.
Estas tres faenas tienen sello personal.
Las penas privativas de libertad tiene una doble vertiente, la función retributiva (pagar por el delito) y otra resocializadora, aprender a vivir en libertad. Pero la cárcel no es el coto privado de los funcionarios y directivos de los centros. Si lo que se pretende es enseñar a los internos a respetar la ley, los primeros que deben cumplirla y dar ejemplo de pulcritud son precisamente los responsables de las penitenciarias, desde el director hasta el último funcionario.
Las putadas de libro que se van a describir tienen una víctima, el interno Juan Antonio Rodríguez Flores, de 44 años, y también unos autores; entre ellos, José Comerón, el alcaide/director de Alcalá Meco, quien todavía sigue en su puesto, y no porque su centro sea un modelo de reinserción, no, sino por su amistad con el jefe Ortiz.
Don Pepe, como exige a los internos que le llamen (él y, en general, todos los funcionarios, aunque ninguno tiene derecho a semejante tratamiento; solo el Rey), lleva a sus espaldas la fuga, por la puerta principal, hace unos meses, de uno de los presos más peligrosos de España, El Pastillas. Posteriormente fue detenido.
Carta póstuma
Y también se supone que ha debido meditar acerca del reciente suicidio de un enfermero que trabajó en su cárcel y que dejó una carta diciendo que le habían hecho la vida imposible. Se hartó de pastillas en su casa y falleció. En la carta póstuma tildaba de machista a DON Pepe.
La segunda putada recaída sobre este mismo interno la atesora la subdirectora del Centro de Régimen Abierto Victoria Kent, llamada Leonor Morales-Arce Morillo-Velarde. Quienes la conocen resaltan de ella su “histrionismo e impulsividad”. Y su portento bucal para dar gritos al prójimo cuando se le contraría.
El interno Juan Antonio Rodríguez Flores apunta a ella (dicen que, de facto, es la que controla el CIS Victoria kent con su efervescente lengua y modales) como germen de su actual y complicada situación.
Juan Antonio se halla prófugo en este momento de la cárcel de Navalcarnero, pero el origen de sus males hinca sus raíces en su estancia en el Victoria Kent de Leonor.
Empecemos este relato por la putada que le hizo Leonor a Juan Antonio y su delirante comportamiento con los sanitarios del SAMUR de Madrid que la llamaron para decirle que el interno estaba hospitalizado. Debía pernoctar en el Victoria Kent tras su jornada de trabajo durante el día fuera de las rejas pero sufrió una grave hipoglucemia. Acabó hospitalizado.
Flores estaba en ese CIS, un centro en el que los internos salen a trabajar a las siete de la mañana y tienen que volver para pernoctar antes de las 23.00. Un juez de vigilancia de Madrid le había otorgado un régimen intermedio de cumplimiento parecido al tercer grado, el llamado 100.2. Juan Antonio tenía cumplidos casi seis de los ocho años de su condena y presentaba graves secuelas por la gravísima desatención médica que había sufrido anteriormente en la cárcel de Soto del Real, cuyo equipo médico fue destituido tras el caso de Juan Antonio, en 2019.
No puede ir trabajar
El juez, tras tantos años de prisión y vicisitudes, le concedió los beneficios del artículo 100.2. Es decir, debía ser trasladado a un CIS, una cárcel semiabierta, y podía salir a trabajar todos los días y pernoctar en ese centro, salvo fines de semana alternos en los que podía estar día y noche con su familia, esposa y cuatro hijos.
Entró en Soto siendo un deportista, pero la desatención de una pequeña herida que fue a más sin que nadie lo atendiera, en Soto del Real, en 2019, estuvo a punto de matarle. Diez días en coma, por una septicemia ni advertida ni tratada. Esta es la tercera gran putada y será descrita más adelante. Lo cierto es que, tras salir del coma, gracias al hospital Gregorio Marañón, no a los sanitarios de la cárcel, afloró en él un cuadro de diabetes tipo 1, la más grave. Sus repentinas subidas y bajadas de azúcar eran, y siguen siendo, muy peligrosas.
Una de esas bajadas, hipoglucemia, le sorprendió una de las veces en que se disponía a ir al CIS Victoria Kent. Debía estar antes las 20.00. Pero se mareó. Fue atendido por una ambulancia del SAMUR que le llevó al hospital. Dos días estuvo hospitalizado.
Al menos 60 llamadas hizo su familia y su abogado al CIS antes de que alguien levantara allí el teléfono para explicar a algún responsable que Juan Antonio no podía ir ese día a pernoctar porque estaba hospitalizado.
Ese día estaba allí la subdirectora. Hablaron con ella tanto el jefe del despacho jurídico en el que trabajaba Juan Antonio como la jefa del SAMUR que le había atendido, poniéndole una gran cantidad de suelo azucarado en vena.
La actitud de Leonor fue irracional. “Me da igual quien seas o seáis”, les espetó, según recuerda con nitidez Juan Antonio. “O está él aquí a las 8 o tengo los contactos suficientes como para enviarle al CP de Estremera”. Un centro cerrado.
Y cumplió su palabra con creces. Sin más, le quitó los beneficios del 100.2 que le había dado el juez (ya no podía salir a trabajar), lo regresaron de grado, y lo trasladaron, no a Estremera, sino a la cárcel de régimen cerrado de DON Pepe, la de Alcalá Meco. Para regresarlo de grado, se ampararon en que había cometido un quebratamiento de condena, y lo denunciaron en los juzgados de plaza de Castilla, sabiendo que esa denuncia, mientras el juez decide qué hace con ella, pueden pasar meses.
Esa fue la justificación. Leonor, que es jurista y ha participado como secretaria en tribunales de promoción de funcionarios, olvidó, obvió o se pasó por el arco del triunfo las eximentes y atenuantes delictivas que recoge el Código Penal en estas situaciones. No dejarle ir a trabajar y llevarle a una cárcel totalmente cerrada era hacerle una enorme faena.
Y es que, en el caso de Juan Antonio, con todos los justificantes sanitarios que aportó al centro, y sin contar que telefoneó al CIS hasta la responsable médica del SAMUR (le bajó la glucosa a 30, cuando el mínimo son 70). Sin duda una causa mayor impeditiva. Aun así, Leonor se lo derivó a don Pepe a Alcalá Meco. Se acabaron las salidas para ir a trabajar.
Otra de las “putada” la protagoniza José (Pepe) Comerón, el ínclito director de Meco. Al ser trasladado del CIS hasta Meco, Juan Antonio estuvo tres meses intentado hablar con él para que hiciera una junta y volvieran a darle los efectos beneficiosos del artículo 100.2. Ponerse enfermo y no poder volver al CIS para dormir no merecía el traslado a Meco.
Tras mucha insistencia, don Pepe por fin accedió a verle a finales del pasado mes de julio. Pero lo citó por un motivo: le había llegado una carta del juzgado informándole de que Juan Antonio NO había cometido ningún quebratamiento de condena en el CIS. Ni siquiera hubo juicio. Archivó la causa.
Beneficios penitenciarios
En ese momento, y a la vista de la decisión judicial, Pepe Comerón debió restituirle los beneficios del artículo 100.2 y trasladarlo sin más demora a un CIS, a un centro de régimen abierto, para que pudiera ir de nuevo a trabajar.
Pero don Pepe se iba ese día de vacaciones al día siguiente. “Para mi lo más importante ahora es irme de vacaciones; lo tuyo lo veremos a la vuelta”. Así lo cuenta Juan Antonio a Fuentes Informadas.
Tenía otros planes don Pepe. A los dos días de haberse ido de vacaciones, sin preocuparle lo más mínimo la necesidad de restablecer los derechos de este interno, concedidos por un juez y que le había revocado Leonor, Juan Antonio fue trasladado a la cárcel de Navalcarnero, la más dura de Madrid, bajo la dirección de Noelia Jiménez, perteneciente al grupillo de fieles y adláteres de don Pepe. Noelia fue su subdirectora en Meco durante algunos años.
No restituyó sus derechos a Juan Antonio, al contrario, lo metió en el módulo de yonkis y drogadictos de Navalcarnero. Para una persona con tan virulenta diabetes y la necesidad de huir de cualquier infección, ese módulo era lo peor que le podían hacer a Juan Antonio. Y eso le hizo Noelia Jiménez, la directora de Navalcarnero.
Juan Antonio tenía dos permisos de salida pendientes cuando fue llevado a Navalcarnero, de 4 y tres días. Se los había dado un juez y estaban sin ser disfrutados. Cuando llevaba casi un mes en Navalcarnero se tomó el primer permiso y regresó al centro sin ninguna incidencia. Pero en el segundo, de tres días, tras hablar con su familia, decidió no regresar a Navalcarnero. Eso ocurrió hace un mes. Juan Antonio está ahora prófugo.
La causa de todo
¿Por qué no volvió tras el segundo permiso? Porque, asegura, lleva dos meses con una úlcera en un pie cuya herida no termina de cerrarse. Y en la cárcel la atención médica era nula, según denuncia a este periódico.
Ante la dejadez médica, él se curaba la herida con Betadine que le dejó otro preso a escondidas. Era insuficiente. Y no le daban antibióticos, necesarios para que se curase la herida, atizada por la diabetes. Un desastre. En su casa, ahora, huido y escondido, sí dispone de antibióticos que le han recetado los médicos de fuera de la prisión.
Huyó porque no quería que le pasase otra vez lo que le sucedió en la cárcel de Soto del Real, donde se desató la que puede considerarse su tercera gran putada sufrida. Cuando llegó a Soto hecho un roble, sano y todo un deportista, era el socorrista de la piscina y ordenanza del polideportivo, sufrió un golpe accidental en la rodilla izquierda.
Un moratón que con el paso de las semanas iba a peor sin recibir un adecuado tratamiento. Cuando iba al médico de la cárcel, porque el dolor iba en aumento, este se limitaban a mandarle analgésicos. Nada más. Ni radiografía ni nada.
Un día que el dolor era insoportable y la fiebre enorme, se mareó. Y entonces sí le llevaron al hospital, al Gregorio Marañón. Estuvo diez días en coma y con antibióticos por doquier. Gracias a ello logró salvar la vida de la septicemia que se estaba comiendo su pierna y le llegaba hasta la cadera. Allí le diagnosticaron la diabetes. Y tuvieron que ponerle un fémur de titanio (incluso debatieron amputarle la pierna). Hoy tiene cojera, un glaucoma y sordera parcial. Se escapó de la muerte por los pelos.
Si hace un mes decidió no volver a Navalcarnero es porque tiene una úlcera en un pie que no se le cierra desde hace meses. En Meco le empezó la úlcera, pero allí, relata, ningún médico me ha atendido. Y la úlcera iba a peor: no dejaba de sangrar “y ni siquiera me daban antibióticos”. Su herida, tras un mes prófugo, ya está mejor. Ahora sí le ven médicos y dispone de antibióticos.
Quiere reincorporarse a la cárcel para cumplir de una vez los dos años de condena que le quedan y poder regresar tranquilo a su casa con su esposa y cuatro hijos. La policía anda tras sus pasos. En breve tiene previsto regresar a Navalcarnero, pero ha pedido a Fuentes Informadas que le acompañe a la puerta del penal. Teme las represalias de Noelia Jiménez, la delfín de don Pepe Comerón.
Se supone que el jefazo Ortiz no está detrás de las irregularidades que perpetran sus chicos carceleros pero él es el responsable último de todo. Y, además, de algunos casos todo indica que los tapa. El corporativismo irredento.
Fuentes Informadas ofrece a los citados directivos penitenciarios la opción de dar su versión, aunque los hechos expuestos están documentados.