La actriz que nos dejó esta semana con su hermoso pelo rubio en caracolas y su elegancia natural, tenía una voz hermosa, de esas que se escuchan y se miran a la vez, como un sonido que llama. También Juan el Bautista era la voz que clamaba en el desierto, pero en seguida vino la Palabra, para que la voz no sólo fuese un aspaviento. Una voz sin palabras se convierte fácilmente en un grito desaprovechado.
He visto películas tediosas de directores que no sé por qué llaman geniales, sólo por verla a ella, su movimiento y su frescura. También he reconocido su inconsciencia alterada cuando la entrevistaban preguntándole por temas políticos. Ahora, que se ha muerto, todo son valores, aunque no todo lo expresado sea un valimiento. Cuando la palabra se usa para ofender, la voz se estrangula en su perdida maravilla.
En la plaza de Santa Ana, donde tenía su palacio en Madrid la madre de la que fuera emperatriz de Francia, también la madre de nuestra querida actriz era portera de una finca. El contraste, para quien no sabe madurar, se puede volver resentimiento… Una cruz llevaba en la caja de la despedida la dama de la voz hermosa. Una cruz del que era y sigue siendo la mejor Palabra.
pedrouve