Según las personales referencias, la verdad se tambalea entre confusiones o se desarrolla permitiendo una vida luminosa y saludable. Por ejemplo, para aquellos que el aborto es un derecho que la sociedad ha reprimido, sus referencias radican en la limitada capacidad de haber sabido reconocer, como válido, únicamente aquello que se ve, sólo lo que se entiende. Para los que pensamos que se trata de un crimen, buscando soluciones de antemano a las madres de hijos no buscados, nuestro contexto está claramente en el Jesucristo del evangelio: camino, verdad y vida.
La verdad de los gobernantes de una sociedad enferma, como la nuestra, es la que dice aquel que distribuye el pan y las prebendas. La misma dispuesta a proclamar que los peces viven entre la hojarasca de los árboles y los ciervos se recuesten en las playas vestidos de sirena. La verdad de nuestro tiempo es lo que se ha decidido que sea, según convenga.
En España, la vara de medir la tiene por ahora Puigdemont, que sale a procesionar en Semana Santa y que, como el Cristo verdadero, nos anuncia su propia resurrección, tras un calvario de injusticias contra él. Nos redimirá a todos su cruz de profeta independentista, como alumbran los cirios que no pueden encenderse.