La sobreexposición a las pantallas causa preocupantes alteraciones en el cerebro de niños y adolescentes

6 de junio de 2025
3 minutos de lectura

Uno de los fenómenos que más preocupa es el acceso temprano a contenido pornográfico: puede provocar disminución de la autoestima, depresión severa, neurosis y cambios de ánimo abruptos

En tiempos donde la infancia y la adolescencia se desarrollan a la par de una pantalla, las alertas suenan cada vez más fuerte. La exposición temprana y desmedida a los dispositivos electrónicos está generando consecuencias que afectan el cuerpo, la mente y el alma de millones de chicos en el mundo. Y aunque los datos científicos son contundentes, la pregunta persiste: ¿estamos reaccionando a tiempo?

La Sociedad Argentina de Pediatría recomienda evitar completamente el uso de pantallas antes de los dos años y limitar su uso progresivamente en las etapas posteriores. En la misma línea, la Asociación Española de Pediatría actualizó sus directrices a fines de 2024, sugiriendo que los dispositivos electrónicos recién se introduzcan a partir de los seis años y con un máximo de una hora diaria hasta los 12.

Efectos preocupantes

Para profundizar en este complejo escenario, El Litoral dialoga con Liliana Olivieri, psicoterapeuta, autora de varios libros y especialista en vínculos, afectividad y sexualidad. Con una mirada integral, advierte sobre los múltiples efectos del uso excesivo de pantallas, que van desde la fatiga visual y la disminución de la atención, hasta la pérdida del asombro, del juego espontáneo y del aprendizaje a través del contacto real con el entorno.

«Debería llamarnos la atención que algunos líderes que producen tecnología de expansión masiva y generan redes, han limitado el uso de pantallas en sus hijos. Basta escuchar a Bill Gates con sus reglas para su familia, o al creador de Tik Tok, limitando el uso de esta red para los suyos», señaló Olivieri.

Desde su enfoque humanista, Olivieri sostiene que la calidad de vida está directamente vinculada a la calidad de los vínculos, y alerta sobre cómo el mundo digital puede interferir en el desarrollo emocional y social de niños y adolescentes. «La generación de adicciones y de trastornos de ansiedad, especialmente en niños y adolescentes, es otro problema alarmante, así como el sano desarrollo de la autoestima, que se ve afectado por la dinámica de las redes sociales, que los tornan más vulnerables a la aprobación de los demás», dijo.

Además del aislamiento emocional, el uso indiscriminado de dispositivos abre la puerta a riesgos mucho más graves. «Se exponen a instrucciones que llevan a trastornos de la conducta alimentaria, distorsión de la sexualidad, sobreinformación, autodiagnóstico y grooming, entre otros», advierte la experta.

Pornografía

Uno de los fenómenos que más preocupa es el acceso temprano a contenido pornográfico. La exposición suele comenzar alrededor de los 10 años y, como aclara Olivieri, no es un problema exclusivo de los varones. «Existen estudios científicos que demuestran que las niñas están exponiéndose hoy en una medida significativa», aseguró.

Las consecuencias del consumo de pornografía no son menores: afecta funciones ejecutivas del cerebro, puede provocar disminución de la autoestima, depresión severa, neurosis y cambios de ánimo abruptos. También genera una visión distorsionada del sexo, desensibiliza, promueve la adicción y contribuye a la cosificación de la mujer, la violencia sexual, el ciberacoso y la explotación. «En momentos clave del desarrollo neurofisiológico e integral, la pornografía impacta directamente en la idea errónea, escindida del amor, tendiente a la manipulación, la explotación y el uso de las personas», señaló.

Adolescencia

Este impacto se acentúa aún más durante la adolescencia, etapa marcada por la transformación del cuerpo, el descubrimiento de la identidad sexual y la construcción de un sistema propio de valores. Ante este panorama, Olivieri, también consultora familiar y máster en Educación Familiar, ofrece una brújula clara para padres y educadores: fomentar entornos positivos y saludables.

«Que pongan empeño en que sus hijos estudien y mucho, que hagan deporte regular si es posible grupal, que tengan buenos amigos, que respeten un sistema de permisos básico para una vida saludable, que estén atentos a su modo de divertirse, que los conozcan a fondo».

Y va más allá: «Un niño y un adolescente que tiene una vida ocupada saludablemente, que tiene tiempo para aburrirse en el buen sentido, y que pasa tiempo con su familia ‘toma’ las suficientes vitaminas o vacunas emocionales para no estar pegado a la pantalla».

Aprender para educar

Convencida de que hablar de sexualidad es parte fundamental de la salud, Olivieri lamenta que «muchos padres y docentes aún no se atreven, y una educación afectivo-sexual de calidad es la mejor promoción de la salud y la mejor prevención que podemos hacer con nuestros hijos».

El desafío es grande, pero no imposible. “Hoy más que nunca, la educación y la crianza, no consisten en controlar ni ‘disciplinar’ negativamente a nuestros hijos y alumnos sino en acompañar, estar presentes de manera incondicional, invertir tiempo de calidad y también, por qué no, aprender a vivir para criar y educar. El amor incondicional, la empatía, la cercanía, los límites claros son necesarios”.

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