Algunas ratas muertas con sangre en la boca aparecieron de pronto en los descansillos de la escalera. El portero quiso justificarse ante los vecinos creyendo que se trataba de una broma de mal gusto. Pero a los días siguientes y a los otros y a los otros, cientos de ratas crujían moribundas por las calles de Orán, junto a los que no pudieron evadirse del contagio. El asombro no cabía en los ojos de que los que se desmayaban sobreel suelo con los ganglios hinchados.
En 1947 el existencialista Albert Camus publica, para mi gusto, su mejor novela describiendo la peste como una realidad donde el coraje del doctor Rieux, su colega Tarrou y la solidaridad conjunta de los valientes vecinos, buscan redimir la sofocante tragedia de un pueblo . Camus no cree en Dios pero sabe que sin Él no hay satisfacción para el remedio de las ansias humanas. Observa cómo las iglesias se llenan pidiendo serenidad ante lo inevitable de la muerte. Y se rinde ante la evidencia de que “en el hombre hay más signos de admiración que de desprecio”.
A vista de lo leído, concluimos en una coincidencia con el Nobel francés: Vivir merece la pena.