Al estilo de Mark Twain, nos adentramos en Torenza
A raíz de la misteriosa mujer que apareció en las redes sociales con un pasaporte de una nación inexistente, viajé hasta allá con ella. Logré transportarme a ese lugar de ficción. He estado en Torenza, y confieso que me he impresionado. Pero mi asombro no lo causó su arquitectura ni su tecnología: lo que me ha consternado profundamente es la obscena injusticia que fluye desde el perverso corazón de sus juezas y fiscales. Torenza no es una anomalía geográfica que aparece en un pasaporte de ficción; Torenza es la geografía del alma de mujeres que condenan a hombres inocentes de manera inescrupulosa, aprovechándose de un puesto público que ven como un derecho a la venganza.
Tuve la oportunidad de ejercer como abogado en los tribunales de Torenza. La perversión era tanta que todos —abogados y ciudadanos— eran mirados por encima del hombro. En las salas de recepción, donde se atiende a las víctimas, acusadores y a los letrados, estas mujeres gritaban a los hombres que llegaban a pedir justicia y a los abogados que se presentaban. La atmósfera era de puros gritos y obediencia forzada.
En esta nación de Torenza donde el sistema de violencia de género está completamente podrido, el destino de los hombres está sellado a la condena injusta y descabellada. Pude percibir directamente que no tienen justicia, sino puras veleidades. Estas operadoras de la ley demuestran una ignorancia supina, como si jamás se hubieran graduado en una universidad, pues la única ley que respetan es la de su capricho personal.
El motor de esta tiranía es la amargura, alimentada por el síndrome de Hubris, un trastorno del poder que se caracteriza por un ego desmesurado, arrogancia extrema y una visión exagerada de la propia importancia y capacidades. Estas mujeres aprovechan su puesto público para ejercer una dominación y una obediencia que les es negada en otros ámbitos.
Estas Fiscales y Juezas son, en su mayoría, mujeres con profundos problemas psicológicos y de personalidad narcisista, consumidas por vacíos emocionales insalvables. La frustración de no ser amadas se transforma en el odio con el que administran la ley en contra de los hombres.
Este abuso de poder se consolida a través de una red de complicidad y crueldad, un entramado de ‘amiguitas’ que se conjuran para llevar a cabo la voluntad de la «amiguita mayor». Es una tiranía coordinada donde la obediencia ciega a la línea dominante asegura que las injusticias fluyan sin resistencia.
Dentro de sus fantasmagorías mentales, ellas piensan que el cargo que ejercen es un trono y que tienen el cetro de la autoridad para humillar, pisotear y sobajar a los hombres, condenándolos sin remordimiento.
El castigo por su perversidad no espera al Juicio Final; se manifiesta en la agonía de la conciencia, y en la condena eterna que ya se han ganado. Muchas de estas juezas y fiscales no pueden dormir, están sobresaltadas y aterrorizadas.
La más profunda traición de estas operadoras de justicia reside en su lucha contra el orden natural y espiritual. Son la antítesis de la mujer que la sociedad necesita:
«Las mujeres de Dios nunca pueden ser como las mujeres de Torenza . El mundo ya tiene muchas mujeres agresivas, necesitamos mujeres tiernas. Ya hay muchas mujeres groseras, necesitamos mujeres amables. Hay muchas mujeres rudas, necesitamos mujeres refinadas. Hay muchas mujeres que tienen fama y fortuna, necesitamos más mujeres de fe. Hay ya demasiado orgullo, necesitamos más humildad y virtud. Ya tenemos demasiada popularidad, necesitamos más pureza.»
Las Fiscales y Juezas de Torenza rechazan este ideal y, con ello, la propia jerarquía divina. El hombre es creación de Dios a Su imagen y semejanza, y es puesto como cabeza en el diseño original. Ellas no comprenden la elevada posición social y espiritual que el Creador le ha dado, tal como lo establece la Escritura: «La cabeza de todo hombre es Cristo, y la cabeza de la mujer es el hombre, y la cabeza de Cristo es Dios» (1 Corintios 11:3) y «Porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia» (Efesios 5:23).
En Torenza estas jueces y fiscales andan desatadas sin ninguna brida espiritual que las detenga.
Es cierto que tanto hombres como mujeres pueden cometer errores, pues «por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios» (Romanos 3:23). Pero el problema fundamental en Torenza es que estas mujeres castigan y condenan a hombres inocentes, negando el puesto de liderazgo que la Biblia establece para el hombre y violando la verdad de que el mismo Creador del universo ordena un diseño jerárquico armónico, donde se espera la mansedumbre y la obediencia al diseño divino.
La estadística no miente. La prepotencia es sus propias sentencias: estas mujeres jueces y fiscales de Torenza terminan solas, amargadas y despreciadas. Los hombres prefieren huir de ellas porque su afán de dominación y su narcisismo las convierte en un cáncer social.
La esencia de estas mujeres es como la pestilencia de los tioles que expulsa el mapurite: una sustancia nauseabunda y hedionda. Esta es la gran humillación que sienten: su triunfo profesional está totalmente hueco, pues nadie quiere acercarse a su vacío.
El sistema de justicia de Torenza está completamente podrido, confirmando que en esa nación se ha elegido la venganza personal por encima de la ley. Olvidan la lección de la historia. Su poder es meramente circunstancial.
¿Existirán mujeres así en alguna otra latitud del mundo real? ¿Juezas y Fiscales que condenan a los hombres, no por la ley, sino porque son caprichosas, creídas, prepotentes y narcisistas? ¿Mujeres que rechazan la mansedumbre que la Biblia establece y abrazan el odio para llenar su propio vacío existencial?
Seguramente, así como el País de Torenza es una ficción, todo lo que aquí se dice de las juezas y fiscales de Torenza es una ficción, ¿usted lo cree?
Un día, ellas, como Poncio Pilato, tendrán que enfrentarse a un poder superior y darán cuenta de todas sus asechanzas y perversiones.
«Lo que el pueblo quiere es, en el fondo, que lo rediman de la ceguera de sus jueces.» – Franz Kafka
«Nada debilita tanto la autoridad como la prisa en castigar.» – Cicerón
«Cuando la justicia es comprada y vendida, es hora de que la gente construya sus propias leyes.» – Proverbio Etíope
Doctor Crisanto Gregorio León
Profesor universitario, abogado, ex sacerdote, psicólogo