El siguiente análisis se desarrolla íntegramente en el imaginario país de Torenza, una nación cuya existencia se limita al ámbito de la crítica literaria y social. Recurrimos a esta geografía mental para examinar una de las instituciones más paradójicas de su sistema de justicia: la Fiscalía del Ministerio Público, cuya esencia encierra un conflicto que destroza la presunción de inocencia. Se trata de una dualidad que, en lugar de equilibrar fuerzas como el concepto oriental del Yin y el Yang, anula por completo el aspecto virtuoso.
La Fiscalía de Torenza se presenta formalmente como una institución de doble rostro: por un lado, es la garante de la legalidad y la objetividad, obligada a actuar de «buena fe» e incluso a investigar y presentar pruebas que favorezcan al acusado (el supuesto Yin, o lado luminoso). Por el otro, es el órgano encargado de la acusación, la persecución penal y la solicitud de castigo (el Yang, o lado enérgico y punitivo).
Sin embargo, en el día a día de los juicios, especialmente en los de género, el lado luminoso del Yin se eclipsa por completo. El Ministerio Público de Torenza abandona su deber de objetividad y se arroga la misión de acusador implacable y exclusivo. El propósito de buscar la verdad material, incluso aquella que exculpa al varón, se sustituye por la necesidad de obtener una condena a cualquier precio. La buena fe se convierte en una fachada retórica, un discurso vacío que se desvanece al cruzar la puerta del tribunal.
Esta inversión de roles genera una prepotencia institucional alarmante. Al concentrar en un solo cuerpo tanto el poder de investigar (recabando las pruebas del Estado) como el poder de acusar (con la autoridad moral que confiere la ley), el Ministerio Público ejerce una presión que raya en el abuso. El fiscal, imbuido del síndrome de Hybris, actúa con una jactancia y una soberbia que le hacen ignorar los principios básicos del debido proceso. La duda razonable, el pilar de cualquier justicia democrática, es desechada como una debilidad o un tecnicismo inútil.
En Torenza, la Fiscalía no es una parte del proceso; se comporta como el proceso mismo. Su colusión tácita con el órgano juzgador, ya analizada previamente, intensifica esta percepción. El juzgador asume que lo solicitado por la Fiscalía es correcto per se, y esta, a su vez, confía en la protección del tribunal. Así, el acusado no se enfrenta a una acusación que debe probarse, sino a la autoridad combinada de dos poderes del Estado que operan en perfecta armonía punitiva.
Este Yin y Yang pervertido convierte la presunción de inocencia en un mero adorno constitucional. La Fiscalía, al negarse a cumplir su rol de garante de la legalidad y actuar únicamente como máquina de condena, desmantela la posibilidad de un juicio justo. El sistema se transforma en una herramienta de castigo ideológico, donde la Fiscalía no busca justicia, sino la validación de un relato previamente establecido. Torenza, el país de nuestra ficción, nos confronta con la trágica realidad de un Ministerio Público que ha elegido ser solo Yang, y un Yang oscuro, consumiendo toda sombra de objetividad.
«Cuando el proceso deja de ser un instrumento de verdad para convertirse en un instrumento de poder, toda la justicia está en peligro.» — Piero Calamandrei
Doctor Crisanto Gregorio León, Abogado y Psicólogo, profesor universitario