Cada mes de diciembre se vuelve a hablar de derechos humanos, casi siempre mientras el mundo observa guerras, represión o crisis humanitarias. Parece una contradicción, pero también es un recordatorio necesario. Hace 77 años, en 1948, la comunidad internacional aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos con la intención clara de que los horrores vividos durante la Segunda Guerra Mundial no volvieran a repetirse. Aquel documento nació como una promesa colectiva: proteger la dignidad humana por el simple hecho de existir.
Hoy, casi ocho décadas después, la pregunta sigue siendo la misma: ¿hasta qué punto esa promesa se ha cumplido?
Desde la aprobación de la Declaración, el mundo ha cambiado de forma profunda. Muchos derechos que entonces parecían aspiraciones lejanas se han convertido en leyes, constituciones y tratados internacionales. La idea de que todas las personas nacen libres e iguales en dignidad ya no es solo un ideal moral, sino una base legal en numerosos países.
Se han creado organismos internacionales para vigilar el cumplimiento de estos derechos, como tribunales regionales y cortes penales. Gracias a ello, millones de personas han podido denunciar abusos, visibilizar injusticias y, en algunos casos, obtener reparación. Derechos como el acceso a la educación, la libertad de expresión o la protección frente a la tortura han ganado reconocimiento global.
Además, el propio lenguaje de los derechos humanos se ha normalizado. Hoy forma parte del debate público, del activismo social y de la educación. Aunque no siempre se respete, su existencia marca límites y genera presión internacional. Eso, en sí mismo, ya es un cambio importante, según el Diario Las Américas.
A pesar de los avances, la realidad es dura. Ningún país cumple de manera plena la Declaración Universal de los Derechos Humanos. En muchos lugares, los derechos siguen siendo papel mojado. Hay gobiernos que persiguen a quienes disienten, castigan a defensores de derechos humanos o reprimen cualquier crítica. En países como China, Corea del Norte, Cuba o Venezuela, hablar abiertamente de derechos humanos puede tener consecuencias graves.
Las guerras actuales también evidencian los límites del sistema internacional. Conflictos como los de Ucrania, Gaza, Sudán o Mali muestran cómo la población civil sigue pagando el precio más alto. A esto se suma la desigualdad en el acceso a derechos básicos como la salud o la educación, especialmente en países donde el poder prioriza el control político o el gasto militar.
La ONU, a pesar de sus fallos y de ser ignorada en muchas ocasiones, sigue siendo el principal espacio de diálogo y contención. No es perfecta, pero su ausencia sería aún más peligrosa. Como advierten expertos y organizaciones de derechos humanos, hoy más que nunca estos principios están bajo presión.
Setenta y siete años después, los derechos humanos siguen vigentes, pero incompletos. Son una conquista, sí, pero también una tarea pendiente que exige compromiso constante, memoria y responsabilidad colectiva.