Después de casi cien años de estudios científicos, psicólogos y psiquiatras han llegado a una conclusión sorprendentemente sencilla pero profunda: el factor más determinante en la felicidad humana no son las riquezas, ni el éxito profesional, ni siquiera la salud física, sino la calidad de nuestras relaciones personales.
Este hallazgo es el resultado de décadas de investigaciones, como las llevadas a cabo por la psicóloga Sonja Lyubomirsky, quien desde sus años en Harvard y Stanford ha explorado la posibilidad de que la felicidad pueda cultivarse mediante actos de gratitud y bondad.
Su trabajo demostró que pequeños cambios en el comportamiento diario pueden producir mejoras significativas en el bienestar emocional. Pero su búsqueda de respuestas la llevó a enfrentarse a una pregunta más profunda: ¿se puede aprender a ser feliz?, detalla El Diario de Chihuahua.
La respuesta llegó de la mano del psiquiatra Robert Waldinger, actual director del Estudio de Desarrollo Adulto de Harvard, el proyecto más longevo sobre bienestar en la historia. Iniciado en 1938 con 268 estudiantes de Harvard y ampliado posteriormente a jóvenes de barrios humildes de Boston, el estudio siguió a sus participantes durante más de ocho décadas. El hallazgo clave: las personas con relaciones cercanas, estables y de calidad viven más tiempo, con mejor salud física y emocional.
Lejos de las ideas de que la felicidad es una lotería genética o el producto exclusivo del entorno, estas investigaciones confirman que podemos construir una vida más plena a través de nuestras conexiones humanas. Ya sea un matrimonio sólido, amistades auténticas o la cercanía con la familia, la felicidad, concluyen los expertos, se teje en los vínculos que cultivamos a lo largo del tiempo.