Don Juan Tenorio es, sin duda, uno de los arquetipos más universales y perdurables de la literatura occidental. Su nacimiento se sitúa en el Siglo de Oro español, específicamente en la obra teatral El burlador de Sevilla y Convidado de Piedra, atribuida a Tirso de Molina (publicada hacia 1630). Este personaje no es medieval, sino barroco, y por su posición social y cronológica, se separa siglos del fenómeno del juglar.
El nombre «Don Juan» se ha convertido en sinónimo de libertino, seductor audaz y mujeriego compulsivo. Su leyenda se basa en tres pilares: el engaño constante a las mujeres, su desafío temerario a las leyes divinas y humanas, y su final sobrenatural, donde es condenado por una estatua que cobra vida (el Comendador). El Tenorio de José Zorrilla (1844) es la versión romántica más famosa, donde, a diferencia de la original, se le concede la redención por amor, un giro que lo popularizó en el mundo hispanohablante.
Aunque Don Juan es un noble y no un artista ambulante que recita épicas, su éxito se basa en un conjunto de habilidades que lo convierten en un maestro de la performance social, comparable en ingenio y ejecución a un juglar experto:

Para Don Juan, la burla es su arte, y su capacidad de seducción radica en su dominio de la puesta en escena y el engaño retórico, elementos que lo emparentan con la necesidad de performance del juglar, pero con fines puramente egoístas y destructivos.
La figura de Don Juan se caracteriza por ser un personaje de extremismos. La literatura ha explorado dos grandes variantes:
A pesar de sus diferencias, todos los Don Juanes encarnan el libertinaje compulsivo, la necesidad de superar la marca anterior (el número de conquistas) y el estatus social alto, que le otorga la impunidad inicial para sus crímenes. Su nobleza es vital, ya que el código de honor que rompe es el mismo que le permite operar con relativa libertad.
El impacto de Don Juan trascendió fronteras y épocas, convirtiéndose en el gran mito moderno de la pasión, el pecado y la rebelión. La historia no solo se mantuvo viva en España, sino que inspiró obras maestras internacionales en todos los géneros, demostrando la fascinación atemporal por el seductor temerario:
Don Juan, o el «burlador,» perdura como un símbolo de la lucha del individuo contra el destino y la moralidad, un personaje cuya arte de la persuasión y la actuación lo convierte en un manipulador brillante que, en última instancia, encuentra su fin en la justicia trascendente.
«El verdadero Don Juan no es el que seduce, sino el que presume de seductor, haciendo de su vida una épica del engaño.»
Ramón Menéndez Pidal
Crisanto Gregorio León – Profesor Universitario