RAFAEL FRAGUAS
La reciente propuesta de Alberto Núñez Feijoó a Pedro Sánchez para cogobernar dos años y, de hecho, con él es de todo menos una oferta ingenua e inocente. Contiene mucha más tralla de la que aparenta. Encubre el viejo propósito por llegar a la denominada “grosse koalition”, que designan, en términos gubernamentales, el apogeo del bipartidismo y que descarta otras opciones de la España plural surgida del hastío hacia aquel modelo alternante y exangüe.
Resulta poco explicable que, con la extrema y manifiesta debilidad política en la que se encuentra el líder del PP, se le ocurra proponer una oferta tan audaz y sorprendente al jefe del Gobierno al que han satanizado y faltado al respeto tantas veces él y su partido de la gaviota azul. Lo cual significaría que la propuesta no es propiamente suya, sino que procede de instancias estatales del máximo rango, alguno poderes fácticos incluidos.
¿Y qué esconde tal propuesta?: muy presumiblemente, oculta el propósito de cortar el paso al partido secesionista catalán para erigirse, por mor de la lógica constitucional parlamentaria, en sujeto decisivo de la investidura del futuro Gobierno. Esta es la hipótesis que este analista columbra al respecto de la insólita oferta. La iniciativa de Feijóo de conversar con Junts no sería más que una cortina de humo para encubrir el propósito descrito; y la supuesta “bisoñez” de la oferta de cogobernanza, en boca de Díaz Ayuso-Miguel Ángel Rodríguez, bien por ignorancia, malevolencia hacia Feijóo o bien por simple perfidia, a la postre implicaría lo mismo.
Estamos ante una nueva edición de la confrontación entre la España vertical, áulica, jerárquica, ordenancista y de vía estrecha, acostumbrada interpretar la Constitución en clave metafísica, frente a la España horizontal, plural, democráticamente constitucionalista, respetuosa con el juego electoral y la aritmética parlamentaria.
Las nuevas pulsiones políticas áulicas parecen volver a las andadas, como cuando amagaron con el miedo y el pánico de la involución a la naciente democracia, española. Pero esas presiones desconocen el hartazgo de la sociedad civil ante tal forma de acoso e ignoran su deseo generalizado de hallar, de una vez, soluciones duraderas a problemas graves que en su día, aquellos miedos impidieron abordar y que impidieron un desarrollo democrático con la naturalidad que todos y todas merecíamos.
Asuntos como los de la trama territorial hasta los derivados de la probadamente injusta ley Electoral o la preconstitucional ley de Secretos Oficiales, entre muchas otras, exigen su revisión inmediata y su modificación democrática, con todos, todos, los sujetos y partidos políticos concernidos en escena. Nacionalistas incluidos, desde luego.
El propósito áulico de patrimonializar hoy el Estado para si es una aberración política de extrema gravedad pues olvida que es el Estado en sí, el Estado horizontal, democrático, equilibrado, plural y diverso, el único capaz de legitimarse hoy ante la sociedad. Todo lo demás es parte ya de un pasado atribulado, lleno de cautelas que desnaturalizaron la frescura de una democracia como la española, dolorosamente parida, tras las cuatro décadas de tiniebla dictatorial.
Con la esperanza en que la experiencia política, adquirida por el Gobierno de coalición de izquierda, en trances tan duros como los pasados, ahuyente cualquier atisbo de ingenuidad, sobrantía o exceso de confianza, sería muy bueno para este país expulsar esas presiones hacia el vertedero de los productos políticos tóxicos.
Tenemos derecho a encarar el futuro con la brisa de la libertad, sin más coacciones, acariciando el rostro de nuestro bello país.